POR: ABG. FREDDY GUTIÉRREZ TORRES
A modo de introducción les comentaré que Juan Alberto Guillén López, alcalde del distrito de Cocachacra, en los períodos: 1981-1983, 1984-1986 y 2007-2010, se refirió al proyecto minero Tía María con las siguientes palabras: “… es una bendición de Dios que este proyecto minero esté en Cocachacra…” Tiempo después, este personaje se convertiría en uno de los opositores furibundos del mismo proyecto. Casi su maldecidor.
Cocachacra, en Islay, región Arequipa, 1000 Km al sur de Lima, junto con Deán Valdivia, Punta de Bombón y Mejía, es un distrito que está asentado sobre el Valle de Tambo. Es el más extenso de ellos y habitado por algo más de 8000 personas dedicadas básicamente a la agricultura.
La naturaleza, esa gran madre que nos sorprende constantemente, ha puesto en este lugar miles y miles de hectáreas de tierras fértiles para la agricultura junto a millones y millones de toneladas de mineral de cobre.
Agricultura y cobre juntos. Uno al lado del otro. Como diciéndole a la inteligencia: “ahí te doy dos grandes riquezas. Utilízalas para el bienestar tuyo y de tus hijos. Aprovéchalas”. Ese es su mensaje. Empero, esta generosa disposición de la naturaleza se ha visto controvertida, y hasta rechazada, por un sector de la población, lo que ha detenido la explotación de este recurso minero. De las dos grandes riquezas que la naturaleza ha puesto en este lugar, sólo se utiliza una de ellas.
En tiempos normales la provincia de Islay no es de las mejores económicamente, tampoco en desarrollo y bienestar. Ahora, en tiempos de COVID-19, el desarrollo de esta provincia, su bienestar, se afectará gravemente junto con toda la economía del país.
¿Tenía razón ese alcalde de Cocachacra? Tía María, ¿es una maldición o quizá una bendición de Dios?
ALGUNOS REFERENTES POBLACIONALES Y ECONÓMICOS
La tasa de crecimiento promedio anual, 1995-2000, de la provincia de Islay ha sido de 0,8%. No crece significativamente. Está como detenida. Los pobladores (o mejor, sus hijos) en lugar de quedarse a vivir aquí, prefieren salir en busca de mejores niveles de desarrollo. El crecimiento poblacional de Islay es comparable con el de La Unión, provincia de la sierra de Arequipa, olvidada y pobre (0,7%). Esta misma tasa poblacional es muy diferente a la provincia adyacente de Camaná que en el mismo período creció al ritmo de 2,2 %.
Ahora bien, estudios del INEI en lo referente a la población total proyectada, para el período 2018-2020, muestran una baja tasa de crecimiento poblacional; en el caso de Islay, en estos tres años, crecería en menos de 700 personas. Es decir, 233 personas por año. Al norte, en Camaná, el incremento sería de 1769 personas. Es decir, 586.33 nuevas personas cada año. Mientras al sur, en Ilo, el incremento es de 3498 nuevas personas. Es decir, 1166 cada año.
Esta diferencia con los vecinos inmediatos, Camaná e Ilo, se hace más notable respecto de Pisco (Ica). En esta provincia el incremento poblacional crece a 9514 nuevas personas. O sea, 3,171.33 cada año.
Estos índices poblacionales muestran el interés o desinterés que tiene una persona de radicar o vivir (o nacer) en un lugar determinado. Situación que tiene una relación directa con la economía, el bienestar, el desarrollo de ese lugar. Obvio, nadie quiere ir a vivir a un lugar donde no hay futuro. Con la sola atingencia que la provincia de Islay tiene agricultura igual que las otras, pero, además: una envidiable infraestructura portuaria y otras ventajas comparativas que, ni de lejos, tienen las otras provincias citadas.
Ahora bien, en el Mapa de Pobreza Monetaria a nivel distrital, en el puesto 1874 (el de mejor ubicación) está el distrito de San Isidro y Miraflores en el puesto 1873. Los dos distritos capitalinos donde viven las personas más ricas de Perú. Mientras que el distrito de Cocachacra está 200 puestos más abajo (puesto 1674). Más cerca de la pobreza. Ni qué decir del distrito adyacente, Deán Valdivia, que se encuentra 361 puestos más abajo (puesto 1513). Mucho más cerca de la pobreza. Indicar que los dos distritos limeños (San Isidro y Miraflores) no tienen los recursos naturales que sí tienen Cocachacra y Deán Valdivia.
Es más, en este mismo Mapa de la Pobreza Monetaria, en la región Arequipa, el distrito de Yanahuara es el que está mejor ubicado en el puesto 109. Más lejos de la pobreza. Mientras que Cocachacra se halla 32 puestos más abajo (puesto 77). Más cerca de la pobreza. En tanto, el distrito de Deán Valdivia está 58 puestos más abajo (puesto 51). Mucho más cerca de la pobreza. Y Yanahuara no tiene tantas tierras agrícolas, y no tiene y ni podría explotar los recursos minerales que sí tienen Cocachacra y Deán Valdivia.
Hasta aquí podemos extraer dos amargas primeras conclusiones: a) la provincia de Islay no es un lugar atractivo o elegible para vivir y lograr la superación personal; y, b) la provincia de Islay es, relativamente, una provincia pobre monetariamente.
Conclusiones que tienen relación directa con el bienestar, con el desarrollo y con la esperanza de las personas de vivir en un lugar logrando la superación y sus metas propuestas. Una provincia sin futuro. Estas preliminares conclusiones tienen un agravante: la provincia de Islay tiene todas las condiciones materiales para ser una provincia de las más ricas y desarrolladas del país; y por ende, tener los distritos mejor ubicados en estos mapas y, en general, en todos los índices de desarrollo. Empero, la realidad social nada a contracorriente.
ALGUNAS OTRAS CARENCIAS
Con cargo a desarrollarlas en extenso en otro ensayo, señalaremos algunas deficiencias o carencias que tiene la provincia de Islay. Debemos resaltar que el Valle de Tambo tiene las condiciones naturales para crecer cuantitativamente (su frontera puede ser ampliada en 100%). Es más, el Valle tiene las condiciones para crecer cualitativamente. En intensidad y en diversidad, con la ayuda de la tecnología agraria. Pero, ya lo hemos visto, ni es un lugar elegible para vivir ni tiene el dinero suficiente para producir. Convirtiéndose así en un lugar para sobrevivir.
Desde hace 40 años se viene exigiendo al Gobierno Central la construcción de una represa que, justamente, sirviera para el crecimiento cuantitativo y cualitativo de la Agricultura (y otras actividades) de los distritos del Valle de Tambo. Además, esa represa serviría a los otros dos distritos que forman la provincia de Islay: Mollendo e Islay. Paradójica y patética, resulta esta situación: de un lado, en los meses de verano el río Tambo trae inmensas cantidades de agua. Millones de metros cúbicos que se vierten al mar. Una parte de ellas podría muy bien represarse. Mientras que, de otro lado, existe un notorio déficit de producción de agua potable, en cantidad y en calidad. Otra carencia, al lado de ésta, es la deficitaria y pésima red de aguas servidas que afectan grandemente no sólo las miles de hectáreas de tierras dedicadas a la agricultura sino además a la propia población en forma directa.
Además, en el rubro de la salud, la provincia no cuenta con un hospital. El Ministerio de Salud tenía solamente un hospital para una población de más de 50,000 habitantes. Ése establecimiento construido hace más de 50 años, primer período del presidente Fernando Belaunde, pasó a manos de EsSalud.
En el rubro de la educación, cada uno de los seis distritos que forman la provincia, cuenta con una Unidad Escolar o Colegio Nacional (alma mater en cada distrito): Miguel Grau en Islay-Matarani; G.U.E. Deán Valdivia en Mollendo; José Abelardo Quiñonez en Mejía, Eduardo López de Romaña en Deán Valdivia; MERU en Cocachacra y VIMATOCA en Punta de Bombón. De todos ellos, sólo dos han sido remodelados. Los otros cuatro mantienen sus estructuras obsoletas. Pero no sólo es obsoleta la infraestructura, lo es también su implementación.
TIEMPOS DEL CORONAVIRUS
Así las cosas, en tiempos de coronavirus, se complican grandemente para todos. También para la provincia de Islay. En estos días que escribo, inicios de junio de 2020, la población infectada en esta pandemia, en Perú, ya supera “oficialmente” la cifra de 200,000 personas, acercándose velozmente a los 250,000. Al fin de este nuevo período de aislamiento social obligatorio, 30 de junio, esta cifra habrá sobrepasado largamente el cuarto de millón, ubicándonos en un expectante puesto entre los 10 primeros países del mundo, pero de infectados.
Con gente que muere diariamente por falta de oxígeno (por escasez) y/o por falta de dinero para comprarlo, la provincia de Islay que “prácticamente estaba libre del mal”, tiene una estadística que supera los 100 infectados, según el MINSA. Ya hay fallecidos. ¿Cuáles serán las cifras al 30 de junio? Este ensayo no pretende provocar pánico, por el contrario, pretendo provocar esperanza. Fe. Poner en valor los recursos que la Madre Naturaleza nos ha colocado debajo de los pies. No para pisotearlos, no para desecharlos, no para desaprovecharlos; al contrario, para decirle a la naturaleza: Gracias. Para cantarle como Mercedes Sosa: «Gracias a la vida, que me ha dado tanto”.
Los economistas, en general, de izquierda o de derecha, los que saben, nos dicen que las cifras económicas, consecuencia de esta pandemia: son de desastre, en todos los rubros de la economía. Veamos algunos datos: El Banco Mundial, proyecta que este año 2020 el PBI en Perú caerá en 12% (hay quienes consideran que la cifra será mayor). Un punto porcentual del PBI significa 100,000 puestos de trabajo. El PBI está directamente relacionado con la pobreza. Si el PBI crece, la pobreza se achica. Si el PBI se achica entonces la pobreza aumenta. Si el PBI cae en 12%, el trabajo cae en un 1’200,000 puestos. En la región Arequipa 10,000 han perdido su trabajo.
Los estudiantes ya no asisten a clases personalmente y hay miles de niños que no tienen cómo hacer sus clases en forma virtual. Los hospitales ya no se abastecen. Ya se viene diciendo que la cantidad de muertos por esta pandemia no es la que dice el gobierno, sino que hasta el 31 de mayo sería de 18,000 muertos. Y en todo este revoltijo de cifras desastrosas hay quienes sacan provecho. La corrupción. Bien dice la conseja popular: “a río revuelto, ganancia de pescadores”.
¿QUÉ HACER?
Frente a esta calamidad sólo comparable con el desastre económico que produjo la Guerra del 79: ¿Qué hacer?
Esta es la gran pregunta que debemos tener como guía, como norte. Esta pregunta debe ser el sendero por el que debemos transitar cada uno de nosotros, individual y colectivamente.
Nuestro comportamiento debiera sujetarse a responder esta pregunta: ¿Qué hacer por mí, por mi familia? ¿Qué hacer por mi vecindad, por mi entorno social? ¿Qué hacer por mi distrito, por mi provincia? ¿Qué hacer por mi país?
Y frente a esta gran pregunta se abre un gran escenario: la solidaridad. Esa virtud, humana por antonomasia. De la que ya se presentan los primeros atisbos.
La presidenta del TC, Marianella Ledesma, hace buen tiempo hizo pública su propuesta de que los funcionarios del Estado dieran el ejemplo rebajándose los sueldos. Algunos de ellos calificaron de “tontería” dicha propuesta. Cuándo no. Hasta el presidente de la República, Martín Vizcarra, la soslayó. La miró por sobre el hombro.
Ha pasado más de un mes y este mismo presidente de la República, por decreto, ha dispuesto que los integrantes del Poder Ejecutivo hagan efectiva esta virtud. No está mal para empezar. Estamos a la espera de que esta virtud dormida, despierte en los integrantes de los otros poderes del Estado, así como de los órganos autónomos.
Asimismo, por ley se pretende despertar a la dormida virtud solidaria que reposa en los corazones de quienes tienen algún nivel de riqueza monetaria. ¿La clase media quizá? No vamos a esperar, y menos comentar, la solidaridad de los ricos monetarios. Ellos saben bien lo que deben hacer y el Estado, lo sabe mejor.
Sin embargo, todas estas virtudes solidarias gratamente unidas, por ley, son sólo paliativos (in) significantes frente a este escenario horroroso que estamos viviendo y que vamos a vivir en los tiempos que se vienen. Evidentemente, ni la salud, ni la economía de un país de más de 30 millones de habitantes se salvará con algunos miles de soles “donados por ley” (¿?) por algunas decenas de funcionarios. No basta la buena voluntad.
Lo que se requiere, lo que exige la realidad actual, el imperativo económico y moral, en estas circunstancias, es la solidaridad de los pueblos. Léase el gran poema de César Vallejo: MASA. Sólo la unidad de todos los hombres hará que el país se eche a andar. De lo contrario seguirá muriendo, como el cadáver del poema. Y ¿qué pueden aportar solidariamente los desposeídos del Perú? ¿De qué modo puede despertar la virtud solidaria dormida de los pueblos del Perú si no tienen recursos?
Esta es la razón de este ensayo. Despertar la conciencia y los corazones de los pueblos que, siendo ricos, son pobres, poblacional y monetariamente, como la provincia de Islay. Deben “cruzar el rubicón». Deben sacudirse de ciertos prejuicios, y también de ciertos “liderazgos”, que distorsionan la visión de desarrollo del país. Liberar sus energías y propiciar el desarrollo de sus mismos pueblos. Deben procurar generar riqueza para sus pobladores, si no la tienen, y si la tienen procurar hacerla crecer. Las circunstancias que vivimos obligan a replantear conceptos y acciones que en tiempos normales podían entenderse pero que han cambiado rotundamente.
Una provincia de Islay que en tiempos normales sobrevive, es probable, altamente probable, que, en tiempos de pandemia de coronavirus, pueda colocarse por debajo de la línea de pobreza. Cuidado. Frente a este escenario catastrófico, es una exigencia moral el accionar solidario. Solidaridad hacia dentro y hacia fuera. Solidaridad hacia nuestra PEA provincial y regional y solidaridad hacia el Perú en su conjunto.
CONSECUENCIAS DE TÍA MARÍA
Como toda obra humana, tiene concomitancias negativas: una protesta social de rechazo, por un sector de la población, que termina influyendo en el conjunto de la sociedad generando un malestar generalizado. Se han sucedido tres gobiernos nacionales que han diferido su concreción. Situación que ha traído como resultado la muerte de pobladores y policías, paralizaciones e incertidumbre que desmejoran la economía de la provincia.
Pero también, como toda obra humana, trae consigo consecuencias positivas: ha puesto en valor el precio de las tierras agrícolas y los inmuebles de los mismos habitantes, ha motivado inversiones inmobiliarias en diversos lugares del Valle, ha “obligado” a la empresa a ejecutar varios programas de apoyo social que ha beneficiado a cientos de pobladores. Sin embargo, el monto de la inversión proyectada nos lleva a pensar en cosas mayores.
Si el proyecto Tía María empieza a funcionar, miles de hombres y mujeres tendrán trabajo y dinero para sostener sus hogares. Muchos serán de aquí, de la provincia, otros serán del resto de la región y de otras partes del país. Miles de hombres y mujeres tendrán dinero fresco para sus hogares y no canastas y bonos deficitarios y mal repartidos. Y la empresa también deberá sujetar su accionar empresarial a la gran pregunta ¿Qué hacer por el desarrollo y bienestar de la provincia y de sus pobladores?
Si el proyecto Tía María empieza a funcionar debiéramos empezar a visionar la construcción de la represa que el Valle de Tambo necesita, así como Mollendo y Matarani. Visionar la construcción de infraestructura de agua y desagüe para todos. De infraestructura Hospitalaria que sirva a toda la provincia. No sólo para esta época de coronavirus sino para siempre. La construcción de infraestructura educativa que sirva a todos nuestros niños y jóvenes (y también adultos) estudiantes de toda la provincia de Islay. Implementación de las TIC.
Sin dejar el cuidado de la salud y del medio ambiente en las circunstancias actuales, ante este panorama que se nos viene encima, necesitamos, como provincia, como región, como país, inversiones frescas, en todas las actividades, para reflotar la economía que cae a pedazos, recuperar puestos de trabajo y generar otros miles nuevos para nuestra gente. Se necesita dinero para soportar y salir adelante de esta crisis general.
La gente “de a pie” tiene la obligación de la solidaridad. Los empresarios tienen la obligación económica de contribuir al desarrollo de los pueblos. Esta virtud solidaria y esta obligación empresarial, en estas circunstancias de emergencia nacional y de catástrofe mundial, necesitan mirase a la cara. Sin mascarilla. Ambos protagonistas: el sector de la población que rechaza el proyecto y la empresa dueña del proyecto deben hacer sus mejores esfuerzos en beneficio de todos. Este proyecto tendrá que convertirse en el vehículo que traslade a la provincia de Islay de su estado actual de pobreza poblacional y monetaria a un estado de riqueza.
CONCLUSIÓN
En tiempos normales la provincia de Islay no es de las mejores económicamente. Por el contrario, con referencia a los índices de crecimiento poblacional y de pobreza monetaria, se encuentra atrasada, no es atractiva. Teniendo condiciones naturales inmejorables comparativamente con otras provincias, empero, esta realidad se agrava en estos tiempos de pandemia. Entonces hay que desarrollar las mejores capacidades humanas y materiales de que nos ha provisto la Madre Naturaleza.
Hay que hacer un balance entre lo bueno y lo malo que hemos tenido en esta década y visionar el futuro inmediato que podemos alcanzar. No podemos esperar a que el Estado llegue o no con bonos y canastas para solucionar nuestra pobreza. Hay que “cruzar el rubicón” con la confianza de que haremos bien las cosas, con los recursos y la inteligencia que nos ha dado Dios.
Así entonces, el proyecto Tía María ¿será una maldición o una bendición?