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22 noviembre, 2024 10:02 am

Desconcierto democrático, los Milei

Estamos inmersos en una recesión democrática, sea de izquierda o de derecha, los autoritarismos-socapados por populismos- e instituidos como antisistema, están posicionados y con clara disposición de gobernar, ante nuestra tibieza democrática y el aprovechamiento de la incertidumbre ciudadana.

POR: VICENTE ANTONIO ZEBALLOS SALINAS    

Si bien se proponía un panorama electoral complejo, el triunfo del candidato libertario de ultraderecha Javier Milei en las elecciones primarias de Argentina sobrepaso toda expectativa y una vez más las consultoras electorales quedaron en offside, más allá del histrionismo de sus formas políticas, su discurso rompió con todas las “tradiciones” político electorales: recorte drástico del gasto público, privatizar empresas públicas, reducir los ministerios, cerrar el Banco Central, adoptar el dólar estadounidense como la moneda oficial de Argentina, modificar las leyes que permiten el aborto, permitir la venta de órganos humanos, relajar las leyes para la tenencia de armas, y para redondear las propuestas, acompaña en la fórmula presidencial una abogada que ha defendido la dictadura militar del pasado; ofertas electorales innovadoras, atrevidas y para todos los gustos. Apelando al adagio popular, una cosa es con guitarra y otra con cajón, y si no debemos preguntarle al alcalde de Lima Rafael López Aliaga; de prosperar los libertarios, el camino se les propone espinoso para implementar los cambios, por su limitada representación parlamentaria.

Al elector no lo definió factores programáticos, ideológicos, la respuesta es unánime fue el hartazgo sobre los de siempre, cansados de la vieja clase política, esmerados en ahondar la crisis sobre un Estado fallido; que pueden perder, si ya lo perdieron todo, Milei simboliza una luz al final del túnel. Ahora, sobrevendrán las elecciones generales el 22 de octubre, descontado que habrá segunda vuelta el 19 de noviembre, por consiguiente, no todo está cerrado. Y en este contexto, fluyen los Milei, los Bukele nativos, cual, si nunca hubieran tenido la oportunidad de gobernar, cambiando de ropaje político para ser parte de una nueva escena.

Resulta sintomático, como va ganando presencia la extrema derecha en Polonia, Hungría, Estados Unidos, Francia, Italia, España, Brasil. Desde una perspectiva democrática, se puede asumir como una de las opciones dentro de las diferentes que se proponen, es su esencia; sin embargo, imbuidos por posiciones populistas, vienen a romper con el orden instituido, instrumentalizando el marco constitucional, alterando las autonomías institucionales, asumiendo una posición revisora-regresionista de los derechos y libertades, generando una sociedad de privilegios y un Estado autoritario.

En “Como mueren las democracias” de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, explican que “la paradoja trágica de la senda electoral hacia el autoritarismo es que los asesinos de la democracia utilizan las propias instituciones de la democracia de manera gradual, sutil e incluso legal para liquidarla”; Donald Trump es la mejor expresión, si no fuera por la fuerte institucionalidad democrática del país del norte, hoy estaría al borde del colapso democrático.

Los líderes populistas surgen porque los ciudadanos no encuentran respuestas en el Estado y en su clase política que se alterna sistemáticamente, como cuotas de poder, y en ese vacío y desazón, un nombre, un rostro, una voz diferente se instituye como la esperanza, sin advertir sus subalternos intereses, sus propias aptitudes y competencias, o su visión de desarrollo, no interesa, cualquier otro es mejor de lo que se tiene. El propio sistema político genera estas desviaciones, el marco legal preestablecido, la institucionalidad democrática, el modelo económico, las relaciones políticas y sociales se mantienen incólumes, inadvertidos y desinteresados que gradualmente se vaya calando la conciencia mayoritaria, llegando a un estado de necesidad extrema, recrea e innova los liderazgos políticos cualquiera que sea su relevo.

Y allí sobreviene el riesgo mayor, empoderados por el soporte ciudadano, viene la toma de instituciones, el menoscabo de libertades, la subyugación de la verdad y la propia democracia, y aun sintiéndose limitados por las normas constitucionales, se acude a su revisión y desmantelamiento. Es el autoritarismo puro, hechura de la propia democracia.

Las personas se sienten atraídas por las ideas autoritarias, porque les molesta la complejidad, les disgusta la división, buscan soluciones en un nuevo lenguaje político que les haga sentir más seguras y protegidas, concluye Anne Applebaum en “El ocaso de la democracia”. Como auténticos pitonisos, en la Convención Constitucional norteamericana de 1787 se crean los colegios electorales, para evita que aquel que tuviera “dotes para las bajas intrigas y las pequeñas artes de la popularidad” nunca llegaran a ser presidentes, anotaba Alexander Hamilton; Trump malogró aquella premisa.

En abril de este año se publicó una encuesta global realizada por la consultora Edelman, sobre Latinoamérica: El Gobierno es una de las instituciones menos valoradas, con un promedio del 37%, y en el caso argentino, sólo el 20% de la población confía, ya vamos encontrando respuestas al reciente fenómeno electoral; y en lo que respecta a los jefes de Gobierno, en general solo el 26% confía en ellos. Un reciente informe sobre Democracia en América Latina 2023 de la Corporación Latinobarómetro, nos permite compartir datos escalofriantes: solo el 48% apoya la democracia en la región, lo que significa una disminución de 15 puntos porcentuales desde el 63% de 2010; es decir, “el autoritarismo se ha ido validando poco a poco, en la medida que no se le condena, ni se sabe bien cuál es el umbral donde un país deja de ser democrático.” Para un 28% de consultados les da lo mismo un régimen democrático que uno no democrático.

Estamos inmersos en una recesión democrática, sea de izquierda o de derecha, los autoritarismos-socapados por populismos- e instituidos como antisistema, están posicionados y con clara disposición de gobernar, ante nuestra tibieza democrática y el aprovechamiento de la incertidumbre ciudadana. En un mundo polarizado no puede haber neutralidad porque tampoco puede haber instituciones apolíticas o no partidarias, las circunstancias convocan nuestra militancia democrática. La cura para los males de la democracia es más democracia, partiendo por defender los fueros democráticos, ejercer la política dentro de los parámetros que permite y especialmente, que nuestros actores políticos se ciñan a guardar lealtad constitucional, como mandato.

La desigualdad extrema es incompatible con la democracia, por consiguiente, las políticas públicas más allá del necesario consenso que deben recoger, deben liar el crecimiento con el desarrollo, cuyo distanciamiento muchas diferencias e injusticias vienen generando, auspiciando desafectaciones democráticas. Pero hay un mensaje mayor detrás de estas oscilaciones políticas, la clase política tiene que saberse comprometida con su democracia, diferenciar el adversario del enemigo, aperturar los puentes del diálogo maduro, serio, responsable y sobre todo comprometido. El devenir democrático de los pueblos, descansa en ese mismo pueblo, pero la carencia de auténticos liderazgos democráticos pudiera generar estas malformaciones políticas que nos enrumben hacia el despeñadero.

Análisis & Opinión