¡Entre el coraje, la dignidad y la corrupción! (III)

Un triunfo del voto nulo sería un no a la corrupción. Un triunfo del voto en blanco es un mandato claro anticorrupción, es un despertar.

POR: CÉSAR CARO JIMÉNEZ    

En estos días, un fantasma recorre la región Moquegua ante la desesperación de los candidatos, de ciertos intereses y algunos medios de difusión: el fantasma del voto nulo, en blanco o ausente. Y si bien faltan algunas semanas para el balotaje, pareciera que toma cuerpo en los votantes informados una alternativa válida y digna: “Como están las cosas, el voto nulo es la única opción auténticamente libre, crítica y alternativa que nos deja el sistema electoral”.

¡Y votar nulo o viciado, a pesar de lo que digan los que no se atreven a tener coraje, es una forma de expresión democrática! No es renunciar al derecho a votar, es ejercerlo. El voto nulo es una expresión de inconformidad. En un país, como el Perú donde el voto es obligatorio: es una forma de expresar el desacuerdo con la clase política y la democracia representativa actual, e incluso con la obligatoriedad del voto.

Y en los momentos actuales el voto nulo es el único voto libre, porque es el único realmente creativo. Es una denuncia y renuncia a que nos den a elegir como borregos entre dos opciones muy parecidas entre sí, en cuanto grados de corrupción, incompetencia y falta de visión del futuro, algo más que notorio en el caso de quien tiene tras de sí hasta tres ex presidentes o gobernadores regionales, que tienen en común el no haber hecho nada trascendente por la región y tener investigaciones por presunta corrupción.

Y, además, hay una razón poderosa para votar en blanco: ¡Nuestra dignidad! Siempre hemos votado por quienes una vez en el poder se olvidan de sus promesas y se convierten en cierta forma en reyes desnudos como en el cuento de Hans Christian Andersen. Demostremos esta vez que no somos masoquistas. Expresar la indignación en las urnas es un acto de coherencia que los inconformes debemos propiciar.

Un triunfo del voto en blanco, haría repetir las elecciones y quizás lograríamos normas que obliguen a que sean otros candidatos. Derrotarlos sería un hito histórico por el cual se distinguiría Moquegua. Sería decirles a ambos y a los intereses tras ellos: ¡No nos convencieron, o mejor aún, no nos engañaron!

Un triunfo del voto nulo serviría también para advertir a los partidos políticos, que siempre han despreciado al ciudadano común y corriente, que ya no nos representan, que nos cansamos de esperar a que hicieran algo por el pueblo. Que ya no les creemos.

Un triunfo del voto nulo avergonzaría ante el país y ante el Perú entero a toda la clase política moqueguana, atreviéndome a pensar que sería una noticia mundial porque los electores estarían rechazando ambas opciones porque se cansaron de mentiras, engaños, privilegios para la clase política y la corrupción ilimitada.

Un triunfo del voto nulo nos haría volver a creer en el poder que tiene el voto y que el pueblo puede mandar a gobernar sin votos mayoritarios a quien resulte elegido, –si continúan vigentes las actuales normas–, en la segunda ronda. Esto quizás suponga un gobierno débil y sin gobernabilidad, pero dadas las características de los candidatos es preferible ello, a que hagan lo que les venga en gana.

Un triunfo del voto nulo sería un no a la corrupción. Un triunfo del voto en blanco es un mandato claro anticorrupción, es un despertar. Es sacudirnos de la esclavitud que supone los partidos que son vientres de alquiler y la bandidocracia de los amigotes.

Y aunque parezca paradójico el voto nulo acabara fortaleciendo a los partidos y a la democracia porque esta última requiere que los primeros y los movimientos políticos no se limiten a ser plataformas electorales, y posterior instrumento de negociación coyuntural de sus dueños, dirigentes o caudillos; sino que sean verdaderos espacios de reflexión, formación y direccionamiento político para construir alternativas y proponerlas a la región y al país.

Un triunfo del voto nulo, aún sin llegar a los 2/3 tercios, sería memorable, porque se lograría sin medios de comunicación, sin propaganda, sin publicidad, sin organizaciones caudillistas detrás, sin “mermelada”, sin encuestas amañadas y sin dinero. Un triunfo del voto en blanco se convertiría en una prueba fidedigna de que, con una buena causa, un objetivo común, una buena idea y un poco de creatividad tanto de Emperatriz Vizcarra, como de Pamela Blas y otros cuantos, se puede hacer política en Moquegua, sin vender la conciencia ni sobornar a las personas con prebendas. Sería un triunfo de la virtud, de la transparencia, de la independencia política.

Por último, votando nulo dejaremos de resignarnos a elegir entre los candidatos menos malos y los que nos imponen las castas políticas. El voto es un derecho que solo podemos ejercer cada cuatro o cinco años. Cada vez que desperdiciamos el derecho a votar nulo, postergamos por otros tantos años la ilusión de estar bien gobernados y las nuevas generaciones van recibiendo poco a poco la misma herencia que recibimos de nuestros padres: un país y una región saqueados por los políticos y sus cómplices de la empresa privada. Entonces, si lo tenemos tan cerca, ¿por qué desperdiciar de nuevo esta oportunidad única e irrepetible de derrotar en las urnas a la clase política corrupta que nos somete, nos abusa y nos humilla desde hace siglos, hoy representada por don Jamocho y doña Gilia?

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