POR JULIO FAILOC RIVAS
Este ha sido uno de los procesos electorales más complejos que ha tenido el país, plagado de desconfianza, miedo e incertidumbre y con resultados impensados que podrían colocar en riesgo la gobernabilidad del país. Ambos candidatos que han pasado a la segunda vuelta tienen trayectorias de corte autoritario que hace de sus propuestas difíciles de ser creíbles.
Los resultados al 100% de la ONPE dio como ganadores para pasar a la segunda vuelta a Pedro Castillo con 19.1% y Keiko Fujimori con 13.4 % de los votos válidos (descontando los votos nulos y blancos). De Castillo era previsible por su tendencia creciente en las últimas semanas, pero de Fujimori pocos se explican cómo es que estando estancada por siete meses consecutivos haya pasado a la segunda vuelta electoral. Alguna gente habla de fraude, pero sería irresponsable afirmarlo, pues, aunque las denuncias de actas fraguadas al parecer son ciertas, también es verdad que han sido hechos aislados, difícil de tipificarse como un fraude orquestado.
El rápido incremento de las preferencias por Castillo de las últimas semanas se explicaría porque la mayoría de la población no se siente representada por los actuales grupos políticos y que están a la búsqueda de un “Evo” que los ayude a ordenar este país que los pisotea, los hace vivir en malas condiciones y –como dejó muy claro la pandemia– los deja morir.
La explicación del ingreso de la Fujimori a la segunda vuelta no se debe a que de pronto subió en las preferencias electorales, sino al elevado porcentaje de ausentismo electoral (29.7 %) que las encuestas no habían detectado en su real magnitud, y terminó por perjudicar a Hernando de Soto –que tenía una tendencia creciente. Dicho de otra manera, el voto duro de Keiko fue a votar, mientras que los que decían en las encuestas que iban a votar por de Soto terminaron por ausentare de los comicios. Otro aspecto que jugó a su favor fue la cantidad elevada de votos inválidos que sumaron el 17.7%.
Sin embargo, la situación se presenta como muy crítica porque ambos no llegan ni al tercio de los votos, lo que obligaría en segunda vuelta a los dos tercios de electores a optar por uno de ellos, que estimamos en su mayoría están lejos de las preferencias por estos candidatos. Tanto Fujimori como Castillo generan un alto nivel de rechazo y de resistencia al voto, lo que les generaría muy poco respaldo. Ello podría configurar un escenario electoral de elevados de votos nulos y blancos y de ausentismo electoral, lo que afectaría más aún la legitimad del próximo presidente y la gobernabilidad del país.
En declaraciones a la prensa ambos candidatos se muestran más que felices de enfrentarse uno con el otro, como presagiando que será fácil derrotar al opositor en las urnas. No obstante, hay que poner en relieve que Pedro Castillo ha ganado en 16 departamentos y Keiko Fujimori sólo en 8, mientras que en Lima no ganó ninguno de los dos –pero es claro que la Fujimori lleva clara ventaja–.
Toca a ambos candidatos afinar sus propuestas electorales de modo que los acerque al electorado lleno de dudas e incertidumbre. Ambos necesitan una hoja de ruta que los lleve al justo medio para atraer al electorado, pero de manera responsable y en democracia, de manera que no nos lleven hacia un salto al vacío.
Si Fujimori quiere ganar las elecciones a Castillo en segunda vuelta, tiene que comprometerse a no paralizar las acciones de lucha contra la corrupción, y en contraparte Castillo tiene que convencer al electorado limeño de que no va a seguir la receta del chavismo y que es capaz de posicionarse muy lejos de los sectores extremistas del Movimiento por la Amnistía y Derechos Fundamentales (MOVADEF).
No hace mucho la mayoría creía imposible el paso de ambos a la segunda vuelta, pero allí están; ahora ¿lograrán superar sus trabas para garantizar un buen gobierno?… lo dudamos. Pero eso lo iremos conociendo camino a los comicios. Mientras tanto seguiremos en el dilema sobre qué pesará más en los electores ¿la incertidumbre o la lucha contra la corrupción?