POR: NOLBERTO ARATA HURTADO
Continúo con los recuerdos de mi Moquegua, que abarcan desde mediados hasta fines del siglo XX.
Había dos fábricas de bebidas gaseosas: la de don Jorge Ghersi y la de Pacífico Zeballos, que proveían a la población antes de las transnacionales.
El edificio de nuestra Recova o mercado era de fierro, según decían, diseñado y traído desde Francia, de la fábrica de Eiffel. Era muy similar al mercado San Camilo de Arequipa y funcionaba donde ahora es el Centro Cultural Santo Domingo. Tenía tres pasadizos longitudinales y tres horizontales, y al fondo unas empinadas escaleras hacia la calle Junín y una explanada donde funcionaban los comedores de los “agachaditos”. En la calle Junín dejaban los burros y caballos.
El ingreso principal era por la calle Ayacucho y, a la derecha, estaban los carniceros; el más famoso era Julio Maldonado, del clan de los “chuecos”. También estaban los hermanos Coayla, las mondongueras y Portocarrero “matacuche”, que vendía las salchichas rellenas por cuartas o gemes. Pegados a la pared, los vendedores de ropa y zapatos.
En el pasadizo horizontal de la entrada estaba el alemán Wendorf, que vendía pequeños juguetes y chucherías. Seguía un depósito atendido por la señora Alcira Chávez, donde vendía los cuartillos, es decir, la porción de productos que los agricultores dejaban cuando “exportaban”, que casi siempre eran de las paltas “pescuezudas” que llevaban a Chile. Luego, dos policías municipales con la balanza para el control de peso: eran el “Cachicoso” y “Santa Teresita”. Este último inventó un lanzallamas para matar las moscas quemándoles las alas.
Siguiendo el pasadizo estaba “Jalisco”, que alquilaba revistas de historietas y libros. Al frente estaba “El Zambito”, quien fue el primer vendedor de jugos de frutas con su licuadora a manilla.
A propósito de las frutas, cada cierto tiempo llegaba un camión trayéndolas, y el que las despachaba era un “trasvesti”, es decir, un hombre vestido de mujer.
En la calle, frente a la Recova, se estacionaba el famoso “Allojore”, que hacía colectivo a Samegua. Estaba tan acostumbrado a su apodo que un emisario aprista buscaba a Jorge Barrios y nadie lo conocía. Llamó a Lima a Enrique Rivero Vélez y le dijo: “Búscalo frente al mercado como ‘Allojore’; es un hombre alto y gordo, trabaja en un auto rojo”. Al día siguiente, el emisario va al mercado, ve al gordo del auto rojo y le pregunta:
—¿Usted es don Jorge Barrios?
Sorprendido, le responde:
—Ah, sí… ¡ese soy yo!
Al lado del mercado estaba el bar de Campano, que trajo una de las primeras radiolas Wurlitzer. A propósito de las radiolas, también las tenían Salgado, Morazzani, el “judío” Zegarra, la señora Cuéllar y algunos más cuyos nombres no recuerdo.
En la esquina de la calle Arequipa estaba la tienda de Liu, y más abajo el bar de Llanos. En la esquina con Moquegua, la tienda de Monje. Hacia la calle Lima, las oficinas de la Southern, atendidas por Luisa Arata, de muy grata recordación; luego, el bar de Lidia Trabuco, también con radiola, y fue de las primeras en vender pollos a la brasa.
Más adelante, la prefectura, con su secretario Daniel “El ruso” de la Flor, un personaje querido, apreciado y muy recordado por ser fundador de “Los Buenos Muchachos”, un grupo de amigos entre los cuales había grandes cocineros de platos moqueguanos y cacharradas.
