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Cambiarlo todo

POR: JORGE ACOSTA ZEVALLOS (ECONOMISTA)   

El caso de Vacunagate nos demuestra una vez más que nuestras instituciones están corroídas por enfermedades endémicas que no son de ahora, tienen muchos años. Basta leer los libros de Jorge Basadre y Alfonso Quiroz para confirmar que la corrupción, inmoralidad campea no solo en los niveles del Estado, también en empresas parasitarias de él.

Y Ahora tenemos a cinco expresidentes de la Republica metidos en escándalos de corrupción, intentos de golpe de estado “legalizados”, agreguemos los alcaldes y gobernadores regionales encarcelados y denunciados para darnos cuenta que tan mal estamos. Si un gran sector poblacional le tenía gran aprecio al ex presidente Martin Vizcarra, hoy con el caso de las vacunas se les cae por lo solapado de su aprovechamiento en medio de pandemia letal de muchas vidas. Y estamos ante el comienzo de una serie de destapes, no solo por el asunto de las vacunas, sino de otras que se preparan como contraofensiva y aprovechamiento electoral. El Congreso y cierta prensa pretenderán santificarse copando el Estado y el escenario para dictar nuevas reglas de juego en beneficio de elites tradicionales.

En medio esta la población afectada por el coronavirus, sin empleo, en hambruna y renegando de la clase política. Estamos ante el peligro de un desborde anti social con elevación de la delincuencia, criminalidad, violencia familiar y grandes males sociales. Se adicionará la movilización popular rompiendo la cuarentena por reclamar sus derechos, trabajo y reivindicaciones básicas. No faltarán los resucitados políticos que elucubraran como revertir el proceso eleccionario, como direccionar la votación a los que siempre nos gobernaron. Los oiremos decir, se necesita mano dura, idearan cambiar a quien preside el Congreso y calculan si es posible cambiar al Presidente o negociar acuerdos para sus fines particulares. Ante este escenario el colectivo ciudadano puede decaer en el pesimismo, descredito de la política y practicar la idea del “sálvense quien pueda”. Y eso es como ponerse la soga al cuello.

El pueblo peruano no se merece tanta maldad, tiene que saber que si puede decidir y promover que la justicia sea real y efectiva. Primero, tiene que participar activamente en el proceso de elecciones generales y parlamentarias, elegir bien, buscar a los candidatos honestos, con hoja de vida limpia, que se haya fajado con propuestas, con notable sensibilidad social y que esté dispuesto a cambiarlo todo. Tienen que seguir por la decisión que se cambie la actual Constitución nacida de un gobierno dictatorial, que la nueva sea para el próximo bicentenario.

Es cierto que las constituciones por si no revolucionan las condiciones paupérrimas del país, pero es el primer peldaño básico para reconstruir las instituciones colapsadas. La nueva constitución no será estatista como la de Maduro ni extremadamente liberal al estilo fujimorista. Tercero, si es recomendable movilizarse para exigir sanción ya a los que le robaron dinero al Estado, a los que beneficiaron indebidamente a las empresas privadas, a las financieras que inyectaron monedas en los partidos con la condición que gobernaran para ellos. En el corto plazo, la ciudadanía debe convocar a los mejores de su inteligencia para elaborar un plan de emergencia y financiado para enfrentar la pandemia implementando el sector salud, adquisición urgente de las vacunas, garantizar la educación de nuestros hijos de manera digital, directa y en el momento adecuado, la reactivación económica sobre todo para los más marginados, informales, microempresarios.

Que no quepa duda que necesitamos cambiarlo todo, comenzar por limpiar la corrupción enquistada en todos los niveles del Estado y en empresas mafiosas que quieren vivir de los ingresos del sector público, dar la oportunidad a emerger una nueva clase política de preferencia joven pero con principios firmes y demostrables, dotarnos de nuevas normas legales que devengan en el fortalecimiento autónomo de las instituciones, sancionar ejemplarmente a que cometen delitos que a la larga afectan al ciudadano común y corriente.

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