POR EDUARDO VEGAZO MIOVICH
Tres memorias de Fiestas Patrias vividas en Ilo, Mendoza y el Callao, que evocan con nostalgia tradiciones, amistades y momentos de orgullo nacional.
El 28 de julio de 1821, fecha gloriosa para nuestra patria, fecha en la que empezó la libertad del humillante yugo español, fecha en la que todos los hijos de este terruño dijimos y por siempre diremos: ¡Somos peruanos y que viva el Perú!
Recordemos, a través del tiempo, algunas Fiestas Patrias acaecidas en tres diferentes lugares, en las que disfrutamos de sus diversas e inolvidables conmemoraciones:
EN EL PUERTO DE ILO
Demos un salto hasta nuestra tierra, puerto de Ilo, y hagamos memoria de los “28 de julio” que se conmemoraban entre los años 1940 al 50:
El antiguo local de la Municipalidad Distrital de Ilo era una edificación de madera y calaminas, precedido por un pequeño corredor con barandas como fachada, ubicada en la segunda cuadra de la calle Mirave, al costado y a unos ocho metros hacia atrás de la fachada del mercado (“recova”), y con frente a la plaza Mariscal Nieto. Es decir, delante de la fachada de esa Municipalidad había un espacio vacío con piso de tierra afirmada que servía como antesala. Al costado sur estaba la “recova”, cuyas paredes anteriores eran un enrejado de madera y las posteriores de calamina; por el lado norte, o continuación de la calle Abtao, estaba la línea férrea por la que pasaba el tren con su antigua locomotora a vapor, que llegaba hasta el cabezo del muelle Fiscal; es decir, esta vía separaba la Municipalidad con el almacén o Depósito de Azufre que se extendía hasta muy cerca de la playa.
DÍA 27 DE JULIO:
Días antes de las Fiestas Patrias, todo el pueblo de Ilo estaba embanderado y el sentir festivo y patriótico era ferviente en todos los pobladores. Al anochecer, se llevaba a cabo el gran “paseo de antorchas” por las principales calles del puerto, propiciado por los profesores de nuestra escuelita 974, que, días antes, eran confeccionadas por los propios alumnos, cortando las cañas, atándolas con pitas y pegando con engrudo preparado por las mamás el papel cometa de colores y, colocando dentro de ellas una velita comprada en la tienda de nuestros recordados amigos chinos del respectivo barrio, sostenida por el cubículo de la caña con la que se portaba la antorcha.
DÍA 28 DE JULIO:
Para las Fiestas Patrias, como hemos mencionado, eran tradicionalmente programados: tedeum y el desfile. No obstante, no todo era solemnidad, no olvidemos que son fiestas conmemorando el onomástico de la patria, es decir, el día en que Perú inició su libertad, tierra que en su seno alberga milenaria historia transcurrida en sus tres regiones: el mar, los Andes y la frondosa selva. Pues por eso, felicitémonos por ser dueños de un país que alberga todos los climas, todos los elementos, todas las etnias, todos los niveles y todas las riquezas en su territorio.
Al aclarar el día, las madres alistaban a sus hijos estudiantes para el desfile, bien bañaditos e impecablemente vestidos de la cabeza a los pies. El espacio frente a la Municipalidad era el lugar en donde se efectuaban los actos solemnes de las Fiestas Patrias ileñas, con la asistencia de todas las autoridades y de casi la totalidad del pueblo, incluyendo los pobladores del valle, quienes, para estas fiestas y recorriendo largos caminos por el río seco, dejaban los quehaceres de la chacra. Menudeaban en los pobladores los ternos nuevos de fino casimir inglés y brillantes zapatos de estreno.
El discurso principal estaba a cargo del alcalde, quien en esos tiempos era elegido a dedo; la directora y el director de las únicas Escuelas de Primaria, en sus alocuciones y reforzando la garganta, lanzaban al aire sus mejores conocimientos de las efemérides; las autoridades repartían premios a los alumnos más destacados durante el semestre, así como distinciones a las personas que ese año habían efectuado actos cívicos destacados en el pueblo. Luego, alrededor de la plaza de forma circular “Mariscal Nieto”, integrada por una pequeña y hermosa pila metálica ornamental enclavada en el centro; formando parte del bien cuidado jardín, un gran y viejo pino que dominaba los espacios confinados por una baranda y una ancha vereda con bancas en su perímetro; es decir, era el lugar en que se llevaba a cabo el desfile escolar y de un destacamento de soldados.
DÍA 29 DE JULIO:
Los días 29 y 30 de julio también eran días feriados. Entre las atracciones programadas por la Municipalidad, se llevaba a cabo la esperada “carrera de burros”, en la que se disputaba el “Clásico José Domingo vs Vilcaparo”. Ese clásico siempre fue ganado por “José Domingo” con la monta de nuestro amigo “Jaime Lero-Lero”. El burro “Josirumingo” –como le decían los chicos–, era de tamaño mediano, de color marrón muy oscuro y una línea vertical blanca en el centro de la cara; de trajinar exclusivamente urbano y de propiedad de la señora Gabina de Valdivia, con el que, a lo largo de las calles, transportaba diariamente el mondongo (vísceras) y otras menudencias, desde el camal hasta la “recova”, para su venta al día siguiente.
La esperada carrera empezaba en el extremo noreste del poblado ileño, o sea, en donde hoy termina el Jr. Moquegua y se inicia la Av. Lino Urquieta, y la llegada en la plaza de Armas. Intervenían tres o cuatro burros chacareros, netamente rurales, premunidos de una “carona” hecha de un pedazo de cuero curtido de carnero bien lanudo, en vez de montura, que iba fuertemente “cinchado” al lomo, siendo “Vilcaparo” con su jockey “Picito” el favorito; los otros, de similar corpulencia y estampa, iban con la monta de “Seisito” y “Pescuezo” y, por supuesto, el único citadino y antes referido competidor: “José Domingo”.
Había gran expectativa en las inmediaciones de la línea de partida, cuyos jueces de largada trataban de alinear las narices de los caprichosos “pura sangre” mediante una soguita bien templada. Una vez logrado el alineamiento, la carrera se iniciaba con el clásico grito: “¡Un, dos y… yaaa!”: los jinetes “chacreños” con chicote en mano iniciaban la competencia sacando varios cuerpos de ventaja a “José Domingo”, pero tan pronto se iban acercando a la meta y, ante las bulliciosas “barras” del público apostadas a ambos costados de la “pista”, paraban las orejas y mermaban la velocidad hasta que se frenaban “en seco” debido al “pánico escénico”, negándose éstos a continuar, pese al esfuerzo y rabietas de sus jockeys, lo cual era aprovechado por la “inteligente y perspicaz estrategia” planteada por su experimentado jockey y el propio “José Domingo”, llegando a la meta con serena sobriedad, contagiada a su jinete, en medio de las aclamaciones de su “hinchada”. El jinete recibió un atado de billetes como premio y “el que hizo todo”, sólo un atado de alfalfa y agua, para recuperar el esfuerzo.
Ese recordado asno se retiró invicto de todos los clásicos que anualmente se llevaron a cabo en el burródromo de la calle Moquegua, al que, con el tiempo, injustamente y sin medallas ni trofeos, esos mismos “hinchas” lo echaron al olvido. Es decir, nació, vivió y murió honrosamente como un buen asno.
Lástima nomás que algunos “burros” de ahora, con terno y corbata, sin pánico escénico alguno y sin saber cómo, han logrado montarse en su curul (montura), aprovechando el apoyo inicial de su hinchada electora que, sin necesidad de galopar, alcanzan niveles jerárquicos de las más altas esferas en su “asnódromo”. Y todo eso, gracias a sus “habilidosas lenguas”, disfrutan de cuantiosas mensualidades que su “stud” les otorga, fuera de “muertos y heridos” y, gracias también a sus diez uñas “mochasueldos”, almacenan cada vez más “sencillito” en sus alforjas, pues para eso no hay estribo que los detenga. Muchos de ellos no merecen ni alfalfa ni agua.
También, entre los juegos de la plaza de Armas de ese día, hubo variados entretenimientos programados para el público: palo encebado vertical, carrera de encostalados, boxeo entre espontáneos y otros, con jugosos premios. En la noche, gran baile de la gente “palo grueso” en el Club Social Ilo; baile en el Club Alianza Ilo, para la gente de “medio pelo”, y baile popular en la Terraza del Muelle, con medio Ilo bailando y la otra mitad mirando desde las barandas del “Hotel Miramar” o desde la “Glorieta”, o desde la plazuelita Billinghurst, la de la palmera de las “cositas del muelle” (pequeños dátiles).
DÍA 30 DE JULIO:
Entre las festividades de esta fecha, que despertaban la mayor expectativa en el puerto de Ilo, estaban las únicas regatas en el mundo con “botes de calamina”. Esta clase de botes, de unos 2 metros de eslora, 60 cm de manga y 50 cm de puntal, contaban con su “sistema de seguridad” en caso de naufragio, consistente en una boya de corcho debidamente atada desde un extremo de una larga cuerdita y, por el otro extremo, al bote, y además un tarrito para achicar el agua cuando fuese necesario. Estos botes eran impulsados por su propio constructor como capitán, timonel y único tripulante en ropa de baño, sentado en una rejilla de maderitas sobre el fondo del bote y premunido también con su “sistema de propulsión”, impulsado mediante dos paletas de madera de unos 25 x 30 cm, una en cada mano del tripulante boga, quien, con la fuerza y habilidad de sus brazos, lo deslizaba a increíble velocidad sobre las aguas de la bahía.
Luego, fulbito en la Terraza del Muelle, palo encebado horizontal en el cabezo del muelle. A continuación, se realizaban las regatas a remos en botes de madera y regatas de lanchas pesqueras a motor, ambas, en su respectivo turno, partiendo desde la Boca del Río hasta el Muelle Fiscal, en un recorrido de unos cinco kilómetros. Por la tarde, y como cierre final de los festejos de Fiestas Patrias, se llevaba a cabo el esperado y tradicional partido de fútbol (intercity) contra los moqueguanos, que casi siempre terminaba en “bronca”.
EN MENDOZA, ARGENTINA (1959)
Con relación al 28 de julio, aniversario de nuestra amada patria, al dirigirme a ustedes no podré olvidar aquella vez en que, siendo estudiante en San Juan, Argentina, y por ser peruano, mis mejores amigos y compañeros de la universidad, en un fin de semana más próximo a esa fecha, quisieron hacerme un regalo por el aniversario del Perú (1959).
Para lo cual, nos trasladamos a la ciudad de Mendoza. Allí me prestaron una bicicleta y, en grupo, me invitaron a visitar “El Cerro de la Gloria”, ubicado en las afueras de esa ciudad vitivinícola de Mendoza. A ese cerro, cubierto de vegetación y de muy agradable aspecto, se accede por sendas peatonales o en automóvil y, por supuesto, en “bici”, por caminos pavimentados y con varios “miradores” en el trayecto, desde donde se aprecian agradables paisajes, tanto de la ciudad como de la campiña dominada por extensos viñedos y árboles hasta donde la vista alcanza, así como la cordillera andina por el oeste. Eso sí, el pedaleo en “bici” es agotador.
En la cima del referido cerro se encuentra el gran “Monumento Nacional al Ejército de los Andes”, erigido en honor a la gesta del Cruce de los Andes por el Ejército de los Andes, encabezado por el general José de San Martín. Ese monumento está erigido sobre una base rocosa natural, realizado en bronce, y consta de una estatua ecuestre del general San Martín, complementada por ambos costados y en alto relieve, con el “Cuerpo de Granaderos a Caballo” y demás esculturas en honor a esa gesta.
Fue del “Cerro de la Gloria” desde donde el general San Martín partió con sus tropas, encaminándose por el norte hasta San Juan (177 km) y, desde allí, desplazándose por la quebrada de Zonda, cruzó la cordillera hacia la independencia de Chile y, posteriormente, hacia la del Perú.
Este rincón del patriotismo –“Cerro de la Gloria”– no es difundido en nuestra patria, pero vale la pena recordarlo, llevarlo siempre en el corazón y, de ser posible, visitarlo. Fue un inolvidable regalo de mis recordados amigos argentinos. Previo a nuestro retorno a San Juan, disfrutamos de un delicioso asado que nos convidó la amable madre de uno de mis compañeros mendocinos.
EN EL PUERTO DEL CALLAO (1997)
Ahora, traslademos nuestra memoria a otros tiempos y a otro lugar, a donde circunstancias de la vida nos llevaron. Fueron razones laborales las que nos situaron en el puerto del Callao, específicamente laborando en la Oficina Central de la Empresa Nacional de Puertos – ENAPU S.A. Trabajando fuerte y con mucha dedicación por más de cuarenta años, viví muchos momentos felices que, en cierto modo, fueron recompensados con algunas distinciones y ascensos que significaron alegría y felicidad personal y familiar, así como la compañía de amigos inolvidables.
Diariamente, era norma de la empresa izar la bandera nacional minutos antes de la jornada diurna en la explanada de la bandera, lo cual estaba a cargo del personal de seguridad propio. Sin embargo, hubo fechas y circunstancias en que, en esa área, se llevaron a cabo homenajes especiales ligados a tales fechas, con la presencia del personal en general.
En una de esas ocasiones, con motivo de la conmemoración que la empresa rendía al aniversario patrio del año 1997, la alta dirección convocó a todos los trabajadores para participar del izamiento de la bandera nacional y demás homenajes a la patria. Al mismo tiempo, fui citado por la Gerencia General para que me presentara en la plazoleta de la referida asta monumental, concediéndome el honor de izar la bandera por haber obtenido ese año el mayor puntaje como el “Trabajador del Año a Nivel Nacional en ENAPU” y haber sido ascendido, hacía poco tiempo, al rango de ejecutivo y, consecuentemente, personal de confianza de la empresa.
Fueron momentos de gran emoción para mí, no solo por la distinción de la que fui objeto, sino por ser la primera vez que me cupo el honor de izar la bandera. Durante la ceremonia, mientras daba cada tirón de la driza, me embargaron la emoción, la satisfacción y el orgullo. Una vez terminado el acontecimiento, y de haber recibido las felicitaciones del caso, continué realizando mis labores de costumbre.
Finalmente, felicitémonos por ser el departamento de Moquegua y, en especial, nuestra patria chica, Ilo, parte de esa belleza y riqueza de nuestro Perú.
¡Qué cristal radiante era mi puerto Ilo!
