POR: VICENTE ANTONIO ZEBALLOS SALINAS
Inmersos en una grave crisis de salud por la pandemia del COVID-19, aún imprevisible en sus impactos presentes y futuros; cunde un sentimiento colectivo de rechazo a la clase política, la confianza ciudadana dañada, nuestra escasa institucionalidad estropeada, por las recientes y graves denuncias relacionadas a los privilegios en la aplicación de las vacunas.
Estamos en el contexto de elecciones generales, donde debemos elegir democráticamente nuevos liderazgos en la conducción del país, contrastado con anteriores momentos electorales, se percibe desilusión, cierta apatía en los electores, y no por la ausencia de manifestaciones públicas masivas, sino en el cotidiano quehacer, parecer ciudadano, lo que es comprensible. Razonable cuidar su salud, comprensible el desapego político electoral, que puede tener un efecto negativo en la consolidación democrática, con un considerable ausentismo, se le restaría legitimidad a la justa electoral de abril próximo. Coyunturas, como las que compartimos, pueden generar espacios para propuestas populistas o radicales, sin responsabilidad, sin visión de desarrollo, sin perspectiva programática para darle al país estabilidad y confianza, primando sus objetivos políticos, que no harían más que profundizar la brecha de desconcierto.
Winston Churchill, en un evocado discurso, decía que “la democracia es el menos malo de los sistemas políticos… De hecho, se ha dicho que la democracia es la peor forma de gobierno, excepto por todas las otras formas que han sido probadas de vez en cuando”. Para añadir, que el fin de un sistema democrático es “doblegarse, de vez en cuando, a las opiniones de los demás”. Como país hemos soportado, difíciles circunstancias, que pusieron en vilo nuestra propia estabilidad democrática; especialmente estos últimos años, los peruanos tuvimos la madurez política de responder dentro de los causes político constitucionales.
Es esta democracia, con sus defectos y virtudes, la que nos da la oportunidad y los insumos para revertir esa suerte de desazón. Allí debemos encontrar, construir el bienestar colectivo y la protección de nuestras libertades individuales. Claro que es incomprensible, diríamos, hasta arbitrario, que no todos los ciudadanos tengan un oportuno servicio de salud, que no todos nuestros estudiantes puedan acudir a una educación remota, que la conectividad se halla quedado en el engorroso camino burocrático, y tanto más. Estos hechos fueron puestos en evidencia con esta pandemia, fallamos como Estado, como país, como dirigentes y también como ciudadanos, porque permitimos esta orfandad en servicios elementales y vitales. Romper con esa desigualdad y dejación, no es más una premisa, es una acción, una actitud. La lección dura de esta compleja pandemia.
Nuestra democracia exige liderazgos comprometidos, sensibles, probos, sobrios y con visión holística. Necesitamos, en una palabra: estadistas; que piensen en “las próximas generaciones y no en las próximas elecciones”. No es pedir mucho, pero lo cierto es que quien decide, es quien elige y quien elige es usted. Somos nosotros, somos todos los peruanos habilitados para ello. Tenemos una poderosa cuota de compromiso democrático, no es descargar culpas, es invocar a un ejercicio de ponderación, sensatez y responsabilidad. La soberanía del voto.
Hace algún tiempo revisaba notas periodísticas pasadas, y me encontré con una cita descarnada, decía que en la “genética del latinoamericano” está el aceptar el autoritarismo, la prevalencia de unos sobre otros, y lo recalco porque son expresiones profundamente equivocadas. Somos ciudadanos libres, esencialmente democráticos, comprometidos con una sociedad donde prime la igualdad y justicia. No perdamos la esperanza, de que ese amanecer no está distante, al que todos debemos sumarnos, pero empecemos ya, con ese, nuestro compromiso.