Crónica de un feminicidio en Moquegua: caso Miriam Aucatinco

Marco Gutiérrez convenció a Mirian Aucatinco de acompañarla a su cuarto. Mirian no logró escapar del sentimiento de confianza en él. La luz tenue del cuarto adormeció el toque de Marco en el hombro de Mirian, una sensación de calor agradable y protectora, y en un nivel de confianza tan alto que solo puede darse en situaciones románticas, se desvistieron. Mirian estaba de espaldas y esperando explorarse mutuamente, fue atacada por detrás.

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POR: ALEJANDRO FLORES COHAILA

Era el sonido del viento que mecía los árboles de invierno, y entre las ondas se colaba el canto de un gallo de campo. Aún no se veían los primeros rayos de luz. Diana, la hermana de Miriam, identificó los sonidos a través del altavoz de su celular inmediatamente. Pero, a pesar de que la llamada fue contestada, nadie habló. Su hermana, su familia y todos quienes la llegaron a conocerla la presumían, hasta esa mañana, aún con vida.

La noche anterior, un 16 de septiembre, Miriam asistió a sus clases en el Instituto José Carlos Mariátegui como lo hacía desde hace varios años. En mitad de la clase, su celular comenzó a sonar; la primera vez, vio el identificador y leyó el nombre de Marco, su ex pareja, en otro de los tan fastidiosos intentos de reestablecer comunicación con ella. Ignoró la llamada. Luego, sintió vibrar su celular hasta doce veces. Su insistencia no iba a arruinar los planes de cenar, luego de clases, con Julio. Salió del Instituto y avanzó en dirección del tránsito hasta el paradero de combis. Ya sentada y el vehículo en movimiento, su memoria evocó la hebra inicial de su relación con Julio.

Fue en una noche de fiesta, en una de las discotecas cercanas al Parque del Maestro. Cuando los tragos habían terminado de repartirse y la noche ya había avanzado tanto que influenciaba el ánimo de los muchachos, un amigo mutuo los presentó. La destreza en el baile de Miriam y la velocidad de sus pies venían de sus arduas prácticas como prodigiosa deportista; Julio, por su parte, tenía torpes las rodillas, pero hacía su mejor esfuerzo al moverse al ritmo de la música.

Aquella noche, después de muchas otras oscuras, ambos fueron felices. Miriam bajó en la avenida Balta y se abrió paso entre la multitud de gente que se amontona en el paradero. Caminó entre la niebla de la temporada, alumbrada por postes decadentes y letreros luminosos, hasta que captó su atención una silueta. Era la silueta de un hombre que se le hacía conocido, pero no lograba identificar bien quién era el que la miraba fijamente.

Era la misma persona que había enfrentado a Miriam hace un tiempo, cuando caminaba acompañada de Julio: Marco Antonio, su ex novio. Él se acercó y habló primero. Conversaron en mitad de la vereda, sin gesticulaciones, con las manos quietas, tan pasivamente que el señor que los observaba desde la otra vereda pensó que estaban susurrando y escondiendo algo. El mismo señor, desatendiendo lo que tenía que hacer esa noche, los vio subir juntos la cuesta que son las calles por encima de la Av. Balta, hacia el cuarto alquilado de Marco.

Esa fue la última vez que se vio a Miriam Aucatinco López con vida. Al día siguiente, con el sol cayendo, dos horas después del mediodía, un alarido y varios pasos apresurados se escucharon del otro lado del río, en un fundo tradicional moqueguano. Una pollada iba a realizarse en ese fundo, muy lejos del tránsito citadino y el aire encapsulado.

Era un fundo de muchos, de campo abierto y algunos árboles, cerca de donde crían gallos. Detrás de una puerta vieja y tosca, sin seguro y con números tan despintados que ya no parecen números, la señora Matilde Colque al abrir la puerta vio como los ojos abiertos Mirian la observaban. El cuerpo en el suelo de la joven llevaba varias horas bajo el sol impiadoso. Los peritos que llegaron luego determinaron que había fallecido entre las últimas horas del 16 de septiembre y las primeras horas del 17 de septiembre.

Tenía la misma ropa que la noche anterior, a excepción de su pantalón y su ropa interior, que estaban a la altura de sus rodillas. Pero alrededor suyo la sangre era escasa. La prueba de luminol se realizó en el cuarto de Marco mucho después del tiempo en que debiera haberse hecho, por lo que no dio resultados favorables al caso del fiscal.

Las sábanas habían sido lavadas y no tenían rastro de sangre alguno. Se inició el primero de los juicios y se obtuvo la sentencia condenatoria, pero fue anulada. Pasaron los años y la familia Aucatinco López se fue haciendo más vieja y más asquienta al sistema judicial.

Cada día y cada caminata invocaban episodios deprimentes en la vida de la familia, la incertidumbre les quitaba el sueño, y que sobrara una silla en la mesa familiar cada noche que cenaban era motivo para más de una lágrima. El sistema judicial, tan distante de la justicia, cumplió al final su propósito; luego de actuar con lentitud reumática, llegó a probar lo que ocurrió en la noche del 16 de septiembre y la madrugada del 17.

Marco Gutiérrez convenció a Mirian Aucatinco de acompañarla a su cuarto. Mirian no logró escapar del sentimiento de confianza en él. La luz tenue del cuarto adormeció el toque de Marco en el hombro de Mirian, una sensación de calor agradable y protectora, y en un nivel de confianza tan alto que solo puede darse en situaciones románticas, se desvistieron. Mirian estaba de espaldas y esperando explorarse mutuamente, fue atacada por detrás.

Algún pensamiento invadió la mente de Marco, un pensamiento tan extraño que no había sido tratado nunca, y que había sido respaldado y normalizado durante su vida, un pensamiento enfermo que se volvió incontrolable y reventó. Marco cogió un objeto punzo cortante y le propició diecinueve puñaladas, siendo la del cuello la que dio fin a la vida de Mirian. En el suelo de tierra se formó un pequeño charco de sangre; sangre que se halló luego también en las frazadas y en el cobertor. Luego, Marco lavó el cuerpo y la ropa de Mirian para llevarla al fundo.

Desde el cuarto de Marco hasta el fundo no se podría pasar más allá de la primera esquina con un televisor en manos sin ser notado, aparecería la policía metros más allá. La labor de transporte era imposible para una persona. Además, el cuerpo no mostraba signos de que había sido arrastrado.

En la construcción de los crímenes, y en este en particular, el transporte nunca es obra de un solo hombre, si es que así fuera, suministraría de valiosas sorpresas a los investigadores.

Un vehículo, en donde iban a bordo Marco, Mirian y personas que aún mantienen en secreto su existencia –quienes andan cuidadosamente por la calle, pensando en cada paso siguiente y siempre atormentados por las miradas imaginarias– fueron quienes dejaron el cuerpo de Mirian Aucatinco López pasando el río, en el sector paisajista del valle, a merced de quien la encontrara.

Hoy sigue sobrando un lugar en la mesa de la familia Aucatinco y un gran trozo de esperanza de justicia.

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