domingo, 12 de octubre de 2025
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Voy a hablar del genocidio

El odio, que es causa de las peores masacres, no es una explosión instantánea, sino que se cultiva pacientemente, muchas veces sin consciencia de ello, y que, como en el famoso poema de Enrique Banchs, cuando encuentra la oportunidad, se lanza sobre su pobre víctima.El odio, que es causa de las peores masacres, no es una explosión instantánea, sino que se cultiva pacientemente, muchas veces sin consciencia de ello, y que, como en el famoso poema de Enrique Banchs, cuando encuentra la oportunidad, se lanza sobre su pobre víctima.

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POR: EIFFEL RAMÍREZ AVILÉS

Ha habido tres genocidios en el siglo XX: el de los otomanos contra los armenios; el de los nazis contra los judíos; y el de los serbios contra los bosnios. Genocidio es buscar eliminar a una comunidad entera por algún odio irreprimible. Los medios usados son de los más bárbaros: acribillamiento, hambre, exilio.

El primer genocidio del siglo XXI, tal como casi todos los reportes informan, viene a ser el de los judíos contra los palestinos. Eso es ahora evidentemente cierto. Pero quiero darle una vuelta más al asunto. Mejor dicho: quiero en estos momentos pensar que ese genocidio se enmarca más entre los del siglo XX. Eso nos podría ayudar a comprender mejor la esencia de los genocidios, así como también el futuro de Israel. 

Debe anotarse, en primer lugar, que los tres genocidios del siglo XX tuvieron como motivación (aunque no fue la única) la religiosa. Ya sea como victimario o como víctima, el participante en los trágicos eventos estaba fanatizado en cierto grado. De ese modo, el cristiano, el judío y el islámico fueron los actores principales en esas vorágines de exterminio. Por ello, no hay mucho que decir aquí: un genocidio se convierte necesariamente en genocidio religioso. Y aunque se dijera que los nazis fueron personas sin religión (una tesis a todas luces falsa), no erradicaría su saña igual de fanática contra personas muy creyentes como fueron los judíos. 

El segundo aspecto a tomar en cuenta en un genocidio es su posible justificación. Obviamente, los responsables de un genocidio niegan que haya habido (o hayan cometido) un genocidio. Pero ante las evidencias y los números, lo que hacen a continuación es justificarlo: y para eso utilizan un contexto bélico. En otros términos: para solapar un genocidio, señalan que los muertos no se dieron por una acción premeditada del Estado, sino en razón a un conflicto armado. Así, el Imperio Otomano excusó su genocidio por la Primera Guerra Mundial; los exnazis justificaron sus actos genocidas en virtud a que obedecían órdenes militares de arriba; y los serbios apelaron a un conflicto armado de causas aparentemente políticas. 

Cuando hablamos de genocidio, por otra parte, también hablamos de cálculo muy anticipado. Ningún aparato estatal comete genocidio de la noche a la mañana o por un mal sueño del gobernante. El genocidio se siembra por años en el corazón de un Estado asesino y con la anuencia pasiva de los ciudadanos. El odio, que es causa de las peores masacres, no es una explosión instantánea, sino que se cultiva pacientemente, muchas veces sin consciencia de ello, y que, como en el famoso poema de Enrique Banchs, cuando encuentra la oportunidad, se lanza sobre su pobre víctima.

Como último rasgo, el desencadenante para un genocidio termina siendo vergonzosamente falso. Los nazis creyeron que los judíos traicionaron a Alemania durante la Gran Guerra, y por ello, pensaron que fueron la causa de su derrota. Los serbios asumieron que los musulmanes bosnios denigraban y hacían peligrar a la Europa cristiana. La excusa para una matanza, así, no solo es injusta, sino fácil de encontrar.  

Llego al punto. El reciente genocidio cometido por el Estado de Israel cronológicamente es de nuestro siglo, pero simbólica y esencialmente pertenece a los grandes genocidios del siglo XX. En tal sentido, el exterminio de miles de palestinos puede analizarse desde diversos ángulos, pero no cabe duda que hay un trasfondo milenario y religioso en ello, en atención a una disputada zona sagrada en Oriente Medio. Estamos, pues, ante un genocidio religioso. 

¿Se trata de un genocidio planificado? No hay genocidio por descuido. De otro lado, ni Adolf Hitler firmó nunca un decreto que decía “Procédase con el genocidio”. No se podrá hallar ningún documento incriminatorio contra Israel, pero, en estos casos, basta apelar a los crudos hechos: desgraciados palestinos muriendo en masa. Tocará seguir evaluando cuánto el pueblo judío sabía de lo que se iba a realizar. Les tocará enfrentar la dura acusación de que parecía que Israel esperaba una oportunidad, como un ataque terrorista, para desencadenar un odio tan terriblemente cultivado.

El gobierno israelí, mientras tanto, niega el genocidio. Y si le preguntan por los muertos, los llama bajas de una guerra, el típico disfraz de un genocidio. Por eso, Israel, con sus actos y manifestaciones, sigue atrapado en el siglo XX y en su lado más oscuro. Ha fracasado como Estado moderno: tiene la paradoja de dar un paso adelante con el resultado de dos pasos atrás. Pero hay una forma de romper con esa paradoja y he ahí el mejor futuro para Israel: soltar las amarras del fanatismo y moderar su ambición de superpotencia regional. Los judíos tienen mucho por hacer. 

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