POR: VICENTE ANTONIO ZEBALLOS SALINAS
Hace dos años se estrenaba de la película “No mires arriba”, una sátira que describía el actuar político, ante acontecimientos puestos en evidencia por la ciencia, y si bien se focalizan en un Estado en particular, sus dimensiones eran mundiales, obviamente en el contexto de la pandemia de Covid-19 y el cambio climático; destacándose la indistinta, agresiva y falsa información que influenciaba en la sociedad, generando desconcierto y en gran parte indiferencia. Con un claro mensaje subliminal, de llamado de atención a los políticos y a los propios ciudadanos para acudir a una toma de conciencia ante los graves problemas internacionales.
Revisando mi fichero, me encuentro con la cita de Yubal Noah Harari en su libro “21 Lecciones para el siglo XXI”, bajo un contexto similar al anterior y con una renovada iniciativa: “necesitamos una nueva identidad global porque las instituciones nacionales son incapaces de gestionar un conjunto de dilemas globales sin precedentes. Para que la política sea efectiva hemos de hacer una de las dos cosas: desglobalizar la ecología, la economía y la ciencia, o globalizar nuestra política. Ya que es imposible desglobalizar la ecología y el progreso de la ciencia, y ya que el coste de desglobalizar la economía seguramente seria prohibitivo, la única solución real es globalizar la política. Esto no significa establecer un gobierno global, una visión dudosa e irrealista, sino más bien que las dinámicas políticas internas de los países e incluso de las ciudades den mucha relevancia a los problemas y los intereses globales”.
Claro que tenemos problemas país, y crónicos, que vienen profundizando las brechas de desigualdad e incidiendo en la desafectación ciudadana con nuestros valores democráticos, en esta incapacidad sistemática de desatención a sus más urgentes demandas. Lo que no puede desvincularnos de nuestro compromiso humano de atender problemas que nos afectan indistintamente a todos, cualquiera que sea el lugar en que se encuentren, pues no hay frontera infranqueable que pueda contenerlos, aun reconociendo que se han hecho importantes esfuerzos por mejorar nuestra calidad de vida, siempre hemos sido rebasados por la propia dinámica de nuestra evolución; la amenaza de una no descartada guerra nuclear, el conflicto ucraniano así lo manifestó; el cambio climático, que se hace habitual en nuestro país con el fenómeno El Niño-y pensar que hay posiciones negacionista-; y la disrupción tecnológica, ya algunos científicos reclaman moratoria para la inteligencia artificial, en perspectiva de no descontrolarse.
Culminada la segunda guerra mundial, en la esperanza de construir un mundo en “paz y seguridad mundial” la Carta de San Francisco nos permitió estructurar una gobernanza a instancia de la ONU, con más y con menos, cumplió su prioridad, evitar una tercera guerra mundial, pero mostró sus limitaciones para confrontar los nuevos retos, que se construían bajo un crecimiento acelerado y avances científicos impresionantes, que forzaron, también, problemas paralelos. A pesar de los llamados de auxilio de su máximo representante Antonio Guterres, secretario general de la ONU, para que se liberen las patentes para una producción masiva de las vacunas contra la pandemia, las grandes corporaciones químico-farmacéuticas y especialmente las grandes potencias, no se dieron por aludidas, lo que significo “selectividad” ante la amenaza sanitaria. Y ahora vemos, a una ONU, paralizada frente al grave conflicto israelí-palestino, con los bloqueos que permite el derecho de veto de los estados potencia, sobreponiendo la mezquindad de sus intereses y relegando una oportunidad para la paz y el diálogo.
Nos encontramos ahora, justamente frente a un libro que se intitula, tal cual hemos denominado el presente artículo, “Por una Constitución de la Tierra” de Luigi Ferrajoli, cuya actividad y performance personal, intelectual, académica, está fuera de toda duda y más bien en este aporte, ratifica su permanente preocupación desde el quehacer jurídico, por asumir y confrontar los grandes problemas en los que está inmersa toda la comunidad mundial, “Por primera vez en la historia, a causa de la catástrofe ecológica, el género humano está en riesgo de extinción: no una extinción natural como la de los dinosaurios, sino un insensato suicidio masivo debido a la actividad irresponsable de los propios seres humanos”.
Los Estados, aún las grandes potencias, no están en la capacidad individual de asumir estos retos, en lo que se hace necesario y urgente, acudir a una refundación del ya mayor pacto de convivencia, la Carta de Naciones Unidas y sus instrumentos complementarios y ampliatorios, por lo que se hace necesario un instrumento jurídico y político como la Constitución para la Tierra, para “imponer límites y vínculos a los poderes salvajes de los estados soberanos y de los mercados globales, en garantía de los derechos humanos y de los bienes comunes de todos”. Revisemos algunas de sus premisas:
- La ONU ha sufrido un proceso desconstituyente, no se garantizó el cumplimiento de sus Convenios sobre derechos humanos y se facilitó un exceso de autonomía a los Estados, bajo su reconocida soberanía.
- Los Estados soberanos son incapaces de responder a los desafíos globales y en muchos casos se contraponen con el principio de la paz y la universalización de los derechos humanos.
- Los derechos humanos, fuera de occidente-aquí hay cierto sesgo-son privilegios y su proclamación es retórica.
- Se tata de asegurar la supervivencia de la humanidad: Ningún gobierno podrá jamás afrontar, por sí solo, los problemas de las desigualdades globales, del hambre y la sed en el mundo y de las enfermedades no tratadas de centenares de millones de personas; ningún gobierno procederá a un desarme unilateral.
- En el escenario de la globalización, los países, especialmente los países pobres, cada vez dependen menos de sus políticas internas y cada vez más son las decisiones externas que se disponen en “sedes políticas extraestatales o por poderes económicos globales”
- Este nuevo orden universal se formaría bajo un formato federalista, con el “carácter prevalentemente federado de las instituciones de gobierno”; considerándose las funciones ejecutiva, legislativa y judicial y funciones globales. A efecto de ello, debe reforzarse las instituciones existentes y crearse otras, con la obligación de financiar las prestaciones correspondientes.
- Institucionalizar un Tribunal Constitucional global para controlar las normas que pudieran contradecirla.
- Una Constitución para la Tierra que imponga límites a los poderes empresariales, a los poderes económicos, que han triunfado sobre la política, afirmándose como “poderes soberanos y salvajes” y aún más, con el desarrollo de las tecnologías.
Finalmente, compartamos una de las grandes paradojas: los gases de efecto invernadero, son producidos en gran parte por los países industrializados, los países ricos; sin embargo, hasta ahora, lo han asumido de forma desaprensiva, y quienes soportan las complejas y agresivas consecuencias, son en gran parte los países pobres (inundaciones, sequias, desertificaciones). Vamos a tomar las cosas en serio, rompamos con el statu quo que inclina la balanza de la justicia hacia el lado de siempre; vayamos por una Constitución para la Tierra.