POR: FRANCISCO EDGAR FLORES MITA
Hoy no quiero escribir sobre política, ni de derecho, hoy quiero contar algo de mi biografía, donde relato como fue la respuesta de Dios, al verme enfermo, derrotado y sin esperanza de seguir adelante, es mi deseo contarlo, con la esperanza de que sirva de motivación y consuelo, para los que hoy en día, están un hospital, luchando por su vida, con un respirador artificial u otros entubados, por haber sido infectados por el temible y mortal COVID-19.
Era agosto del 2014, empecé a sentir un agudo dolor en la pierna derecha a la altura de la rodilla, cada vez que esta se flexionaba, siendo el primer diagnóstico, algún problema con un ligamento o dolor muscular, por lo que solo se me recetó HIRUDOID, y reposo, cumpliendo a cabalidad la prescripción médica, pero con el transcurso del tiempo, empezó a brotar una especie de hinchazón en el fémur derecho, que al tocarlo era duro y que con el paso de los días, se convirtió en un obstáculo para caminar, pudiendo hacerlo, solo manteniendo la pierna recta y echando todo el peso del cuerpo, sobre la pierna izquierda.
Ante ello volví al consultorio médico, de un amigo que era especialista en traumatología, quien al observar esa especie de tumor, dispuso que me tomara Rayos X, lo cual hice en el acto, y al verla note que su rostro cambio de semblante, pero hizo el intento de mantenerse tranquilo y no darme todavía un diagnóstico, prefirió ordenar una resonancia magnética, enviándome a REMARSUR-Arequipa, para que me tomara la prueba a la parte afectada, orden que cumplí, al pie de la letra, y que al traer el resultado, no le quedó más remedio que decirme que era un tumor, pero no podía decir si este era benigno o maligno, pero de su rostro pude inferir que, era algo malo, es más, podía intuirlo porque todos conocemos nuestro organismo, sabemos cuándo está bien y cuando está mal.
Ya no era el mismo, estaba muy deprimido, el movimiento de la pierna derecha estaba muy limitado, había perdido el apetito y casi no dormía, algo se moría dentro de mí, entonces por recomendación de mi amigo, me fui Arequipa donde me esperaba el Dr. Cristhian Gutiérrez especialista en traumatología y oncología, entregándole las pruebas que me hice, al verlas era evidente que no eran buenas noticias las que me iba a dar y sin mayores preámbulos me dijo: Francisco, tienes un tumor maligno, en ese momento, el mundo se me cayó encima, pensé de inmediato en mis tres hijos, todos aun en el colegio, asociando dentro de mí la noticia con mi próxima muerte, y pensando, y ahora ¿qué será de mis hijos?.
Volviendo en sí, el Dr. Gutiérrez me dijo; para confirmar solo tengo que hacer una biopsia, siendo mi respuesta; -hágala doctor- pero en el fondo de mi ser, ya estaba confirmada la noticia de que tenía un tumor maligno, en simples palabras tenía cáncer.
Se hizo la biopsia y, la espera del resultado fue larga, o se me hizo larga, porque enviaron la prueba a la ciudad de Lima, autorizando a mi hermana a recogerla, porque el Dr. Gutiérrez me había prescrito que no caminara mucho.
Llegó el esperado día, siendo el resultado el siguiente: “sarcoma fuso celular y pleomórfico de alto grado con producción de osteoide, los hallazgos son compatibles con osteosarcoma convencional”. ¡Listo era cáncer lo que tenía! el resultado estaba confirmado.
Sabido el resultado de inmediato cogí mi celular y llamé a Antonio mi secretario en mi estudio jurídico en Moquegua, y le dije: “Antonio tengo cáncer, no sé si regresaré a Moquegua, por favor empieza a devolver los expedientes a los clientes para que busquen otro abogado y no se perjudiquen”. Sentí que mi secretario se quebraba, Antonio, era un hombre que me había acompañado muchos años atrás en mi estudio jurídico, la tristeza con la que le hablé, le habría hecho entender que no podía interrogarme sobre mi sufrimiento, solo escuché una voz quebrada, que me decía: -Si Edgar lo haré- y eso fue todo.
Era el tercer día, de saberse que tenía cáncer, no conciliaba el sueño en las noches, a pesar de las pastillas que para dormir tomaba; esa mañana, tendido en mi cama, tenía a mi madre a mi lado, viéndome derrotado y preocupado por lo que se venía, de pronto sentí, la necesidad impostergable de hablarle a Dios, era tanto mi tristeza que solo me quedaba Él, lo cual hice en el acto, sentándome en mi cama, abrí una biblia, que había llevado de Moquegua, la misma que se abrió en el Salmo 22 y al repetir con lágrimas en los ojos, el verso que decía: “Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has desamparado?¿Por qué estas tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor? Dios mío, clamo de día, y no respondes.”, en ese momento, sentí , como si fuera una descarga eléctrica sobre mi pecho, que me empujó hacia atrás, y logrando reponerme, no terminé de leer el verso, me levanté y troté, a pesar de que el médico dijo que no exponga a esfuerzo físico la pierna derecha; y dije a mi madre, testigo presencial de lo ocurrido, que estaba sano, que no iba a morir, estaba feliz y de inmediato cogí el celular llame a mi secretario diciéndole: -Antonio ya no devuelvas ningún expediente, yo voy a volver, el Señor escuchó mi suplica y volveré, no devuelvas ningún expediente-.
Y volví, sano y salvo, lo que pasó durante el tratamiento eso esa otra historia maravillosa donde el protagonista principal es Dios.
En esos momentos de sufrimiento del hombre, cuando cree que todo está perdido, que ya no hay remedio y que la muerte es el paso siguiente, ese es el momento en que el hombre tiene que clamar a su creador, a su Dios, no importando si durante su vida le diste la espalda, no importa lo que hiciste, solo importa que lo llames y el vendrá, te abrazará y consolará, concediéndote esperanza de vida. Sólo Él lo puede hacer.