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6 septiembre, 2024 10:20 pm

¿Somos libres e independientes?

“Jamás he creído que pueda construirse nada sólido ni estable en un país, si no se alcanza antes la independencia absoluta.” - Francisco de Miranda.

POR: CÉSAR CARO JIMÉNEZ   

Cada 28 de julio, en todos los rincones del Perú, en el papel, en el discurso y en el ensalzamiento de los símbolos patrios, recordamos que, en 1821, alrededor de las 10 de la mañana, San Martín abandonó el Palacio de los Virreyes acompañado de dignatarios de la Universidad de San Marcos, altos prelados de la Iglesia, jefes del Ejército Libertador y oidores de la Real Audiencia de Lima, dirigiéndose a la Plaza de Armas de Lima para proclamar la Independencia del Perú.

La emancipación, que por cierto fue un largo proceso que duró algo más de cinco años, comenzó en septiembre de 1820, cuando San Martín desembarcó en Pisco, y se selló en diciembre de 1824 con la Capitulación de Ayacucho de las fuerzas españolas. Sin embargo, según muchos historiadores, este proceso fue solo para Lima, siendo un cambio de dominación extranjera por una “nacional”: criollos por españoles y más explotación de los indígenas. A tal punto, como nos dice Basadre, que: “La estructura social queda efectivamente intacta” y la condición de las masas populares “empeoró durante la república”.

En realidad, los criollos siguieron manteniendo sus prerrogativas e incluso las ampliaron, pasando a depender económica y financieramente del imperio inglés. Al respecto, cabe señalar que hay quienes explican la independencia del Perú, así como de otras colonias sudamericanas, como una lucha de mercados. La política de España obstaculizaba y contrariaba totalmente el desenvolvimiento económico de las colonias al no permitirles traficar con ninguna otra nación y reservarse como metrópoli el derecho exclusivo de todo comercio y empresa en sus dominios.

Ahora bien, volviendo a nuestros días, cabría preguntarse si, como nación, ¿somos realmente libres? La respuesta está ligada al concepto de soberanía, entendida como el derecho no negociable de un país a determinar su organización política, jurídica, militar, social, etc. ¿Hasta qué punto se ha logrado? ¿Somos verdaderamente independientes? A simple vista, la respuesta sería un sencillo sí, porque no somos colonia de ningún estado, elegimos y tenemos nuestro propio gobierno. Sin embargo, no debemos dejar de lado un aspecto que también engloba la autonomía.

Y en dicho sentido, ¿podemos creer que somos libres en una sociedad regida por bancos y grandes corporaciones multinacionales? En una sociedad en la cual los políticos no son más que tristes títeres a los que se nos deja elegir cada cierto tiempo, para que pongan la cara y puedan esconderse tras ellos los poderes económicos que, con los grandes grupos mediáticos, ya no están al servicio del poder: ¡hoy son el poder que mueve los hilos que condicionan nuestras vidas!

La influencia del mercado globalizado y las grandes corporaciones ha tomado un papel predominante en nuestra sociedad. Los tratados de libre comercio, acuerdos comerciales con carácter de perpetuidad, han puesto en segundo plano la libertad individual y la autonomía del Estado. ¿Hasta qué punto somos realmente libres si nuestras decisiones están condicionadas por intereses económicos extranjeros?

Es hora de cuestionar el rumbo que estamos tomando como nación. ¿Quiénes son los verdaderos dueños de nuestras empresas, servicios y recursos naturales? ¿Qué impacto tienen las decisiones políticas en la autonomía del país?

¿Podemos creer que somos libres, independientes y soberanos cuando vemos que nuestros aires, campos y mares pertenecen en la práctica a compañías extranjeras, muchas de ellas propiedad de estados vecinos? Es harto difícil, en un medio social habituado a creer a rajatabla en la “verdad oficial” antes que, en el análisis crítico de la misma, cuestionar en mayor o menor medida ciertos paradigmas. Por ejemplo, celebrar cada 28 de julio como la fecha en la cual el Perú se independizó del dominio español, hecho que la realidad histórica desmiente cada vez que recordamos la batalla de Ayacucho y la posterior firma del documento de capitulación que, según muchos historiadores, contiene “tantas concesiones y ventajas” para los españoles que parece que ellos hubiesen sido los vencedores.

Pero volviendo a nuestros días, cabría preguntarnos hasta qué punto somos libres e independientes, considerando que ha pasado a un segundo plano el concepto que definía a la libertad como la “facultad que se disfruta en las naciones bien gobernadas de hacer y decir cuanto no se oponga a las leyes ni a las buenas costumbres, en tanto que el individuo ha de ser libre para hacer cuanto desee mientras no dañe al prójimo”, para ser reemplazado por los TLC y por el mercado en casi todos los ámbitos de nuestra sociedad, sustituyendo o teniendo más peso en la práctica que muchas normas constitucionales.

Y todo ello, a vista y paciencia de gran parte de la clase política, que como escribía Basadre, tiene un inmenso aparato de mentira convencional que le sirve de guarida y trampolín, entreteniendo y/o adormeciendo a la mayor parte de nuestra sociedad, que en su autismo no quiere ver que casi todas las empresas productivas, servicios y recursos naturales son propiedad de empresas e intereses privados extranjeros e incluso de empresas públicas propiedad de países vecinos.

Y cabría también reflexionar sobre la validez de la reflexión de Simón Bolívar en su Carta de Jamaica: “El Perú encierra dos elementos enemigos de todo régimen justo y liberal: oro y esclavos. El primero lo corrompe todo; el segundo está corrompido por sí mismo. El alma de un siervo rara vez alcanza a apreciar la santa libertad: se enfurece en los tumultos o se humilla en las cadenas”.

Reflexionemos respecto a lo que somos ahora. Procuremos estar orgullosos porque el Perú cuenta con muchos recursos naturales, pero también procuremos contar con excelentes y creativos seres humanos que construyan en la macrorregión sur, con comprensión, tolerancia y respeto, un nuevo porvenir que nos permita ser verdaderamente libres e independientes para construir juntos un bienestar en el que quepamos todos, en igualdad y justicia social, no únicamente en el papel y el discurso, sino en la realidad y en la práctica de nuestra existencia para cantar a toda voz con orgullo pleno: ¡Somos libres, seámoslo siempre!

Análisis & Opinión