POR: CÉSAR CARO JIMÉNEZ
Pocas veces en la historia de la humanidad y por consiguiente del Perú y el departamento de Moquegua, se han vivido tiempos como los actuales tan desconcertantes, tristes, álgidos y llenos de temores…y lo que es peor, prácticamente sin modelos dignos de imitar tanto en cuanto ideas, personajes, sentimientos de solidaridad, interpretación y análisis de la realidad y visión del futuro.
Hoy pareciera primar el egoísmo individual y el sálvense quien pueda. Y todo ello en medio de una pandemia política, que permite que la política se haya convertido en un circo llenó de bufones, ilusionistas mediocres y propuestas que no resisten el más mínimo análisis de costo-beneficio, todo ello bajo el manto protector e hipócrita de nuestra mal llamada “democracia” que ha permitido, permite y seguirá permitiendo que accedan a cargos de alcaldes, gobernadores, congresistas y otros tantos puestos públicos, –salvo contadas y honrosas excepciones–, personajes variopintos sin mayores conocimientos, como sucede a lo largo y ancho del país y de nuestra región, permitiéndonos pensar con George Bernard Shaw que “la democracia sustituye el nombramiento hecho por una minoría corrompida, por la elección hecha merced a una mayoría incompetente”…sin dejar de dar razón a Churchill cuando señala que la democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre. Con excepción de todos los demás.
Y en dicho marco, se sigue jugando con las masas como en la antigua Roma creando falsas ilusiones y metas, que adecuadamente “maquilladas” permiten “cambiar algo para que nada cambie”.
Ayer, por ejemplo, la quimera fueron los Juegos Panamericanos, cuyos gastos en la infraestructura de la Villa Panamericana recién han encontrado su justificación, –¡cruel ironía! —gracias a la actual pandemia.
Hoy, las ilusiones encuentran campo fértil en torno al llamado Bicentenario de la Independencia del Perú, obviando sincerar que la proclama de San Martín no correspondía a la cruda realidad. Recién el Perú alcanzó su real independencia con la Capitulación de Ayacucho firmada por José de Canterac y el general Antonio José de Sucre después de la batalla del 9 de diciembre de 1824, en la cual sea dicho de paso las tropas españolas combatieron apoyadas por innumerables criollos limeños, los cuales después se plegaron conservando sus propiedades y privilegios al nuevo status republicano.
Esa, –llamémosla hipocresía política social–, es una constante en nuestra historia. Disfrazamos nuestros defectos colectivos refugiándonos en la búsqueda e impulso de “proyectos” de desarrollo que fracasan o no culminan, como por ejemplo la irrigación de 1700 hectáreas en las Lomas de Ilo, plan en el cual confieso, también pequé de iluso por exceso de confianza en su principal gestor.
Pues bien, hoy sabemos que en el mismo se han invertido en el mismo cerca de 300 millones de soles, que hace que el costo por hectárea sea a la fecha, –sin considerar que aún se tiene que destinar para superar diversas fallas técnicas y de construcción otros 150 millones, –cerca de 50 mil dólares por hectárea, para favorecer a una treintena de postores, que fácilmente pueden presentar demandas por estafa. Aquí encontramos otra prueba de que el negocio es construir. Importa poco que lo construido funcione. Los verdaderos ganadores son los constructores y los que se benefician de ciertas “comisiones”.
Y si bien es cierto que en las irrigaciones hay un alto contenido de subsidios: la magnitud de estos subsidios en siete obras de irrigación realizadas desde la década de 1990 hasta al año 2012 (Chavimochic, Olmos, Pasto Grande, Jequetepeque-Zaña, Majes Siguas, Chira-Piura y Chinecas) alcanzó nada menos que el 93% de la inversión.
Es decir, de los 6 321 millones de dólares invertidos en ese período, regresaron al Estado tan solo 473 millones de dólares, no deja de ser cierto que el costo de la hectárea de Las Lomas de Ilo supera ampliamente a la de otros proyectos como por ejemplo Majes-Siguas, a tal punto que cabe preguntarse si es conveniente seguir impulsando y gastando recursos en una obra que no resiste un análisis económico y social serio.
Y aquí cabe hacerse unas preguntas: ¿no hubiese sido más atinado invertir lo gastado en Las Lomas de Ilo en una planta desalinizadora? ¿Cuáles han sido las recomendaciones de Edmer Trujillo al Proyecto Especial Pasto Grande? ¿Qué piensa al respecto don Zenón Cuevas, más allá de ceremonias de desagravio, silencios y siestas moqueguanas?
En los próximos artículos trataré esos y otros temas al margen de las simpatías o rechazo que los mismos ocasionen, porque creo que los intelectuales, tenemos como principal rol buscar la verdad. El segundo es difundirla. Si no se investiga y analiza auténticamente y si lo que escribimos o decimos son pavadas o notas guiadas por intereses subalternos, entonces no somos auténticos, somos farsantes.