Por: Mauricio Aguirre Corvalán
Se acabó el tiempo de las encuestas. De aquí al 11 de abril está prohibido publicar nuevos sondeos de simulacros o intención de voto así que nos quedamos con la última foto del fin de semana que pasó. Todos apretados y con un final impredecible. Lo único que está claro es que sea cual sea el resultado del domingo que viene, el 28 de julio iniciaremos un camino de cinco años de precaria estabilidad institucional, que sólo podrá encauzarse y fortalecerse con un presidente y un Congreso dispuestos, diría hasta obligados, a buscar consensos. Sobre todo en los temas más críticos que deberá enfrentar el próximo gobierno como son la pandemia, la crisis económica, la recuperación del tiempo perdido en la educación, y la creación de condiciones reales de confianza en el país para atraer la gran inversión.
El escenario post elecciones no será el más auspicioso. Un presidente sin mayoría en el Congreso, y quizá sin siquiera la primera minoría, y un Legislativo que puede llegar a tener diez bancadas, atomizado, y con intereses muy particulares y definidos que de todas maneras será puestos sobre la mesa, y con condiciones, para sentarse a negociar consensos. Todo muy difícil si le sumamos que muchos de los partidos no querrán hacer movida alguna que ponga en riesgo el escaso caudal electoral ganado en la última elección. Esto ya lo estamos viendo en el actual Congreso, donde el populismo ha ganado casi todas las batallas. Esperemos, y lo digo sin mucho optimismo, que la historia no se repita.
El presidente que se instale en Palacio de Gobierno el 28 de julio tendrá que tomar medidas duras, difíciles y complicadas. Con el nuevo gobierno no llega la panacea, al contrario, será la hora de empezar a poner el país en orden, y eso tiene sus costos. Sobre todo porque los resultados no se verán de un día para otro. El dinero para reactivar la economía no aparecerá por arte de magia como muchos candidatos ofrecen ahora en campaña, las camas UCI no saldrán de la galera del mago una tras otra y las vacunas no llegarán por millones sólo porque el nuevo presidente salga de viaje a tocar la puerta de sus colegas de otros países. Y eso es lo peligroso. Pese a la apatía del votante mostrada en esta campaña electoral, muchos están esperando que las soluciones lleguen en el cortísimo plazo, cuando se trata de un camino que llevará años, y que requiere de un compromiso y sacrificio de todos. Que eso lo entiendan las bancadas que estarán en el próximo Congreso será crucial para la estabilidad que se necesita en los próximos cinco años.
Eso tiene un nombre. Consenso. Y buscar el consenso en épocas de crisis tiene un inevitable componente de sacrificio político. ¿Qué tan dispuestos estarán los partidos políticos a aportar una cuota de sensatez así eso signifique postergar intereses particulares? Es en realidad una incógnita.
Acompañar las decisiones del Ejecutivo y no convertir al Congreso en una nueva fábrica de leyes populistas que entorpezcan las iniciativas del gobierno, será imprescindible para empezar a recorrer el camino hacia el final de la crisis que hoy nos agobia. No se trata, sin embargo, de decirle sí al gobierno en todo, se trata de aportar desde la madurez, la prudencia, y mirando el bien común.
El verdadero respaldo que tendrá el presidente que salga elegido en segunda vuelta será en realidad el de su votación obtenida en primera vuelta. Vistas las últimas encuestas si consideramos los votos emitidos, difícilmente será mayor al 15% del electorado que vaya a votar el 11 de abril. Todo muy precario. Será un gobierno débil frente a la población, organizaciones sociales, las otras fuerzas políticas y el Congreso. El futuro mandatario deberá hilar fino y si bien serán inevitables los consensos, dependerá mucho de su capacidad para aglutinar esfuerzos alrededor de las decisiones que tome desde el 28 de julio. Esperemos que el arte del acuerdo político vuelva a imponerse entre nuestros futuros gobernantes.
No nos hacemos muchas ilusiones, pero la esperanza es lo último que se pierde.