martes, 7 de octubre de 2025
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Un pianista sin cabeza en la FIL Arequipa

Preludio a los delirios de un joven pianista sin cabeza no narra: disecciona. Su fuerza no está en la historia, sino en su fractura. Stuart Flores ha compuesto una obra que dialoga con otras artes, con la tradición latinoamericana y con un país que aún busca cómo decirse.

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POR: GUSTAVO PINO

Llegué entre apuros verbales, con el eco de un americano recién terminado —el plato, no el café—. Una de esas visitas breves y quirúrgicas a la Ciudad Blanca. Esta vez, el motivo era la presentación de «Preludio a los delirios de un joven pianista sin cabeza» (Dendro Ediciones), la más reciente novela de Stuart Flores. El auditorio de la FIL Arequipa reunía a lectores atentos. Era la primera vez que conocía a Zoila Vega Salvatierra, quien acompañó la mesa con una lectura lúcida. También era la primera vez que conversaba con Stuart, aunque ya me había aproximado a sus libros. En persona, su palabra tiene la misma cadencia que su escritura: contenida y reflexiva.

«Preludio…» no es solo una novela —aunque dentro de la ficción el autor lo ponga en duda—, sino un laboratorio narrativo que interroga los límites del lenguaje. La frase «esto no es una novela» funciona como un eco, un guiño a Magritte y a las rupturas narrativas. No niega el relato: lo desarma para mostrar su mecanismo.

El «pianista sin cabeza» del título condensa la imagen del creador mutilado por la violencia política, pero también del artista que persiste sin rumbo, sostenido por la urgencia de crear. Es el arte que sobrevive a la censura, el cuerpo que, aun sin cabeza, produce sonido.

Dividida en secciones como «Un día, un amor», «La historia oficial» o «Los climas», la novela avanza como una partitura. Cada parte es un movimiento que responde a los otros sin necesidad de continuidad. Se lee como un preludio perpetuo: un ensayo sobre el comienzo y la imposibilidad del cierre.

Los personajes aparecen y se diluyen. No son individuos, sino figuras: el profesor ante el dictador, el hijo que mata al padre, el amigo desaparecido que vive solo en el recuerdo. La violencia política se cruza con la simbólica: el parricidio como rito de fundación, el gesto de romper para decir.

Flores escribe desde la intersección de las artes. Del cine toma el montaje; de la fotografía, la luz y la sombra; del teatro, la máscara; de la literatura, la conciencia de su propio artificio. Cada disciplina dialoga con las otras en una polifonía que piensa la escritura desde sus bordes.

El libro se sostiene en los silencios. La elipsis, la pausa, la omisión son su respiración interna. La no escritura —lo que no se dice— se vuelve el centro del discurso. Stuart entiende que hay dolores que solo pueden contarse desde el vacío.

En ese registro aparece la militancia, la pérdida, la desaparición como acto literario. No hay testimonio, sino configuración del sentido a través de la ausencia. El desaparecido organiza el relato: su vacío da forma al conjunto. El lector desciende así a una prisión subterránea, un espacio donde la memoria permanece clausurada.

«La novela es un crimen y un crimen es una novela»: la frase articula la ética y la estética del libro. Escribir es delinquir. Cada palabra es una coartada, cada página una escena. Las buenas novelas, como los crímenes, se ejecutan con precisión y silencio, dejando huellas invisibles.

Hacia el final, la pregunta «¿a quién dispara?» queda suspendida. El disparo es político y literario a la vez: dirigido al poder, al lector o al propio autor. La respuesta no se entrega; se insinúa. El lector reconstruye el crimen.

Preludio a los delirios de un joven pianista sin cabeza no narra: disecciona. Su fuerza no está en la historia, sino en su fractura. Stuart Flores ha compuesto una obra que dialoga con otras artes, con la tradición latinoamericana y con un país que aún busca cómo decirse.

Al salir del auditorio, Arequipa respiraba su calma de domingo. Pensé en el pianista: sin cabeza, sin partitura, tocando todavía. Porque eso hace la buena literatura —incluso en tiempos de silencio—: seguir sonando.

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