POR: GUSTAVO PUMA CÁCERES [gpumacac@unsa.edu.pe]
En 2015, durante mi visita a la isla de Santa Rosa por el proyecto de las Hidrovías del Río Amazonas, los pobladores me compartieron una frase que aún guardo en la memoria: «Nos sentimos peruanos, pero el Perú no está aquí».
Me relataron cómo dependían de ciudades como Tabatinga (Brasil) o Leticia (Colombia) para realizar trámites esenciales, desde enterrar a sus muertos hasta atender emergencias médicas.
Tras ello, la reciente acusación del presidente colombiano Gustavo Petro contra el Perú por «copar» territorio en la isla de Santa Rosa ha reavivado una disputa limítrofe centenaria, pero también ha expuesto una herida más profunda: el abandono crónico de Loreto y sus comunidades fronterizas, como la isla de Santa Rosa.
Como testigo directo de esta realidad durante mi trabajo realizado en el proyecto Hidrovías del Río Amazonas (2015), puedo afirmar que la polémica diplomática opaca un problema estructural: la ausencia del Estado peruano en zonas donde la soberanía no se debate en tratados; la soberanía se defiende con presencia estatal, con desarrollo de infraestructura y capacidad de brindar servicios básicos y oportunidades a sus habitantes, sobre todo en las fronteras vivas.
Han pasado 10 años de este proyecto y no se han construido en la isla de Santa Rosa el terminal de pasajeros y de carga que permitiría desarrollar y mejorar la navegabilidad y el transporte fluvial, proyecto clave que daría oportunidades a sus habitantes.
El mandatario colombiano denunció un supuesto incumplimiento del Tratado Salomón-Lozano y el Protocolo de Río de Janeiro, señalando que el Perú se habría apropiado de islas en el río Amazonas. La Cancillería peruana respondió con firmeza, aclarando que la isla de Santa Rosa se encuentra en territorio peruano, conforme a los límites establecidos y demarcados. Sin embargo, este cruce de declaraciones ha generado zozobra en una frontera que, si bien es legalmente peruana, en la práctica es un ejemplo del olvido del Estado.
SANTA ROSA, LA ISLA DEL OLVIDO
Santa Rosa, un centro poblado que recientemente ha sido elevado a la categoría de distrito, es el hogar de miles de peruanos que hacen patria en una de las zonas más remotas y estratégicas del país.
Ubicada en la triple frontera con Colombia y Brasil, la vida cotidiana de sus habitantes transcurre en una simbiosis obligada con las ciudades de Leticia (Colombia) y Tabatinga (Brasil).
Hace 10 años, en mi visita a Santa Rosa, pude ver y constatar cómo los habitantes carecían de agua potable, hospitales y conexiones fluviales eficientes; la realidad, a hoy día, es la misma. Su «soberanía» se ejerce más con banderas que con infraestructura.
La falta de servicios básicos como agua potable, saneamiento, salud y educación de calidad obliga a los pobladores a cruzar la frontera para satisfacer necesidades que el Estado peruano no logra cubrir.
Esta dependencia no es una elección, sino una consecuencia directa del centralismo limeño y la negligencia histórica de dos siglos. Mientras en el papel se defiende la soberanía, en la práctica los peruanos de Santa Rosa se sienten más conectados, por necesidad, a los países vecinos.
La presencia del Estado peruano ha sido, en el mejor de los casos, esporádica y simbólica, limitada a puestos de control y acciones cívicas puntuales que no solucionan los problemas estructurales de una región sumida en la pobreza y la falta de oportunidades.
LORETO: UNA REGIÓN POSTERGADA
El caso de Santa Rosa es un microcosmos de la realidad de toda la región. Loreto e Iquitos, su capital, siguen siendo la ciudad más grande del mundo sin acceso terrestre.
A pesar de su inmensa riqueza en recursos naturales, Loreto es una de las regiones más pobres del Perú. La falta de infraestructura, la corrupción, el narcotráfico, la minería ilegal y la depredación de sus bosques son problemas endémicos que han frenado su desarrollo durante décadas.
El 24,9 % de su población vive en pobreza, con índices de anemia y desnutrición infantil que duplican el promedio nacional.
Un claro ejemplo de esta postergación es el inconcluso proyecto de las Hidrovías Amazónicas. Concebido como una obra de infraestructura clave para mejorar la navegabilidad de los ríos amazónicos y, con ello, potenciar el comercio, reducir costos y mejorar la conectividad de millones de peruanos, el proyecto se encuentra paralizado.
A pesar de haber sido adjudicado, problemas con el Estudio de Impacto Ambiental (EIA) y la falta de consulta previa y acuerdo con las comunidades indígenas han impedido su ejecución.
La no realización de este proyecto es un golpe devastador para las aspiraciones de desarrollo de Loreto. Significa condenar a la región a seguir dependiendo de un transporte fluvial precario y costoso, limitando sus posibilidades de crecimiento económico y perpetuando su aislamiento.
SOBERANÍA ES DESARROLLO
El reclamo del presidente Petro —que para mí es una cortina de humo imprecisa y con posibles motivaciones políticas internas— debe servir como un llamado de atención urgente para el gobierno peruano.
La defensa de nuestras fronteras no puede limitarse a comunicados oficiales. La verdadera soberanía se ejerce con inversión pública, con la construcción de escuelas y postas médicas, con la provisión de servicios básicos y con la creación de oportunidades reales para los ciudadanos.
La controversia por Santa Rosa no es solo una disputa jurídica: es un síntoma de cómo el centralismo limeño, la miopía y la falta de voluntad política han convertido a Loreto en un «territorio olvidado».
Mientras Petro y Boluarte, especialistas en hacer cortinas de humo, siguen en su juego, los loretanos —como los de Santa Rosa— merecen algo más que banderas y discursos. Ellos necesitan carreteras, escuelas y, sobre todo, la certeza de que su país no los ha abandonado. ¿Acaso Santa Rosa no es el Perú?
Loreto y su gente han sido pacientes por demasiado tiempo. Es hora de que el Estado peruano mire a la Amazonía no como una despensa de recursos o un punto lejano en el mapa, sino como una parte vital e integrante de la nación.
Fortalecer la presencia del Estado en la frontera, destrabar proyectos de infraestructura como las Hidrovías y atender las demandas históricas de su población es el único camino para que el «Loreto es peruano» no sea solo una consigna, sino una realidad tangible y próspera para todos.
La vecindad podrá ser difícil, pero el abandono de Loreto y Santa Rosa es imperdonable.