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El Día del Trabajo y la fuerza de la costumbre

Por: César A. Caro Jiménez     

Corría el año de 1886, cuando en Estados Unidos unos sindicalistas tuvieron —en aquel momento—, la osada idea de pedir que la jornada laboral fuera de ocho horas. Algunos de ellos fueron ejecutados después por hacer pública su protesta. Hoy, su lucha es recordada cada primer día del mes de mayo, en medio de discursos vacuos, almuerzos y reuniones, en los que impera la fuerza de la costumbre, antes que un sentir critico que lleve al análisis de lo que está ocurriendo en el mundo laboral, a tal punto que muchos economistas vaticinan el fin del trabajo.

Por ello, celebrar por celebrar el día del trabajo en un país de donde hay millones de desocupados es un monumento al cinismo, o a la incompetencia, que para el caso, vienen a ser lo mismo. Acostumbrarse a lo que no debe ser es parte de un comportamiento similar al que había antes del renacimiento, en el cual el pensamiento religioso, hegemónico en la sociedad de aquel entonces, concebía el orden social regulado por la divina providencia. Todo lo existente se explicaba como una creación de Dios. El individuo y la sociedad eran como las piezas de un gran reloj y su destino era cumplir el papel asignado por el gran relojero.

Sin embargo, cabe destacar que no todos pensaban así: poco antes de morir Franklin Roosevelt, empeñado en poner fin a la tradición norteamericana de nacionalismo económico y en utilizar el poder estadounidense para construir un nuevo orden internacional económico cooperativo, dijo a sus conciudadanos que la democracia norteamericana no podía sobrevivir si la tercera parte de la nación viviera en malas condiciones, y mal vestidos y mal nutridos; instó a sus compatriotas a asumir además que el bienestar norteamericano no podía garantizarse en una economía mundial en desorden y empobrecida.

La Segunda Guerra Mundial, creía Roosevelt, fue causada en parte por el alocado desorden monetario, el desempleo masivo y la desesperación económica que condujeron al poder a Hitler y a Mussolini. Esta vez se debía dar prioridad a sentar los cimientos económicos de la paz. Y estos cimientos, mientras que preservaban el sistema de la empresa privada, no podían consistir en fuerzas de mercado sin regulación en cada nación ni entre las naciones. Garantizar altos niveles de empleo, crecimiento, comercio y justicia económica exigiría que los gobiernos desempeñaran un papel activo trabajando conjuntamente a través de nuevas organizaciones internacionales.

El eje del plan de Roosevelt para un nuevo orden económico mundial se encontraba en tres nuevas organizaciones: el Fondo Monetario Internacional, el Banco Internacional de Reconstrucción y Desarrollo, y la Organización Internacional del Comercio. Roosevelt y sus colaboradores consideraron que los mecanismos monetarios sistemáticos y unos tipos de cambios adecuadamente alineados eran básicos para todo lo demás. (El Fondo Monetario Internacional iba a asegurar un sistema de valores de equivalencia estables pero ajustables, la eliminación de los controles monetarios en las operaciones corrientes, y una cesta de divisas que podían dar a los países tiempo para ajustar sus problemas de balanza de pagos sin tener que tomar medidas destructivas de su propia estabilidad económica o la de otros países).

Partía del concepto de que si el hombre es formado por las circunstancias, entonces, hay que formar las circunstancias humanamente. Lamentablemente murió y sus ideas pasaron al olvido.

Hoy en día, a pesar de las declaraciones sobre el papel central del individuo y su protagonismo en la constitución del orden social, nos encontramos con que el papel de la divina providencia ha sido sustituido en la sociedad moderna por el papel del mercado. Los rasgos más explícitos de la voluntad de Dios y del destino de la humanidad, se identifican en medio de la actual pandemia con el beneficio empresarial y la sustitución en gran parte del trabajador por los avances tecnológicos.

No percatarse de ello, habiendo otros tantos ejemplos cercanos, es comportarse como el avestruz y esconder la cabeza en un hueco para no ver lo que pasa, o mirar para otro lado, negando así toda posibilidad de análisis o reacción, creyendo que se crearan millones de puestos tal y como lo ofrecen los políticos.

¿Se puede hablar de globalización, competitividad, economía social de mercado, mientras la gente se queda sin trabajo, no tiene subsidio por desempleo, no tiene seguridad social, ni educación pública, ni jubilación publica, ni solidaridad social en medio de una nefasta pandemia? ¡Hay que estar muy ciego, ser muy tonto o muy cínico para negar esta realidad! Porque una cosa es tener un mercado laboral ultra proteccionista que debe ser agilizado para ayudar a crear puestos de trabajo y otra muy distinta que estos desaparezcan: la Universidad de Oxford pronosticó en el 2013, que la mitad de los empleos actuales dejarán de existir en un par de décadas, por la intervención de la tecnología, la cual produce cambios irreversibles. (Un ejemplo clásico: los caballos. Durante años se intentó mejorar su rendimiento, tanto en las actividades rurales como en acciones de combate. Pero aparecieron los autos, los tractores, los tanques de guerra, que convirtieron a los caballos en un medio obsoleto. Hoy son animales al servicio de actividades recreativas. Esperemos que algo similar no ocurra con los seres humanos).

Sin embargo, todo no está perdido, si recordamos una anécdota: alguna vez Henry Ford II, CEO de la empresa que lleva su nombre, y Walter Reuther, secretario general del Sindicato Automotor, visitaban una nueva planta en Cleveland, donde se iniciaban los primeros intentos de automatización de los procesos. Ford preguntó: “Walter, ¿cómo harás para que estos robots hagan su aporte sindical?» Reuther replicó: «Henry, ¿cómo harás para que ellos compren tus autos?”

Y cabría también preguntar, en una fecha en que la gran mayoría “celebra” el Día del Trabajo, cerrando los ojos y anclados en el pasado, porque desde que se estableció la jornada laboral de ocho horas, como consecuencia directa del desarrollo industrial que posibilitó el surgimiento de nuevos grupos o clases sociales encabezadas por el proletariado —los trabajadores industriales y campesinos pobres— y la burguesía, dueña de los medios de producción y poseedora de la mayor parte de la renta y el capital, por qué a pesar de los avances tecnológicos de las últimas décadas se sigue laborando ocho horas y trabajando hasta cerca de la denominada tercera edad, cuando es bien sabido que en los últimos tiempos hay la tendencia a reemplazarlos por trabadores mucho más jóvenes,  los que a su vez también tienen ciclos laborales cada vez más cortos o son reemplazados por la inteligencia robótica.

¡¿Quizás es hora, de comenzar a luchar por jornadas y retiros laborales más cortos, en un mundo cada vez más automatizado donde pareciera que los seres humanos cada día son más prescindibles?!

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