POR JESÚS MACEDO GONZALES
A propósito de que muchos hemos celebrado el Día del Padre, quisiera invitarles a reflexionar juntos sobre cómo ha cambiado el rol de los padres varones en nuestra sociedad. Hablemos de las antiguas y nuevas paternidades: cómo los modelos tradicionales están siendo transformados por una generación de padres que ya no temen romper los estereotipos de género, o dicho de otro modo, las nuevas “masculinidades”.
Durante mucho tiempo, se creyó que el único deber del padre era ser el proveedor: trabajar fuera de casa, no involucrarse en las labores del hogar y mucho menos participar activamente en la crianza. Cocinar, cambiar pañales o mostrar afecto eran actos considerados “ajenos” al rol masculino. Ese modelo —aprendido, no natural— se sustentaba en un estereotipo de género que limitaba tanto a los hombres como a las mujeres.
Hoy, gracias a los avances sociales y culturales, muchos padres jóvenes están adoptando nuevas actitudes. Ahora vemos con ternura a papás que cargan a sus bebés en canguros, que los abrazan con cariño, que se conmueven con sus primeras palabras o se desvelan por calmar sus llantos. Aunque todavía existen resistencias culturales, cada vez son más los varones que se permiten ser sensibles, presentes y afectuosos.
Un amigo me contaba que, en el agasajo por el Día del Padre en el nido de su hija, les pidieron asistir con el polo de su equipo de fútbol favorito. El detalle es que a él no le gusta el fútbol. Sin embargo, asumieron que sí, porque “así son los hombres”. Eso también es un estereotipo. No todos los papás tienen que ser futboleros: algunos prefieren cocinar, leer cuentos o simplemente compartir tiempo tranquilo con sus hijos. El nuevo modelo de paternidad nos enseña que ser hombre no es sinónimo de rudeza o competencia, sino también de cuidado, de escucha y de amor.
Antes, cuando un bebé lloraba en la madrugada, el padre antiguo decía: “Mujer, tu hijo está llorando, dale de lactar”. No se levantaba. Hoy, en cambio, conozco a padres que se despiertan junto a sus parejas, que acomodan almohadas, ofrecen agua, sostienen la mano de la madre mientras su bebé se alimenta. Pequeños gestos que hablan de una gran transformación.
También ha cambiado la forma en que los padres se relacionan emocionalmente con sus hijos. Antes, pedir perdón era impensable: se confundía autoridad con infalibilidad. Hoy, un padre que se equivoca y pide disculpas enseña algo más valioso aún: la humildad, el respeto, la humanidad.
Otro cambio importante tiene que ver con el consentimiento. Antes se creía que el esposo podía exigir relaciones sexuales a su pareja, sin importar su voluntad. Hoy, los padres modernos entienden que el amor también se expresa con respeto, con acuerdos mutuos, con afecto sincero. Y qué decir de la disciplina. El padre antiguo usaba el grito o incluso la violencia para imponer autoridad. Hoy, en cambio, muchos padres optan por conversar, escuchar, entender. No se trata de castigar, sino de guiar. No se trata de temerle al padre, sino de confiar en él.
El modelo patriarcal decía que el hombre no llora, no cuida, no limpia. Hoy, vemos a padres que cocinan, que limpian, que acompañan a sus hijos al médico o a la reunión escolar. Padres que cambian pañales, que se enternecen con un “papá, te quiero”. Padres que valoran el trabajo de sus esposas y que, si las circunstancias lo permiten, eligen quedarse en casa para cuidar y criar.
Los nuevos padres, por su parte, harán su mejor esfuerzo, con lo que se llama hoy “las nuevas masculinidades”. No obstante, no hay padres perfectos, solo padres perfectibles donde nuestros hijos nos vean como modelos humanos, llenos de errores, pero también de amor y con nuevos estilos de crianza, y así formemos una nueva generación de niños y niñas porque tuvieron un padre cercano, sensible y también disciplinado, y no distante como las antiguas generaciones.