POR: GUSTAVO PINO
El domingo recibí un mensaje por Facebook de Marco García Falcón. Ya lo conocía por ese medio desde que ganó el Premio Nacional de Literatura 2018 con «Esta casa vacía». Su nombre y su escritura me resultaban familiares, así que, cuando me propuso presentar su nueva novela «Mañana te escribo» en la FIL Moquegua, le respondí que sí de inmediato, aunque en esa fecha ya tenía programado un viaje a la FIL Juliaca. Intercambiamos números y me envió la versión digital del libro. Intenté leerla, pero esa vieja obsesión por el objeto físico —por el olor del papel, por el peso del libro en las manos— me impidió avanzar más allá de los primeros capítulos.
En la semana previa a la presentación recibí una buena noticia: en el trabajo habíamos sido seleccionados para recibir una distinción especial por buenas prácticas en el servicio público, lo que implicaba un viaje a Lima. Aproveché para preguntar si en la FIL Moquegua tenían ejemplares de Mañana te escribo, pero la respuesta fue negativa. Pensé entonces que, si tenía suerte, podría conseguirlo en la capital. No la tuve: entre el trabajo, los compromisos y el vuelo de retorno, no hubo tiempo.
Ya en el aeropuerto, como última esperanza, entré a la librería y pregunté. La señora que me atendió buscó en el sistema y, con una sonrisa, me dijo que sí lo tenían. Sentí que la literatura me había hecho un guiño. Regresé con el libro en la maleta, aunque no pude leerlo aún: un dolor de muela me partía la mitad del rostro.
El viernes pasó entre los quehaceres laborales y domésticos. Por la noche ya tenía los pasajes comprados rumbo a Juliaca, junto a mi pareja. A las dos de la madrugada del sábado, en pleno trayecto, una señora empezó a gritar que su asiento se incendiaba. Me desperté entre la nebulosa del cansancio y un dolor de costilla —olvidé mencionar que el día anterior, en un partido de fútbol, recibí un codazo que aún me duele—. Pensé que la mujer deliraba: el asiento parecía estar en perfecto estado. Pero otro pasajero lo tocó y confirmó que estaba «caliente». Desde la cabina apagaron la calefacción y todo quedó en silencio. Minutos después, una pequeña explosión desde la parte trasera del bus nos obligó a detenernos: había reventado una llanta. Esperamos dos horas en la carretera hasta que lograron cambiarla. Avanzamos de nuevo y, con los kilómetros, el sueño volvió a vencernos. Juliaca me pareció una ciudad amable, hecha más cálida por su gente. Esa noche, en la cama del hotel, con las piernas entrecruzadas para combatir el frío, abrí por fin Mañana te escribo. Lo leí de un tirón.
El regreso no fue menos accidentado. La miniván en la que viajábamos comenzó a filtrar el líquido de frenos; tuvimos que hacer trasbordo. En la ruta, vimos una cadena de autos colisionados —ya nos habían advertido que era una carretera peligrosa—. Arribamos a Moquegua una hora y media antes de la presentación, con el tiempo justo para descansar y alistarnos. Sin embargo, llegamos quince minutos tarde al café de la calle Arequipa donde habíamos quedado con Marco. Era la primera vez que nos veíamos en persona. Conversamos brevemente. Mientras intentaba sacar un ejemplar de su libro para obsequiármelo, le conté que ya lo había conseguido en Lima. Me relató, sorprendido, que él mismo había pasado por esa librería del aeropuerto, pero que no lo había encontrado en stock. Entonces caímos en la cuenta: el único ejemplar que quedaba me lo había llevado yo. Reímos.
La FIL Moquegua ha crecido mucho, aunque todavía tiene algunos detalles por afinar: la puntualidad, por ejemplo. Empezamos casi cuarenta minutos después de lo programado.
La conversación con Marco fue franca, cálida. Dijo que escribió Mañana te escribo movido por una incertidumbre íntima, por el miedo de lo que pudo haber pasado si una relación virtual, sostenida en la distancia, hubiera cruzado la frontera de lo real. La ficción, explicó, es un territorio donde los deseos se prueban sin consecuencias, pero también donde el amor muestra su versión más pura y más imposible.
La novela, centrada en los mensajes entre Mariano y Paula, disecciona esa zona gris entre la emoción y la ilusión: la soledad contemporánea convertida en conversación. Marco decía que le interesaba explorar cómo el lenguaje puede sostener una historia de amor que nunca llega a concretarse, pero que, sin embargo, cambia a quienes la viven.
Cuando terminó la charla, pensé que el azar había cerrado su propio círculo: aquel libro que casi no encuentro, que viajó conmigo entre aeropuertos, incendios imaginarios y carreteras heladas, era también una historia sobre los caminos improbables que unen a las personas.
Y comprendí que Mañana te escribo no era solo el título de una novela, sino una promesa que la literatura siempre cumple a su manera: la de escribirnos, aunque sea desde la distancia, para recordarnos que aún estamos vivos.



