POR: VICENTE ANTONIO ZEBALLOS SALINAS
No es ningún sarcasmo, pues pareciera que el debate electoral es únicamente sobre las elecciones presidenciales, relegándose las congresales, y son de mucha importancia, sobre todo desde la perspectiva de gobernabilidad y estabilidad política, aún más necesaria en tiempos de pandemia.
Compartiendo las proyecciones electorales publicadas este último sábado por CPI tendremos una representación parlamentaria atomizada, sin que ninguna fórmula supere el 10%, pudiendo mejorarse con el voto horizontal, que es el arrastre de la fórmula presidencial, la definición de último momento de los indecisos que superan el 32% y el reacomodo final, por aquellos partidos que no superen la valla electoral del 5%. Pero estas circunstancias, no evitan el fraccionamiento de nuestro Congreso, actualmente con 12 Bancadas.
Es de destacarse que Somos Perú, está mejor ubicada que su fórmula Presidencial; FREPAP sin fórmula presidencial, está bien colocada y en posibilidad de ratificar su actual representación. El Tribunal Constitucional señalaba, cuando argumentaba su sentencia sobre la demanda contra la ley de Barreras electorales: “que la gobernabilidad exige la participación política plural, pero también que una representación atomizada elimina la posibilidad de gobernar o, cuando menos, la posibilidad de hacerlo eficientemente”.
En nuestro pasado reciente, caracterizado por un enfrentamiento de poderes, postergándose compromisos mayores por el país, ajenos a la construcción de entendimientos y generación de necesarios consensos, propios de una democracia: el 2016 tuvimos en el Congreso una Bancada con una amplia mayoría de 73 Congresistas, que culminó con la renuncia del Presidente Kuczynski; a partir de marzo del 2018, esa misma mayoría pero algo mermada y sin dejar de ser gravitante, culminó con la disolución del Congreso; y ya con un nuevo Congreso, producto de las elecciones de Enero del 2019, en Noviembre se decidió por la vacancia Presidencial. Estos acontecimientos histórico-políticos, manifiestan desencuentros graves, en absoluto dirigidos a dar mayor solidez a nuestra vida institucional.
Y aún con estos antecedentes fácticos, y en la certeza que cualquiera que sea la fórmula presidencial que triunfe el 11 de abril, no tendrá mayoría Congresal, el marco normativo constitucional que regula las relaciones Ejecutivo-Legislativo, se mantiene invariable, es decir puede incurrirse en el uso extremo de las instituciones de la censura, la vacancia, la disolución. No olvidamos la renuncia del Tribunal Constitucional, de ir al fondo del caso respecto a la Vacancia, que, si bien no evitaría decisiones de carácter político, pero si las encaminaría por un contexto jurídico constitucional más preciso.
La fragmentación responde a una realidad, es el ciudadano quien decide, es propio de una democracia representativa, como la nuestra; el problema es la debilidad de las organizaciones políticas, sin capacidad de articulación, de orientar, de incidir en sus integrantes -ahondado con la votación preferencial-, genera posiciones contrapuestas o personales, lo que imposibilita auspiciar consensos u entendimientos, en un claro compromiso con las verdaderas necesidades y prioridades que desde sus funciones debe asumir cada autoridad. La fragmentación es una amenaza, que con diligencia debe devenir en una fortaleza. No resulta distante a esta realidad, la diversas denuncias contra candidatos parlamentarios y el desconocimiento absoluto de estas participaciones por parte del candidato presidencial; o la impronta de “pechar” un candidato congresal al líder de su partido o el desconocimiento de los candidatos respecto a los contenidos de su propuesta de Plan de Gobierno. En esta última versión de Parlamento, quizá la única Bancada que actúa de manera coordinada y uniforme es la del FREPAP.
Una enorme y urgente agenda país por atender, mirando desde las circunstancias presentes salud, educación, conectividad, corrupción, inclusión hasta la imprescindible consolidación institucional, implica disposición para alentar e involucrarse en los necesarios consensos que fortalezcan nuestra democracia y legitimar el actuar de sus protagonistas. A la vuelta de la esquina, están las elecciones, momento de decisiones, al elector se le asigna una sabia y responsable decisión, su voto.
Bicentenario, es también año del Bicentenario, oportunidad de renovar nuestra fe y esperanza en nuestro país, de ratificarle -cualquiera que sea nuestro rol- nuestro afecto, lealtad e identidad, y que mejor aún, se lo demostramos a partir de un ejercicio auténticamente democrático del buen uso de nuestros espacios electorales.