POR: EDUARDO VEGAZO MIOVICH (PROMOCIÓN 1957)
Al mismo tiempo surgió, como por arte de magia, la «genial idea» consistente en dar oportunidad a todos los alumnos que fueran despojados de algunos o muchos puntos por actos de indisciplina, para que los recuperen, voluntariamente, en horarios de recreo u horas libres, ejecutando trabajos para despejar, poco a poco, el cúmulo de desmonte, piedras de calicanto y tierra antes mencionado, utilizando pico, lampa y carretilla, y, como compensación, recibir cinco o diez puntos por carretillada ejecutada. Es decir, una especie de «explotación del hombre por el hombre», con la diferencia de que nos pagaban «puntos» en vez de soles, con los cuales no se podía adquirir ni siquiera una rica «soda moqueguana», que, en aquellos tiempos, era distribuida en burros con capachos especiales de madera, con sus respectivos «pilotos».
Así que se desató «la guerra». Por cualquier falta, algunas veces leve y otras injustamente y creo que hasta por carcajear, nos disminuían parte de los puntos otorgados. La necesidad obliga, así que nos inventamos «las carretillas de paja», es decir, las llenábamos con un porcentaje de paja, ramas secas, palitos o papeles o cartones arrugados, que los cubríamos con copete de tierrita y desmonte y luego, haciendo «gran esfuerzo», las trasladábamos para registrarlas como «sacrificadas» carretilladas que daban lugar a una rápida recuperación del puntaje. Dicen que: «a ladrón que roba a ladrón, cien años…». Ok, ok. Estamos perdonados.
Y, créanlo o no, el cerro fue bajando de altura durante un año y, en el siguiente, otro y otro tanto, hasta que llegamos al nivel deseado. He de agregar que los «empresarios» solicitaban, además y de vez en cuando, la colaboración voluntaria del alumnado «acojudado» que conservaba invictos sus cien puntos, para que se ejerciten físicamente y colaboren con algunas «carretilladitas» y, de paso, refuercen o acumulen un superávit en la nota de conducta. Claro, mordían el anzuelo y, sin saber, recuperaban el accionar de nuestras «carretillas de paja».
¡Por fin terminó la explotación!, pensábamos con resignado alivio. Pero, ¡oh, sorpresa!, eso no fue todo, pues se necesitó un año más de trabajo para extraer el material más compacto del terreno natural, para hacer la perforación en donde se ubicaría la piscina de un área de 12 metros por 25, cuya profundidad iba desde 1.20 m en un extremo, hasta los 2.50 en el otro, es decir, unos 945 metros cúbicos, equivalentes a unas 1,750 toneladas métricas, en el mejor de los casos.
Felizmente, dos o tres obreros contratados trabajaron en esa tarea, que fue titánica y, a la vez, la hacíamos divertida con nuestra alegría juvenil y, de la mano con las «carretillas de paja», «colaborábamos» con los obreros vaciando sus carretillas cerca del controlador.
Al final, lo logramos. De allí en adelante tocó a los albañiles contratados erigir el resto, apareciendo misteriosamente algo de dinero. La verdad es que al final, merecíamos ser premiados con tantos puntos como toneladas extraídas…, aparte de los muchos soles que se ahorraron y que no sé a dónde fueron a parar… Tampoco sé si Dios los habrá perdonado. ¡Yo no!… ¡Ni ca…!
Fue así que, con el sudor de mi frente y de «todo el cuerpo» más que con el estudio, pude comprender cómo los egipcios construyeron sus pirámides, los griegos el Partenón y cómo nuestros paisanos «tahuantinsuyenses» erigieron la fortaleza de Sacsayhuamán y otras grandes obras… sin tractores ni maquinarias ni teodolitos, y lo peor, sin salario.
Para la inauguración de la piscina (1956), estuvo presente todo el pueblo de Moquegua y alrededores, con una serie de festividades artísticas y deportivas entre participantes locales. Sobresalió la presencia del destacado nadador limeño, Luciano Barchi Pozzo, campeón sudamericano de natación estilo mariposa y tercer lugar en el Campeonato Mundial de pesca submarina a pulmón —para eso sí hubo plata—, quien, para cerrar el evento, hizo impresionantes demostraciones de su estilo mariposa. Cuando el público había abandonado el recinto, y, para «recerrar» los actos, nosotros los dueños de las «carretillas de paja» y algunos más, y en privado, hicimos nuestros «post actos» nadando en todos los estilos, hasta tiritar de frío en horas de la noche en que nos cerraron la puerta, teniendo que salir a la calle trepando las paredes.