POR: CÉSAR (UVAS) GUILLÉN VALLEJO [PROMOCIÓN 1986 «HALLEY»]
Una de las cosas más esperadas al llegar al último año del colegio es el famoso y añorado viaje de promoción al Cusco, que para muchos es la primera vez que salen del amparo de sus protectores padres y pueden hacer prácticamente lo que quieran.
Y uno de los elementos que alimenta la fantasía del viaje es la famosa y temida «La Raya».
¿Pero qué es La Raya?
Sencillo, es un punto geográfico entre los departamentos de Puno y Cusco, donde se alcanza la altitud más elevada del trayecto: 4,335 metros sobre el nivel del mar.
Las promociones pasadas contaban historias aterradoras sobre cómo el mal de altura los afectó. Algunos narraban que desfallecieron entre vómitos y bajadas de presión, otros decían que desafiaron la altitud bajando del bus y jugando con la nieve, mientras que los más precavidos permanecieron quietecitos en sus asientos, mirando por la ventana para evitar cualquier malestar.
Este tramo del viaje tenía incluso ciertos rituales. Muchos llevaban termos con mate de coca, otros comían liviano para evitar problemas estomacales en la altura, algunos optaban por un cóctel de pastillas para contrarrestar los síntomas y, claro, los más osados llevaban una chata de licor con la esperanza de que la aclimatación fuera más llevadera.
Aunque, en gran parte, todo era psicológico, especialmente para aquellos compañeros que nunca habían salido de casa.
EL INICIO DE LA AVENTURA
A las 9:00 de la mañana me preparaba para encontrarme con mis compañeros en el parque cerca de mi casa. Desde allí, partirían los buses que nos llevarían a esta esperada aventura.
Entre las cosas que tenía mi abuelo, había un viejo pero confiable altímetro. Según él, se lo ganó a un topógrafo en una apuesta y lo había guardado por años. Aprovechando el viaje, se lo pedí prestado para hacer más entretenido el trayecto de aproximadamente 15 horas.
Cuando lo mostré, se convirtió en una novedad. Muchos no conocían el artefacto y me pidieron que los avisara cuando estuviéramos por llegar a la temida La Raya.
A las 10:00 de la mañana llegaron los buses. Apenas se estacionaron, nos abalanzamos sobre ellos para asegurar un asiento con ventana, acomodarnos junto a nuestros amigos y empezar con la típica chacota de viaje.
Después de dejar mi mochila en el asiento elegido, escribimos nuestros nombres con pintura soluble en las ventanas y la parte trasera del bus. Unos minutos después, el motor rugió y comenzó nuestro soñado viaje al Cusco.
RUMBO A LA RAYA
Salimos de Moquegua cantando y, tras varios kilómetros, la adrenalina del inicio del viaje bajó. Ya más tranquilos, continuamos con las bromas y, cada tanto, alguien me preguntaba:
— ¿A qué altura estamos?
Yo miraba el altímetro y respondía:
—1,410 metros.
El primer punto de parada fue Torata (2,195 msnm), donde compramos pan.
Luego llegamos a Puno (3,827 msnm), donde bajamos a tomarnos fotos en el lago Titicaca.
Juliaca (3,824 msnm) no nos llamó mucho la atención, así que permanecimos en el bus.
Ayaviri (3,907 msnm) nos recibió ya de noche.
Cada vez estábamos más cerca de la famosa La Raya. Algunos estaban emocionados, otros se abrigaban en preparación para bajar del bus.
«¡Chicos, estamos en La Raya!»
De pronto, miré mi altímetro: 4,335 msnm.
Con entusiasmo, grité: «¡Chicos, estamos en La Raya!»
Todos aplaudieron emocionados. Lo mejor de todo es que nadie se sintió mal.
El chofer se orilló en la carretera y pudimos bajar un momento.
Allí estaba el famoso letrero que decía:
» Welcome to Abra La Raya »
«Altura 4,335 msnm»
Entusiasmado, me dirigí al otro bus, donde varios compañeros me habían pedido que les avisara cuando llegáramos a La Raya.
Esperé a que el bus se detuviera, pedí que abrieran la puerta y subí. Apenas entré, vi a todos muy abrigados, con pocas ganas de moverse.
Con voz firme y entusiasta, grité:
— ¡Chicos, estamos en La Raya!
Y entonces…
¡Buagh!
Un sonido gutural rompió el silencio y, como efecto dominó, todos comenzaron a vomitar.
Algunos alcanzaron a usar bolsas, otros abrieron la ventana a tiempo, pero varios no lograron contenerse y terminaron dejando el pasadizo del bus hecho un desastre.
De pronto, el profesor encargado del bus me jaló y me empujó hacia afuera, diciéndome con furia:
— ¿¡Qué quieres, matarlos!?
Ya en la carretera, sorprendido y hasta algo asustado, me quedé quieto un momento sin saber qué pensar.
Hasta que, de pronto, una pequeña sonrisa malévola se dibujó en mis labios… Jejeje.
Tras unos minutos, volví a mi bus, donde todos estaban perfectamente sanos, y seguimos el viaje hacia el Cusco.
EL REGRESO Y LA BROMA FINAL
Meses después del viaje, nos reunimos para definir los detalles de la fiesta de promoción. Entre las discusiones sobre el lugar, el costo y la organización, hubo un breve silencio.
Aprovechando el momento, con una voz ligeramente fuerte, dije:
— «Chicos, llegamos a La Raya».
Y en ese instante, se escucharon sonidos de arcadas por todo el salón.
Acto seguido, una lluvia de cuadernos, papeles y todo lo que mis compañeros encontraron a la mano cayó sobre mí en señal de «protesta». Jejeje.