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¡Entre bobos y charlatanes anda el juego

“Hay algo que Dios ha hecho mal. A todo le puso límites menos a la tontería” – Konrad Adenauer

POR: CÉSAR A. CARO JIMÉNEZ    

Al contemplar lo que ocurre en nuestro medio y en muchos lugares del mundo en el campo de la política, no puedo dejar de recordar irónicas frases de dos genios. La de Groucho Marx, cuando dice que: “La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados” y la de Einstein, cuando recalca que “Dos cosas son infinitas: la estupidez humana y el universo; y no estoy realmente seguro de lo segundo”.

Expresiones que toman mayor dimensión en una sociedad en la que reinan las computadoras, los teléfonos celulares, las redes de televisión y comunicación, que digitalizan y simplifican la información, en un mundo en el cual pareciera que en el sentir mayoritario prevalece el individualismo extremo y el “salvase quien pueda”, dando lugar al surgimiento aquí y allá, de personajes huecos e incluso ridículos, pero que gozan de una singular popularidad.

Notoriedad que no se basa en su trayectoria, ideología, propuestas, logros o capacidad ética profesional o personal, sino en cómo pueden ser colocados en el imaginario popular como un producto comercial cualquiera: las técnicas que se utilizan son iguales o casi similares a las que se aplican para vender dentífricos, detergentes o gaseosas.

Y que ante el auge del marketing político casi todos los movimientos, partidos políticos y los candidatos ya no se preocupan por establecer un rumbo definido a largo plazo. Se preocupan y ocupan solo de ganar las elecciones, contratando en ese objetivo asesores no de ideas y/o proyectos sino de la imagen que deben proyectar. Su asesoramiento gira desde el tipo de ropa que deben usar, hasta como debe pararse, como debe hablar, etcétera. Y si bien es cierto que en nuestros días ya no se convence a la gente con ideas, los candidatos no debaten proyectos ayudados por las caricaturescas normas electorales que permita que todos en el fondo digan lo mismo: “abatiremos la pobreza, disminuiremos el desempleo, creceremos 7%, acabaremos con la corrupción” año tras año, proceso electoral tras proceso. ¿O acaso no es cierto que casi todas las propuestas electorales son las mismas, salvo pequeños maquillajes, desde hace varios procesos electorales?

Y si a todo lo anterior, agregamos el peso actual de la tecnología con énfasis en internet y la telefonía móvil, cabría quizás comenzar a pensar cómo conseguir una mayor accesibilidad a esas herramientas que facilitan la transmisión de la información y que, al mismo tiempo, permiten la participación inmediata y constante de los receptores. ¿Cómo? Quizás procurando que a través de dichos medios se posible una nueva forma de participación directa del pueblo, pudiéndonos hoy, veintiséis siglos más tarde, recuperar el espíritu del ágora ateniense o del foro romano, origen de la democracia occidental.

En conclusión, las clave para una democracia sostenible y con legitimidad está en lograr que el Estado no sea secuestrado por grupos de interés o por la estupidez adinerada, y donde exista un balance entre el poder del Estado y el de las grandes empresas, que permita proteger las libertades individuales y la capacidad para imponer el bien común sobre los intereses privados. Caso contrario, entraremos en una espiral de violencia, que nos puede llevar a recordar a aquel ministro que, tras anunciar drásticas medidas finalizó exclamando: ¡Que Dios nos ayude, que Dios nos ayude!

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