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La decadencia de la política (IV)

…salvo Paniagua, todos los últimos presidentes de 1993 a la fecha tienen o han tenido problemas de tipo legal y sin embargo fieles al castigo, seguimos eligiendo tanto a nivel nacional, regional, provincial y distrital a personajes cada vez más incompetentes y soberbios.

POR: CÉSAR A. CARO JIMÉNEZ     

Al finalizar mi anterior artículo escribí que cualquiera que sea el próximo presidente, los años venideros serán difíciles y nuestra decadencia política será cada día más álgida, en tanto no se ataque el problema por la raíz, lo que a mi entender significa cambiar las actuales reglas de juego y la forma de elegir tanto a los congresistas, como al máximo funcionario(a) de la nación.

Soy consciente de que lograrlo es harto difícil tanto por la costumbre, como por la creencia popular que deviene en gran parte de nuestra formación católica, que busca o está en espera del profeta escogido que habrá de conducirnos al paraíso. Por ello cada cierto tiempo, personajes sin la preparación adecuada, –y de la noche a la mañana–, “sintonizan” con el imaginario popular que vota más en función de sentimientos que de capacidad, ideas o razones, encumbrando ciegamente a políticos que a decir de un gobernante del siglo pasado: son siempre lo mismo. Prometen construir un puente, aunque no haya río.

Y quizás por ello, es decir por su incapacidad, salvo Paniagua, todos los últimos presidentes de 1993 a la fecha tienen o han tenido problemas de tipo legal y sin embargo fieles al castigo, seguimos eligiendo tanto a nivel nacional, regional, provincial y distrital a personajes cada vez más incompetentes y soberbios.

Y todos ellos, son electos gracias a sus “vientres” de alquiler en los que son amos y señores y a los que graciosamente se califica como partidos.

Y aquí cabría mencionar varios ejemplos de otros países en los cuales, si hay organizaciones políticas serias, pero tan solo mencionaré el caso español, en el cual hoy en día hay tan solo cuatro partidos importantes: el Partido Socialista Español, (PSOE), hoy en el poder, el Partido Popular, (PP), Podemos y Ciudadanos por el Cambio. En esta ocasión me ocuparé de los primeros, que se caracterizan por ser instituciones que forman políticos “profesionales” que se especializan en diversos temas políticos, económicos y sociales y los cuales pueden ser reelegidos de acuerdo a su desempeño y las decisiones de su partido y de los electores y no de personajes varios pintos como Vizcarra, Acuña, López Aliaga, etcétera.

Y aquí una observación: esencialmente se vota cada cuatro años por los partidos, sus programas y propuestas antes que por la persona designada por la agrupación política para defender su ideario en los debates públicos y el cual en caso de tener mayoría en las Cortes Generales que representan al pueblo español y que están formadas por el Congreso de los Diputados y el Senado. Cuando ya se han formado las Cortes, el candidato del partido que ha ganado las elecciones pronuncia un discurso ante el Congreso. Los diputados deben entonces votar para designarle como presidente del Gobierno siempre y cuando el partido tenga mayoría absoluta en esta cámara, el candidato será elegido sin mayores complicaciones. Pero si la repartición de escaños está más repartida, los partidos tendrán que pactar. Y aquí otros detalles singulares: en caso de no lograr mayoría, el rey podrá proponer a otros candidatos y si pasados dos meses de la primera votación no se consiguiera la investidura, las Cortes quedarían disueltas y se convocarían nuevas elecciones generales.

El otro dato es que al contrario de lo que ocurre en nuestra patria, en España no hay personajes indispensables, lo que en la práctica ocurrió con Felipe González que no obstante su carisma y capacidad, el partido decidió que ya había cumplido su ciclo y lo convocaron para preparar nuevas generaciones, siendo reemplazado por Rodríguez Zapatero y éste a su vez por el actual presidente Pedro Sánchez. Lo mismo ocurrió en el Partido Popular con José María Aznar y Mariano Rajoy. En todos los casos primó aparte de la calidad personal de los presidentes mencionados, la decisión de cada partido. ¡Aquí es todo lo contrario!

Por todo ello y por las experiencias en otros lugares del mundo, y recordando a Walt Whitman que allá por 1890, escribió que los principales males que aquejaban a la democracia eran el individualismo y el egoísmo como patrón de conducta, aparte de señalar que la misma es una experiencia inacabada, una palabra a medio escribir, un proceso cargado de posibilidades y riesgos: «Con frecuencia hemos impreso la palabra ‘democracia’. Sin embargo, no me cansaré de repetir que el significado real del término permanece aún dormido, todavía no ha sido despertado, a pesar de la resonancia y de las airadas tempestades en que se han ido formando sus sílabas, desde la pluma o la lengua. Es una gran palabra cuya historia, creo yo, no se ha escrito aún, porque esa historia está todavía por vivirse».

Sobre todo, en nuestra patria y en los años que vivimos, –o sufrimos—y donde quizás ha llegado la hora de imitar en parte a España y otros ejemplos trasnacionales y obligar a que haya en nuestra patria verdaderos partidos políticos, que formen, si cabe la calificación, políticos profesionales que respondan más que a sus intereses, al ideario, propuestas y objetivos del partido.

No hacerlo, permitirá que sigamos rumbo al abismo en medio de las protestas de todos los sectores de la vida social, la que se refleja en el apoyo a candidaturas bien por el miedo, bien por el espíritu de revancha de aquellos que han visto el colapso del Estado por la pandemia. Protesta o revancha que nuestras autoridades solo la perciben cuando es estridente o cuando ya es demasiado tarde.

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