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El menos malo

Los expertos aseguran que los electores no buscan los programas de gobierno y deciden con el corazón mucho más que con la cabeza.

POR: MAURICIO AGUIRRE CORVALÁN   

Hace un par de días el candidato presidencial George Forsyth puso en su Twitter: “Dicen que los pueblos tienen los gobernantes que merecen. Yo creo que no. Creo que merecemos mucho más que este circo de corruptos”. Inmediatamente Daniel Salaverry, otro candidato a la presidencia, le respondió: “Así es. El Perú no merece ser gobernado por corruptos, ni por improvisados que no pueden hacer bien ni una ciclovía”.

La campaña presidencial empieza a calentar, incluso antes de que los candidatos estén oficializados por sus partidos, y si bien este intercambio de twitters entre Forsyth y Salaverry es parte de los primeros chispazos, esperamos que no sea el presagio de lo que será la campaña que se viene. Mucho adjetivo y poca sustancia, mucho ataque y poca propuesta, mucho discurso anti y poco discurso pro. En suma, casi un calco de lo que han sido las elecciones para la presidencia en los últimos quinquenios.

Mario Riorda, experto en procesos electorales, en una entrevista en El Comercio dijo que “la política peruana es el arte de impedir”, y lo define como “la manifestación del reflejo de lo contraidentitario”. Una buena radiografía de lo que han sido nuestras elecciones, con todas las nefastas consecuencias de las que hemos sido testigos.

Puesto en criollo, por alguna razón nos encanta activar el anti voto cuando vamos a las urnas y siempre terminamos eligiendo al menos malo. No votamos por nuestro candidato, o el candidato que nos convenció con sus propuestas, sino para que no gane el que no nos gusta, no nos convence, o el que nos han vendido como el diablo que nos llevará al hoyo.

Los candidatos basan sus estrategias de campaña en el ataque al adversario, el bailecito y en buscar identificarse con los más necesitados. Eso no está mal. Lo triste es que las propuestas casi no existen en sus discursos, aparecen a cuentagotas, o sólo cuando son promesas populistas que no les interesará cumplir si llegan a Palacio de Gobierno.

En el 2001 ganó las elecciones Alejandro Toledo porque no queríamos que Alan García vuelva a ser presidente después del desastre de su primer gobierno, en el 2006 ganó Alan García porque Ollanta Humala era el terror chavista, en el 2011 ganó Ollanta Humala porque el fujimorismo corrupto y violador de derechos humanos no podía regresar a gobernar, y en el 2016 ganó Pedro Pablo Kuczynski porque Keiko Fujimori seguía representando la corrupción y los crímenes ocurridos en el gobierno de su padre. Todo esto sumado a que en 1990 los votos que llevaron a Alberto Fujimori al triunfo fueron anti derechistas y para impedir el terrorífico shock que anunciaba Mario Vargas Llosa, y que después El Chino nos endilgó sin ningún problema.

A la luz de los resultados de las gestiones presidenciales y sobre todo de las investigaciones de corrupción, el menos malo parece haber sido la desgracia de nuestro sistema político.  Ahora se viene una nueva elección, con una reforma electoral a medias y a la que la mayoría ya le sacó la vuelta, y que por lo visto hasta ahora estará marcada por escenarios similares a los de campañas anteriores. Harto floro y poca discusión de programas de gobierno.

Escucharemos del candidato del plagio, del que no sabe ni siquiera hacer una ciclovía, del que hizo trafa en sus informes de representación del Congreso, del que salió corriendo en vez de ayudar en el incendio, del que financió su campaña con dinero de la corrupción, del acusado de asesinar periodistas en la zona de emergencia, del que nos quiere convertir en un país chavista, del que acosa a las trabajadoras de su oficina. En fin, ataques para todos los gustos, colores y sabores.

Los expertos aseguran que los electores no buscan los programas de gobierno y deciden con el corazón mucho más que con la cabeza. Que las elecciones se ganan con un gesto, un discurso empático y mucho sentimiento, y que se pueden perder en un segundo por una palabra mal dicha o un chicharrón dejado sobre la mesa.

2021 allá vamos. ¿Será que esta vez no elegiremos al menos malo? La esperanza es lo último que se pierde.

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