Por: Mauricio Aguirre Corvalán
El flash electoral de América TV e IPSOS encendió todas las alarmas, el conteo rápido al 100% confirmó las cifras y hasta dónde va el resultado oficial de la ONPE todo parece estar consumado. Pedro Castillo de Perú Libre y Keiko Fujimori de Fuerza Popular disputarán la segunda vuelta electoral en un escenario que para muchos ha sido una sorpresa, producto del hartazgo de un votante que se siente excluido de un sistema que no lo representa, y que tampoco siente que la clase política y el Estado sean capaces de darle caminos de solución para sus problemas esenciales.
En redes sociales y en los análisis en diferentes medios de comunicación se escucha hablar de un Perú olvidado del que nadie se ocupa y al que Lima prefiere ignorar, y que ese es el voto que ha emergido a través de la candidatura de Pedro Castillo para decirle al stablishment que no los representa y que reclaman a gritos un país diferente.
Se habla del “fenómeno” Castillo como una manera de explicar la irrupción popular del Perú olvidado, del Perú de los excluidos.
Pero lamento decirles que este no es un fenómeno nuevo, y que más bien se repite cada cinco años en los comicios presidenciales hace más de 30 años desde que en 1990 Alberto Fujimori ganara las elecciones justamente con el voto de quienes se sentían fuera del sistema tras los estrepitosos fracasos de los gobiernos de Fernando Belaunde y Alan García.
Para poner en contexto el “fenómeno” Castillo y no analizarlo como un hecho aislado es necesario mirar la evolución del voto presidencial en las 5 últimas elecciones para así ver que el voto de los excluidos siempre estuvo presente y ha sido consistente, y que la votación del último domingo no se explica tanto por las virtudes del candidato, sino por el harakiri de la propia clase política tradicional.
En la elección del 2001, Alejandro Toledo representó al votante excluido y logró el 36% de los votos en primera vuelta. Si bien no era un candidato de izquierda, su imagen de personaje exitoso que venció a la pobreza extrema era perfecto para canalizar el voto de los excluidos. En su gobierno, sin embargo, los excluidos nunca salieron del olvido.
En el 2006 el voto de los excluidos fue canalizado por Ollanta Humala con el 31% de las preferencias en primera vuelta. Con polo rojo y un discurso de izquierda radical ofrecía una economía absolutamente regulada por el papá Estado que iba a sacar a todos de la pobreza y prometía convertirnos en la Venezuela de Hugo Chávez. Humala perdió las elecciones en segunda vuelta con Alan García, quien durante 5 años navegó al ritmo de los boyantes precios de las materias primas para mantener las cifras de un crecimiento económico que chorreaba mucho para arriba y poco para abajo.
En el 2011 Ollanta Humala volvió a capturar el voto de los excluidos con el 32% en la primera vuelta. Si bien había cambiado el polo rojo por el blanco su programa de La Gran Transformación no distaba mucho de lo que hoy plantea Pedro Castillo en su plan de gobierno. En segunda vuelta ganó las elecciones tras mandar La Gran Transformación al baúl de los recuerdos y apostar por La Hoja de Ruta, que lo hizo pasar de un amenazante Hugo Chávez perucho a un elegante social demócrata europeo.
En el 2016 el voto de los excluidos estuvo representado por Verónika Mendoza y Gregorio Santos, que entre ambos sumaron sólo el 23% de las preferencias de la primera vuelta y estuvieron alejados del 30% de las elecciones anteriores. Esto porque un porcentaje del voto excluido fue captado por Keiko Fujimori, que logró el 40% de los votos en primera vuelta.
En la elección del domingo, números más números menos, el fenómeno de las últimas 4 elecciones se ha repetido. Según el conteo rápido de IPSOS al 100%, que seguramente variará sólo por décimas del resultado oficial, sumados los votos de Pedro Castillo y Verónika Mendoza tenemos el 26% de las preferencias, y si a eso le sumamos un porcentaje de votos de los excluidos que optaron por Yonhy Lescano, estamos hablando de un 30%, la misma votación que se mantiene consistentemente desde el 2001. Hay que añadir que Castillo tiene 18% en esta elección, la misma votación que logró una más radical Verónika Mendoza en el 2016.
El voto de los excluidos no ha variado mucho y sólo cada 5 años busca un nuevo candidato donde depositarse. No es que sea más radical, pero esta vez Pedro Castillo es un candidato que será más difícil que pueda ser absorbido por el stablishment.
Lo que ha cambiado en realidad y que muchos no quieren ver es el otro voto, el de los incluidos. En las 4 elecciones anteriores este voto se aglutinaba en 2 o máximo 3 candidatos, mientras que los resultados del domingo pasado muestran el verdadero “fenómeno” nuevo en la política nacional. Un voto del poder establecido totalmente disperso donde el 56% de los votos se divide en 7 candidatos presidenciales.
Pedro Castillo y sus votantes están ahí hace años. No son más ni son menos, son sólo más visibles por el desastre de nuestra clase política tradicional.