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La soberanía del voto, ad portas

No hay marcha atrás, tenemos lo que tenemos, que fría reiteración, y se tiene que decidir; los candidatos son secuela de su voluntad de serlo, pero el elegir y decidir es resultado de la sabia decisión del pueblo; somos los ciudadanos quienes finalmente decidimos…

POR: VICENTE ANTONIO ZEBALLOS SALINAS  

Pareciera una expresión redundante, hasta ociosa, pero necesaria en la fase final de un proceso que en una semana se cierra; el próximo lunes tendremos nuevos alcaldes y Gobernadores, estos últimos si superan la valla electoral, evitando la segunda vuelta. Quienes salgan elegidos, no sólo son resultado del número mayoritario de votos, sería una respuesta cuadriculada, sino de la decisión que libre, autónoma y discrecionalmente asumieron cada uno de los ciudadanos-electores, en la soledad de la cámara de votación, premunido de su arma democrática: la cédula de sufragio, y sujeto a una exclusiva responsabilidad de decidir por quién votar.

Consecuencia de esa determinación mayoritaria se construye la relación legalidad-legitimidad de origen, es decir quienes han de gobernarnos gozan de nuestra confianza, percibimos que están capacitados para el ejercicio de esa compleja función, que no es un mandato unipersonal sino que cuenta con un soporte técnico profesional selecto, que tiene perfectamente identificados los problemas de su ámbito de jurisdicción, que está en la aptitud de identificar y abordar los proyectos estratégicos con prioridad entendiendo lo acortado del mandato, que asumirá con inmediatez un plan de contención contra esa lacra de la corrupción y que sin aún asumir el cargo, empieza a ensombrecer su gestión, que la humildad y desprendimiento electoral serán conductas irrenunciables en su labor representativa. Estamos en la decisión correcta si nuestro voto va en esa perspectiva.

Sin embargo, inmersos en el proceso electoral surgen mensajes orientadores, otros cautos, muchos otros tratando de inducir al elector: “votemos por el mal menor”, todos los candidatos son malos, pero finalmente por alguien tenemos que hacerlo, y dentro de todos es él, quien menos denuncias tiene o tiene las manos limpias, nunca fue autoridad; “tiene experiencia”, pues ya fue autoridad, no ingresará a aprender y su recorrido le dará solvencia para las decisiones que asumirá desde el primer día; “se lo comerán vivo”, su inexperiencia y nulo conocimiento de la administración pública permitirá que otros decidan por él y le sobrevendrán procesos judiciales; “es un profesional y conoce”, su formación académica es garantía de buen gobierno y acuciosidad en la gestión; “se expresa muy bien y sabe lo que quiere”, la habilidad para hilvanar ideas lo hace dúctil para comprometer a los ciudadanos en la gestión; y aun comprometiendo la sensibilidad ciudadana “es buena gente, saluda a todos”, es uno de nosotros, vivió en tal barrio y se educó conjuntamente con mis hijos. Cuantos más alegatos surgen de la positiva y noble creatividad humana para ensalzar una propuesta, que pueden llevar al éxito como al fracaso, pero podrían perfectamente sobredimensionar una candidatura u ocultar graves limitaciones, que a la postre llevan a la decisión colectiva por el sinuoso camino del desastre de gestión, postergando una legítima expectativa de desarrollo, profundizando la brecha de desconfianza hacia las instituciones democráticas. En política, no hay verdad advertida, son los hechos sobrepuestos quienes la evidencian; la única verdad es la confianza ciudadana -no de todos, por supuesto-puesta en nuestras formas democráticas por elegir a los mejores que permitan gestiones óptimas en la disposición de devolverles tranquilidad, bienestar y sostenibilidad, lo que no es pedir mucho.

El panorama electoral en las provincias y distritos, se muestra diferente a lo que se evidencia en Lima, algunos analistas por lo percibido en la campaña electoral tanto en candidatos como en propuestas califican como “campaña para el olvido”, donde priman más los protagonismos personales, la agresividad de los dardos acusadores sobre lo que realmente quiere y necesita Lima; al interior del país, en unas circunscripciones más que en otras, se percibe una auténtica efervescencia ciudadana, volcados en una irrefrenable lucha electoral puerta por puerta, bullicio por bullicio, folleto por folleto, cual si fueran productos de mercado “compre caserito que se agota y no hay más”, copamiento de los medios de comunicación especialmente radiales, a veces relegándose al propio candidato; un analista, bajo los cánones académicos diría que es una fiesta democrática, pero realmente lo es?

Hoy en día los gobiernos subnacionales, son sobre dependientes de las transferencias del gobierno nacional, renunciando a su capacidad de recaudación, aunque hay excepciones, y esto responde a los importantes recursos que las actividades extractivas permiten y vaya que son muy importantes, por tanto municipios como regiones son los reales impulsores de la actividad económica, empezando por su amplio programa de inversiones, sean por contrata o administración directa, y la subsecuente generación de empleo. Es inocultable, que muchas muestras de simpatía incluso militancia activa se ven sensibilizadas por las oportunidades laborales, que no es mezquino entendido como necesidad humana, pero va distorsionando la propuesta de gestión; el trato preferencial de un sector de prensa a determinados candidatos responde a la publicidad comprometida y a la expectativa de la que pueda sobrevenir; las variopintas formas de acentuar el símbolo, el nombre o rostro de la agrupación y candidato, tienen un costo económico y se evidencian campañas agresivas, lectura de importantes gastos de difusión y aún más, la imprescindible movilización que tiene que hacerse por toda la jurisdicción.

Sin darnos cuenta, estamos desnaturalizando la gestión en municipios y regiones, asumiendo que deben responder a atención cortoplacistas, demandas de empleo, inversiones coyunturales, decisiones de gestión motivadas por movidas ciudadanas, distanciándonos de la planificación, del orden, del crecimiento, de la solidez y perdurabilidad de las inversiones, de la priorización de los proyectos estratégicos que no den sostenibilidad en el tiempo; suena nostálgico y no debería serlo, porque debería ser un padrón del quehacer en la gestión pública subnacional, impulsado en los albores del presente siglo, priorización de proyectos estratégicos y de ciudad con participación ciudadana, presupuesto participativo, planes de desarrollo, que sin bien existen, pero más como formato que como auténtica voluntad política de un ejercicio serio y prudente de la gestión.

No hay marcha atrás, tenemos lo que tenemos, que fría reiteración, y se tiene que decidir; los candidatos son secuela de su voluntad de serlo, pero el elegir y decidir es resultado de la sabia decisión del pueblo; somos los ciudadanos quienes finalmente decidimos, en ese abanico de propuestas y contrapropuestas, es comprensible y plausible definirse por una afinidad ideológica-política, por la sana expectativa que siembra un candidato, por la contundencia y claridad del mensaje, por las propuestas concretas y viables, porque nos dan garantías de gestión transparente, responsable y con liderazgo. Quien sea elegido, cumple su ciclo en cuatro años y será remplazado, tiempo en el cual deberá dejar concretado todos los compromisos, o por lo menos procesarlos y encaminarlos, que asumió frente a los electores. Es aquí donde descansa la soberanía del voto, decidimos nosotros, que sea un ejercicio democrático de compromiso con nuestra conciencia, de responsabilidad con nuestro presente y futuro; una oportunidad donde el actor principal eres tú y tu voto, y puedes hacerlo, hazlo bien.

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