POR: GUSTAVO PINO
Si tuviéramos que elegir una novela para enmarcar las últimas décadas de nuestros más altos mandatarios en el Perú, o los últimos años del gobierno de turno, sería “El ruido y la furia” de William Faulkner. Esta obra, que explora la decadencia en picada de una familia aristocrática del sur de Estados Unidos, parece reflejar la situación actual de nuestro país. Sin embargo, en medio de este paisaje de batallas y tierras áridas, el Perú ha vuelto a ponerse de pie, saliendo una vez más a las calles.
La reciente protesta, convocada por la Confederación General de Trabajadores del Perú, contra el gobierno de Dina Boluarte y el Congreso ha sido el preludio de las marchas anunciadas para el 27 y 28 del mes en curso. Se espera la participación de movimientos regionales y otras organizaciones que representan la indignación de un pueblo ante la alianza conservadora de Boluarte y sus aliados. Este grupete, que muchos perciben como una “organización criminal” disfrazada de gobierno, enfrenta ahora la furia de las masas cansadas de la impunidad encubierta detrás de leyes que pretenden eximir crímenes de lesa humanidad.
Recientemente, el Congreso aprobó un proyecto que busca otorgar impunidad a los delitos de lesa humanidad ocurridos antes de 2002, lo cual equivaldría a negar el conflicto armado interno en el Perú e insistir en una tiranía disfrazada. Con esto, se eliminan 600 casos de violaciones a derechos humanos, un acto que recuerda las sombras del pasado y las manipulaciones maquiavélicas que todavía nos acechan.
En mi calidad de articulista de opinión, este texto es una exhortación a respirar un aire sin culpa y a defender la fuerza de la acción ciudadana. También se trata de defender la reforma universitaria para evitar que personajes sin escrúpulos adoctrinen a jóvenes que podrían ser brillantes. No es una visión fatalista; lo vemos a diario cuando mentes mediocres disparan excremento verbal a jóvenes ansiosos en las aulas. Si salimos a marchar, será por la vigencia de la meritocracia docente, por instalaciones médicas adecuadas y abastecidas, y por la posibilidad de caminar por las calles con una sonrisa en lugar de un fruncido ceño, esperando un balazo en la nuca o un arma blanca atravesando nuestras pieles teñidas de todas las sangres.
Me puse a revisar los textos agrupados en carpetas por años, y así como aún resuena el golpe seco del puño en el rostro descascarado de las manifestaciones sangrientas de 2020, 2022 y 2023, aquí estoy, desde casi el otro extremo del país, donde el sol quema tanto como la furia que hemos guardado. Sé que los gritos en las calles, de un himno que pareciera oprimirnos, serán inevitables. Después de darle vueltas al asunto, he decidido una vez más tomar las calles con ustedes, desde lo más profundo de un país confrontado con la injusticia e impunidad.
En su artículo “Sentido de urgencia,” publicado el pasado fin de semana en La República, Paula Távara advierte que, si no nos apresuramos, si continuamos resistiéndonos a participar, y si no actuamos con urgencia, podría no quedar base sobre la cual reconstruir. Es hora de actuar, de participar, y de reconstruir nuestro país antes de que no quede nada sobre lo cual edificar un futuro mejor.