POR: NOLBERTO ARATA HURTADO
Gracias a sus opiniones, continúo con los recuerdos de nuestra Moquegua.
En la iglesia, era notable el coro integrado por Atalía Velásquez, Lily Rivera y Roma Trabuco, interpretando las canciones y el Kyrie eleison. En la zona de bancas había sillas especiales, almohadilladas, forradas en terciopelo rojo, y decía “pertenece a la familia Fernández Dávila”, exclusivas para ellos. En la fiesta de Santa Fortunata era impresionante la cantidad de flores de amancaes que le traían de ofrenda.
Cada domingo, al mediodía, en la plaza, la juventud y población en general disfrutaban de la retreta ofrecida por los músicos del BI 41. Las damas, bellas, con sus mejores trajes, paseaban por el atrio. Terminada la retreta, iban al bar de Alejandrino a disfrutar de conversaciones, los macerados de damasco o el famoso “barrandamblan”, un cóctel especialidad de ellos. Atendían Fernel y la guapa Benicia. En una esquina de la plaza se reunía un grupo de grandes conversadores integrado, entre otros, por don Carlos Pomareda, Jorge Ghersi y Juan Manuel Araníbar, gran jinete, domador de caballos y el último cortador de caña usada en los techos y quinchas de las casas moqueguanas. Siempre estaba descalzo.
Nuestra Moquegua no tenía gran población, pero sí gran capacidad económica por la cantidad de tiendas muy bien surtidas. Emilio Coayla, con amplitud de discos de los últimos éxitos musicales; la “Farmacia Francesa”, atendida por don Carlos Alberto Fernández Dávila, que preparaba las recetas magistrales; la “Farmacia Cosío”, donde Carlos Montenegro era el farmacéutico. En la esquina de la plaza estaba la tienda de Daniel Zeballos y Julio Pinto, con productos nacionales e importados; entre ellos, salsa de tomate de Italia, bacalao de Noruega, licores de Francia, whisky de Inglaterra o Estados Unidos, y contaba con cajera. Don Julio era el administrador y responsable de la agencia de Faucett, que atendía los aviones que cada día llegaban con pasajeros y los periódicos publicados en Lima.
Había muchas tiendas de chinos, como las de los hermanos León: Julio, Manuel y José. También las de Carlos Koc, la “Macalula” Cam, Koc Chiu, Liu, Cok Cha y Francisco Kuon, quien amerita un recuerdo especial, pues impulsó la actividad industrial en Ilo con las aguas “Pocoma” y en Moquegua con el molino de la Villa, que fabricaba harina y fideos. Había una chifa frente al mercado, atendida por Bernardo y Manuela Liu. Simauche es el recordado peluquero. Eran tantos los chinos que tenían consulado.
En el barrio Belén estaba la tienda de Medardo Villegas, que vendía mobiliario y equipo para el hogar importados directamente de Francia, Italia o Inglaterra. Recuerdo las sillas de mimbre, las alacenas, los finos menajes de loza o la variada cristalería de Bohemia, los vidrios de Murano. A propósito, una anécdota: visitaba el Museo Romántico de Madrid y mucho de lo que allí había lo había visto en mi Moquegua. De pronto se me acerca una guía y me dice: “Veo que no se asombra como otros visitantes”. Le respondo: “Casi todo esto lo conozco desde mi infancia”. Y sorprendida me dice: “¿De dónde es usted?”. “Del Perú, de Moquegua”. No podía creerlo cuando le comenté la riqueza de mi tierra, que casi todo lo que exhibían lo tuvo: los salones, la decoración, el menaje, los pianos en cada casa, hasta el “trono” para hacer sus necesidades y más.
Antes de terminar, invoco a nuestro Gobierno Regional o municipalidades a que hagan un esfuerzo para coordinar con los herederos de todas las personas que tuvieron negocios tanto en Ilo, Moquegua u Omate, para ver si aún guardan archivos de esos negocios y pagar a investigadores para hacer un inventario de la cantidad de ítems que administraban y testimoniar la riqueza de nuestro pueblo.