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30 enero, 2025 4:39 pm

Batalla de Moquegua: castigo al patriotismo – Parte II

El saqueo duró quince días seguidos, tiempo de vandalismo en que la tropa española robaba, destruía, enterraba los cuerpos fétidos de sus fallecidos y confiscaba camas y colchones para sus heridos y enfermos.

POR: VÍCTOR CASANOVA VÉLEZ    

Lograda la victoria total en batalla del 21 de enero 1823, y puesto en retirada el ejército patriota, los realistas saciaron su sed de venganza con la población y sus propiedades, de Moquegua y su valle. Según Tomás Dávila, el ensañamiento con indefensos fue por el apoyo dado al ejército patriota de Alvarado.

Los jóvenes moqueguanos abandonaron sus casas para evitar ser ajusticiados o apresados por el ejército español; en Moquegua solo quedaban adultos mayores, mujeres mayores y jóvenes, y niñez. A pesar de estos inocentes, el general Valdés, al ingresar a Moquegua, ordenó toque a degüello. El general Canterac, consideró un exceso esa orden y ordenó suspenderla; el corneta no hizo caso y desde la esquina de las calles Ayacucho-Tacna tocaba el clarín a matanza. Para callarlo, Canterac le disparó un tiro y cambió la orden a saqueo general.

Todas las casas fueron violentadas y saqueadas. Los ibéricos, literalmente, dejaron a los moqueguanos con lo que tenían puesto. Dávila, recuerda aquel 21 de enero: “…la juventud huía con los vencidos hacia el puerto; las mujeres, los ancianos y los niños se refujiaron (sic) en los templos, y los hogares todos quedaron, por la precipitación con que se perdió la batalla, del todo abiertos, con los tesoros, alhajas, vestidos, muebles y de más que contenían, y todo lo adquirido por la ventura y abundancia que gozaron sus mayores, a disposición de la furiosa soldadesca y de sus rabonas, o mujeres aún mucho más asoladoras que aquella. (Dávila 1853).

El saqueo duró quince días seguidos, tiempo de vandalismo en que la tropa española robaba, destruía, enterraba los cuerpos fétidos de sus fallecidos y confiscaba camas y colchones para sus heridos y enfermos. Su bandidaje era tal, que lo que no podían llevarse lo destrozaban. Las salas primorosas se convirtieron en cocinas y sus muebles en leña para fogón. En la ebriedad de la soldadesca cualquier desafortunado poblador sufría un vil disparo (Dávila).

La Ilustre Municipalidad de Moquehua en la “Manifestación dirigida al Libertador Bolívar”, escrita en 1824, relata lo sucedido aquel 21 de enero: “Representásenos aun, la imagen de aquel triste día: el furor y rabia de aquella gente cebada en la sangre de este miserable Pueblo: el terror de las matronas: la huida de los Jóvenes, los denuestos, y afrentas de las Vírgenes, los hinchados, y pestilentes cadáveres en las calles, sin permitirse sepultarlos…”

Pese a la desgracia, las señoras moqueguanas, salían al peligro de las calles para socorrer a los patriotas heridos que yacían abandonados en hospitales provisionales, donde improvisaban vendas utilizando sus únicas vestimentas, las demás fueron robadas. Ellas curaban y protegían a los malheridos, en medio de los insultos de los agresores españoles. Aquellas mujeres y algunos varones pidieron sacar heridos a sus casas para curarlos. Los españoles dedicados a su propia gente aceptaron, a cambio que pagaran fianzas de 5,000 pesos. Recibida la autorización, en pocas horas, no quedó un herido en el hospital; ellos gozaban del mayor esmero de una familia moqueguana.

Los españoles habían enviado algunos contingentes de soldados a las haciendas del valle para capturar a los patriotas que pudieran estar escondidos entre las cepas y el bosque del río.  El general García Camba firma que hasta el día 30 de enero, capturaron 94 prisioneros de los dispersos en la batalla del 21. Sin embargo, varios lograrían escapar gracias a la ayuda de los hacendados, que conseguían guiar a los perseguidos por el bosque hasta encontrar ruta segura hacia Ilo. Otros realistas echaban sus caballadas en las viñas listas para su vendimia, para que se alimenten de las cepas, causando grandes destrozos. No faltaban aquellos españoles dedicados al saqueo, a robar las mulas y animales menores, y a “romper las vasijas en que estaban depositados los vinos y aguardientes, y que estos inundasen las bodegas”.

Sin detener sus fechorías y consumar la desolación de Moquegua, los generales realistas reunieron “al Ayuntamiento, y exijieron (sic) de los vecinos pudientes cincuenta mil pesos para ayuda de las necesidades del ejército, para remachar el castigo que acababa de sufrir ese pueblo patriota”. No fue suficiente el saqueo general, ahora de la nada los moqueguanos tenían que reunir dicha suma para satisfacer los propósitos españoles.

El 27 de enero se marcharon las primeras unidades españolas. Ese día los batallones Cantabria y Burgos regresaron a Puno y dos días después hizo lo propio Canterac junto a los Dragones de la Unión. Por su parte, los dos escuadrones de la Guardia con sus respectivas piezas de artillería regresaron a Arequipa.

Atrás dejaban a un pueblo patriota en la ruina total, sin los mínimos medios para sus necesidades básicas y su actividad comercial.

Análisis & Opinión