In memoriam José Palomino Uría

Era puntual, responsable y trasmitía al alumno el afán de imitar la responsabilidad y puntualidad. Tolerante con el joven inquieto, como debe serlo todo buen profesor. Con la promoción 1967 tuvo un contacto especial, él mismo nos lo confesó. Fue nuestro profesor tutor cuando cursábamos el cuarto año.

5053
Profesor José Palomino Uría (derecha) con su exalumno Wilfredo Jaramillo

POR: GUSTAVO VALCÁRCEL SALAS

La mañana del martes 29 de enero, nos dieron la ingrata noticia del fallecimiento de nuestro querido profesor y amigo José Palomino Uría.

Fue uno de los profesores que llegaron de Arequipa por los años sesenta a enseñar al Colegio Nacional de La Libertad. Entre ellos estuvieron Felipe Ramos Ponce de León, Rodolfo Álvarez Salinas, Edulfo Velásquez Muñoz,… la mayoría recién egresados que vinieron a iniciarse como profesores, jóvenes y entusiastas.

Lo conocimos cuando ingresamos a tercer año, Palomino enseñaba Literatura, nos acompañaría hasta quinto. Ahora el Colegio era la GUE Simón Bolívar. Ya habíamos oído hablar de él, los alumnos que nos antecedían nos trasmitieron la idea de que era un profesor severo, demasiado exigente y de que su materia era de las más áridas, complicadas y desagradables, como se juzgaba también a las Matemáticas, a Física y Química, que buen porcentaje de alumnos solía subsanar en marzo.

En verdad, tercer año era uno de los más difíciles, pero sobre todo por la edad de los estudiantes. Bordeábamos los catorce años, edad de transición, llena de sueños, ilusiones y desengaños, de aprendizaje y caminos inciertos; de rebeldía y convicciones efímeras; de querer y no saber qué, como diría Darío “cuando quiero llorar no lloro y a veces lloro sin querer”.

Nuestra primera sorpresa fue que el curso lo llevábamos desdoblado en varios cuadernos, único caso en los cinco años de secundaria. Además del texto de clases, había uno especial para la ortografía en el que tomábamos notas de los dictados; otro para vocabulario, en el que había que buscar los significados de las palabras en el diccionario; más el de antología y el de composición.

En efecto, una de las preocupaciones de nuestro profesor era que aprendiéramos ortografía y redacción, énfasis que puso en los tres años que nos enseñó. Bien en los dictados o sacando al estudiante a la pizarra. Esa es una de las características por las que más lo recordamos quienes fuimos sus alumnos y siempre se lo agradecimos. Quienes recibimos sus enseñanzas nos preciamos de una ortografía superior a la del promedio

Era puntual, responsable y trasmitía al alumno el afán de imitar la responsabilidad y puntualidad. Tolerante con el joven inquieto, como debe serlo todo buen profesor. Con la promoción 1967 tuvo un contacto especial, él mismo nos lo confesó. Fue nuestro profesor tutor cuando cursábamos el cuarto año. La magnífica relación se refrendó cuando nos acompañó en el viaje de promoción que hicimos a la ciudad del Cusco. Fue el profesor tesorero, era la persona ideal para cumplir esa función, lo hizo a cabalidad como era de esperarse.

Su desprendimiento lo confirmó cuando el empeño de un grupo de estudiantes nos llevó a formar una academia preparatoria pre universitaria en la que comprometimos a un grupo de profesores para que nos dictara las clases gratuitamente. El profesor Palomino estuvo entre ellos, poniendo siempre hincapié en la ortografía y la redacción.

También fue practicante del deporte, aunque sin destacar por su habilidad, era efectivo ciento por ciento. Su tolerancia y buen humor lo reflejaba cuando jugaba en la selección de profesores del Colegio.

En una ocasión, en el campo deportivo del plantel, enfrentando a otra selección de profesores, los bolivarianos golearon de manera contundente por cinco goles, Él fue el autor de todos los tantos, marcando desde todos los ángulos y hasta de cabeza; era una lección práctica de pundonor. Cuando al día siguiente se asomó al salón, brotó de toda el aula un espontáneo clamor de reconocimiento, como el que se da a las figuras deportivas. —Vamos jovencitos, no es para tanto — respondió.

Al finalizar el último día de clase, en quinto año, no dijo que muchos de ustedes partirán a seguir estudios superiores, otros no podrán hacerlo, pero sobre toda carrera hay una que es universal y es la de ser hombres en el más cabal sentido de la palabra. Días después tuvimos un almuerzo de camaradería, en la que estuvo presente él, el director y algunos educadores más. Nos repitió su mensaje, el de la carrera universal.

El afecto que supo inspirar en sus estudiantes fue recíproco. Era natural que veinticinco años después, cuando conmemoramos las bodas de plata de egresados, de manera unánime lo escogimos como uno de los profesores de tan sentido reencuentro, junto a Nelson Barrera, otro de los profesores que nos dejara los más gratos y vivos recuerdos.

Desde entonces, la promoción 1967 se reunió todos los años en el aniversario del Colegio. En cada ocasión el profesor Palomino era motivo de grata recordación; supimos que en su casa se dedicaba a cultivar flores que vendía en un mercado de la ciudad de Arequipa. Sin duda pasatiempo de poeta.

Cuando festejamos las bodas de oro de la promoción 1967 fue natural que los invitáramos a estar presente, junto a otro muy querido profesor, Óscar Montalvo, que conformaba el trío de los maestros más recordados por toda una generación bolivariana, pero la inflexible muerte nos lo arrebató. Sólo nos quedaba el profesor Palomino que se excusó por que la edad ya no le permitía viajar. Sin embargo nos envió una carta, verdadera clase, que fue leída en esa ocasión, ahora teníamos el doble de la edad que tenía nuestro profesor cuando nos enseñó.

Ha pasado medio siglo desde que abandonamos las aulas, y al volver la vista atrás recordamos con afecto, gratitud y sincero reconocimiento a quienes se entregaron por enseñarnos el camino de la profesión universal. Entre ellos el profesor José Palomino fue uno de los que destacó con nitidez.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí