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17 septiembre, 2024 4:05 am

Sócrates: acusación y condena injustas

Fue un “hombre admirable por su profunda humanidad y dignidad moral a la par que divertido y socarrón”.

POR: EDGARD NORBERTO “BETO” LAJO PAREDES     

Sabemos que “Sócrates murió en el año 399 a.C. tras ser condenado a muerte en un proceso en el que se le acusaba de ‘no honrar a los dioses que honra la ciudad, introducir nuevas y extrañas prácticas religiosas y, además, corromper a los más jóvenes. El acusador pide la pena de muerte’. La acusación corrió a cargo de Meleto, un poeta trágico, Anito, un político de la recientemente restaurada democracia, y de Licón, un oscuro orador”; lo otro a conocer es: “Hay pocas dudas de que los cargos de la acusación eran un simple pretexto que escondía otras motivaciones, siendo la principal de ellas la de liberarse de un personaje cuya sabiduría, espíritu crítico y sobre todo dignidad moral convertían en testigo incómodo para los poderosos”; el maestro se definió, así mismo “en su discurso de defensa durante el proceso, había actuado como un tábano que aguijoneaba con sus preguntas incómodas y su afán de verdad a la ciudad adormecida”. (Platón La verdad está en otra parte de E.A. Dal Maschio, edición Batiscafo, S.L., 2015, p. 36).

Estas acusaciones falsas y juicios fraudulentos, para deshacerse de personajes, se han repetido en la historia, a nivel mundial sucedió con Jesucristo, lo crucificaron; en el ámbito nacional, se dio con Haya de la Torre, le cerraron el acceso al poder a sangre y fuego; Alan García, lo indujeron al suicidio, en defensa de su honor y orgullo.

En la antigua Grecia, las condenas se definían en dos votaciones del jurado de 500 ciudadanos. “En caso de condena” de primera votación, “el acusado podía reconocer su culpabilidad y proponer una pena distinta a la solicitada por la acusación, en cuyo caso se llevaba a cabo una segunda votación, esta vez para decidir entre la pena propuesta por el acusado y la propuesta por los acusadores”. (p. 37); Sócrates, al ser condenado, sus discípulos trataron de convencerlo para que se declare culpable y pida la pena alternativa el destierro. Se negó rotundamente, a ello; la mayoría votó por su muerte. Sus discípulos le prepararon huir, rechazó tal propuesta; ingirió la cicuta, y dialogando murió.

Fue un “hombre admirable por su profunda humanidad y dignidad moral a la par que divertido y socarrón” (p. 20); “se negó a cometer injusticias o plegarse ante ellas aún a riesgo de la propia vida”, por ejemplo: “Durante el régimen del terror de los Treinta Tiranos, Sócrates fue requerido junto con otros cuatro conciudadanos para que se dirigiera a Salamina para detener a León (probablemente un general filodemocrático) como paso previo a su ejecución”. Sócrates se negó a participar en una acción injusta” (p. 21), a lo que manifestó: “yo hice ver, no con palabras sino con hechos, que a mí la muerte no me importaba nada, … mi única preocupación consistía en no cometer impiedades e injusticias” (p. 21 y 22), terminó diciendo: “No cabe duda de que mi desobediencia me habría costado la vida, si ese gobierno no hubiera sido derrocado poco después” (p. 22). Tenía un “proverbial desprecio por los bienes materiales, pues iba siempre vestido con ropa vieja y raída y con los pies descalzos … Todas las veces que, al pasear por la próspera y rica Atenas, observaba la cantidad de bienes y lujos que en ella se vendían, se congratulaba diciéndose a sí mismo: ¡De cuántas cosas no tengo necesidad!” (p. 22 y 23).

Cuentan que Querefonte se dirigió al santuario de Apolo en Delfos, preguntó: “quién era el hombre más sabio de la tierra”, la respuesta fue: “De todos los hombres el más sabio es Sócrates. Al llegarle la noticia … se quedó enormemente sorprendido, pues a diferencia de los poderosos estadistas, los reputados generales, los artistas aclamados e incluso de los hábiles artesanos, Sócrates no se jactaba ni creía poseer ningún conocimiento particular” (p. 27). Sócrates, buscó a los aparentes “sabios”, a quienes los sometió a preguntas y respuestas, poniendo a prueba los supuestos conocimientos, los mismos se fundaban en creencias superficiales o contradictorias; quedó muy decepcionado. “Fue entonces cuando Sócrates creyó entender el porqué de la respuesta del oráculo: él no era el hombre más sabio por poseer infinidad de conocimientos sino porque, a diferencia de aquellos que se pavoneaban de su saber, Sócrates reconocía no saber nada y se aplicaba de forma humilde y honesta al descubrimiento de la verdad. Este es origen y el sentido del ‘solo sé que no sé nada’, en el que se sintetiza la actitud conocida como ‘ironía socrática’, la profesión sincera de ignorancia como paso previo para la búsqueda del conocimiento”. (p. 27 y 29).

Nadie es dueño de la verdad, ésta se busca constantemente, desprendiéndose de creencias anteriores, dialogando humildemente, y descubriendo la verdad.

Análisis & Opinión