POR: CÉSAR A. CARO JIMÉNEZ
Es cierto, pocas veces como en estos últimos tiempos venimos experimentando una sensación de pesimismo acompañada de una mayoritaria indiferencia, en todos los niveles sociales del país en cuanto al futuro de esta “comarca de desconcertada gente a la que denominamos Perú”; ello quizás porque aún no entendemos que ser una Nación o ser un Estado no implica solo tener fronteras delimitadas, una bandera o un himno. Ser una nación, –y lo repito una vez más recordando a Renán–, implica dos cosas que, a decir verdad, no son más que una, constituyen esta alma, este principio espiritual.
Una está en el pasado, la otra en el presente. La una es la posesión en común de un rico legado de recuerdos; la otra es el consentimiento actual, el deseo de vivir juntos, la voluntad de continuar haciendo valer la herencia que se ha recibido indivisa (…). La nación, como el individuo, es la consecuencia de un largo pasado de esfuerzos, de sacrificios, de desvelos (…). Un pasado heroico, grandes hombres (…), he aquí el capital social sobre el cual se asienta una idea nacional. Tener glorias comunes en el pasado, una voluntad común en el presente; haber hecho grandes cosas juntas, querer hacerlas todavía, he aquí las condiciones esenciales para ser un pueblo. Se ama en proporción a los sacrificios soportados, a los males sufridos. Se ama la casa que se ha construido y que se transmite (…). Una nación es pues una gran solidaridad, constituida por el sentimiento de los sacrificios que se han hecho y los sacrificios que todavía se están dispuestos a hacer. Supone un pasado; se resume, no obstante, en el presente por un hecho tangible: el consentimiento, el deseo claramente expresado de continuar la vida en común. La existencia de una nación es un plebiscito de todos los días”; consulta cotidiana en la cual, al menos en gran parte del Perú, la respuesta es negativa o pesimista. Y aquí cabe resaltar que no podría ser de otra forma, desde el momento que habiendo transcurrido varios siglos desde la “declaración de la independencia”, muchos peruanos en el papel, son extranjeros en la práctica en la medida que siguen viviendo, –sobreviviendo es mejor término–, en forma casi igual a la de los años aurorales de la república.
¡Y en tanto han estado tranquilos y sumisos no nos hemos preocupado, ni los grupos medios, ni las clases pudientes!
Pero hoy, en que llevados por resentimientos, –que me rehúso a calificar o valorar como justo o injusto — recurren a la violencia, abonada por su insuficiente educación, los avances tecnológicos y la desproporción entre lo que ganan las empresas y lo que recibe el Estado, en una sociedad como la nuestra, engorrosa y mayoritariamente subdesarrollada en todos sus niveles, sobre todo en el político, cultural y económico, salen a relucir los complejos y cierta forma de racismo que exige la represión por la represión, lo que lograría que continué vigente la iniquidad social, aquella que hizo escribir a González Prada, al que muchos se refieren con admiración, sin haberlo leído: “La justicia consiste en dar a cada hombre lo que legítimamente le corresponde; démonos, pues, a nosotros mismos la parte que nos toca en los bienes de la Tierra. El nacer nos impone la obligación de vivir, y esta obligación nos da el derecho de tomar, no sólo lo necesario, sino lo cómodo y lo agradable. Se compara la vida del hombre con un viaje en el mar. Si la Tierra es un buque y nosotros somos pasajeros, hagamos lo posible para viajar en primera clase, teniendo buen aire, buen camarote y buena comida, en vez de resignarnos a quedar en el fondo de la cala donde se respira una atmósfera pestilente, se duerme sobre maderos podridos por la humedad y se consume los desperdicios de bocas afortunadas. ¿Abundan las provisiones? Pues todos a comer según su necesidad. ¿Escasean los víveres? Pues todos a ración, desde el capitán hasta el ínfimo grumete”.
¡Pero no! Me temo que lo que viene ocurriendo, lamentablemente le da la razón a otro de nuestros mayores historiadores, don Jorge Basadre “Quiénes únicamente se solazan con el pasado, ignoran que el Perú, el verdadero Perú es todavía un problema. Quiénes caen en la amargura, en el pesimismo, en el desencanto, ignoran que el Perú es aún una posibilidad. Problema es, en efecto y por desgracia el Perú; pero también felizmente, posibilidad”. Posibilidad que puede diluirse o perderse para siempre al ver que todos los puntos cardinales de nuestro devenir social han sido capturados, ayudados por engorrosas normas y leyes por el clientelismo, el autoritarismo, el centralismo y la corrupción, que han dado lugar a que en casi todos los niveles de “gobierno”, reinen los tres grandes enemigos que han impedido la consolidación de la promesa peruana: los Podridos, los Congelados y los Incendiados…Sin que se pueda apreciar ninguna luz en el túnel. ¡No existen partidos, más allá de las etiquetas, como tampoco equipos ni lideres!