POR: JULIO FAILOC RIVAS
Tengo varias razones que me hacen sentir una conexión mágica con Ilo. Es tan grande la atracción que siento por esta ciudad que no he cambiado mi DNI, solo para tener motivos de regresar -por lo menos cada cuatro o cinco años- aunque sea para sufragar en las elecciones. Sigo de cerca lo que acontece en Ilo y escribo, semanalmente, temas de coyuntura, desde hace muchos años en un medio local. De vez en cuando me escapo a Ilo, para pasar el verano con mis hijas y mi esposa, a disfrutar de sus playas y de los amigos que he ido perdiendo inexorablemente con el tiempo.
Debo reconocer que esta ciudad me dio todo lo que tengo y soy: mi esposa, una de mis dos hijas, mi primer auto (un WV escarabajo del 82 que tuve que vender en 500 dólares a un arequipeño por falta de liquidez, la recesión y el desempleo de ese tiempo), mi crecimiento personal y profesional. Todo ello me hace sentir más Ileño que el Ileño más antiguo y ranqueado de Ilo que se ufana de ser el Ileño más Ileño de todos los ileños.
Conocí y me enamoré en Ilo de la chica que tiene los ojos de café, cuya la mirada no me deja hasta ahora dormir. La conquiste por cansancio y me case con ella luego de seis años de haberla conocido y seguido. Tengo dos hijas con ella, de las cuales una de ellas, Maryareghina, nació en Ilo. Nos juramos amor a perpetuidad en Ilo, cosa que pienso cumplir, salvo uno de los dos, por el azahar de la muerte, tenga que partir primero.
Debo confesar que mi relativo éxito personal –si éste es el caso- también se lo debo a esta gran ciudad. Ilo fue un laboratorio de procesos sociales y de desarrollo urbano planificado que me ayudo a crecer y ser una mejor persona. Todo lo que sé en materia planificación, liderazgo, gestión concertada y participativa, lo aprendí de manera práctica y experimental. A Ilo, de la misma forma, le debo mi tesis de maestría, en ella sintetizo los factores claves que en explican en cierta forma el desarrollo local y la gobernabilidad que se dio en esta ciudad durante treinta años de manera consecutiva.
La mejor definición que tuve de una “visión compartida” fue la de una conversación de Ernesto Herrera, ex alcalde de Ilo, por cuatro veces, con José Luis López Follegatti en donde el primero le decía al segundo: «No son los Planes de Desarrollo, las Plataformas de Acción, los Programas, de eso tuvimos mucho y fueron importantes, pero esa no era lo sustancia de una visión. La suma de intereses y deseos producidos y escritos en reuniones no alcanzan esta definición. No es expresión de necesidades, aunque se nutra de las mismas. Una visión que se propone perdurar, no las fugaces, no nace de una polarización social, es más bien un diseño abierto y detallado en la cual todos participan”.
Los mejores amigos, que perdí y los de ahora, también me los brindó esta tierra generosa. Gente desprendida y con propósito de vida, de las que aprendí y sigo aprendiendo a ser una mejor persona: José Luis López Follegatti, Narda Rejas (a quien le debo estar casada con mi esposa), Dionisio Vente, Edmundo Torrelio y “El Caballero Carmelo” (viejo adorable de quien no pude despedirme y que aún no me recupero de su muerte) que ya no están y que estoy seguro me esperan en la eternidad, también están Ernesto Herrera, Walter Melgar, Ángela Gutiérrez, Lily Rejas, Denis Rojas, Marco Chujutalli, Eroll Pacheco, Moisés Arce, Lourdes Blanco, entre otros que por razones de espacio, no de memoria, no puedo citarlos, con los que estoy seguro, que en los lugares donde están, seguiremos luchando por una patria más justa.
En fin, son tantas cosas que le debo a Ilo, que no puedo de dejar de dedicarle algunas líneas por el 49 aniversario que acaban de cumplir. Ilo siempre será como lo decía el gran poeta Juan Gonzalo Rose: “Nudo de inquietudes, plaza de victorias”. ¡Salud por eso!