POR: VICENTE ANTONIO ZEBALLOS SALINAS
En unas elecciones impredecibles, la única certeza en Perú es que habrá segunda vuelta -lo enfatiza la prensa internacional-; añadimos, tendremos un parlamento fragmentado y un Ejecutivo sin una reforzada bancada parlamentaria. Tiempos difíciles con la pandemia, tiempos complejos e inciertos con las elecciones. Necesaria segunda vuelta, para reforzar a un débil Ejecutivo.
En nuestro país, se introdujo la figura de la segunda vuelta electoral con la Constitución de 1979, ratificada en la Constitución de 1993, que precisa en su artículo 111: “Si ninguno de los candidatos obtiene la mayoría absoluta, se procede a una segunda elección”; en el caso, de que ningún candidato logré alcanzar la mitad más uno de los votos válidos se va a una segunda votación entre los dos candidatos que han obtenido la mayor cantidad de votos. Para esta institución electoral de la Segunda vuelta o ballotage, particular aporte del sistema político francés, se justificó la necesidad de su incorporación en darle mayor legitimidad al presidente, porque sus delicadas responsabilidades como Jefe de Estado y árbitro del proceso político necesitan de un especial apoyo ciudadano, “es darle al poder ejecutivo mayores niveles de legitimidad inicial, garantizando a la vez que ningún candidato que tiene un rechazo mayoritario de la ciudadanía pueda llegar a ser Presidente”, como anota Daniel Zovatto.
Luego del Gobierno Militar 1968-1980 y de regreso a la ruta democrática con las elecciones generales de 1980, si bien se aplicó una fórmula excepcional para dichas elecciones que disponía “que para ser proclamado presidente de la República se debía obtener la votación más alta, siempre que ésta no sea inferior al 36% del total de los votos válidos”; la democracia y la autoridad del voto ciudadano permitieron restituir en la presidencia a Fernando Belaúnde quien obtuvo un holgado triunfo con un 45.2% de votos válidos sobre el 27.4% de Armando Villanueva.
Entonces, la segunda vuelta electoral se aplicó por primera vez en las elecciones de 1985, entre las candidaturas que obtuvieron las dos más altas votaciones Alan García y Alfonso Barrantes, este último renunciaría a participar de la segunda vuelta electoral; y fue en 1990 (Mario Vargas Llosa y Alberto Fujimori), donde se ejercita por primera vez; luego en las elecciones generales del 2000 (Fujimori y Alejandro Toledo), 2001 (Alejandro Toledo y Alan García), 2006 (Alan García y Ollanta Humala), 2011 (Keiko Fujimori y Ollanta Humala) y 2016 (Keiko Fujimori y Pedro Pablo Kuczynski). Este mismo domingo 11 de abril, en Ecuador se definió, en segunda vuelta, a su próximo presidente entre Andrés Arauz y Guillermo Lasso; que evidencia no ser un sistema ajeno en los procesos electorales comparados.
El ganador en primera vuelta, no tiene garantizado el triunfo en la ronda siguiente; dos elecciones paradigmáticas nos lo muestran, en las elecciones de 1990 Mario Vargas Llosa ganador de la primera vuelta, fue derrotado en segunda elección por Alberto Fujimori; en las elecciones 2016, Keiko Fujimori ganadora en primera vuelta fue derrotada en segunda vuelta por Pedro Pablo Kuczynski. Si bien la segunda vuelta, da mayor legitimidad, nuestro modelo político no acaba de zanjar el contencioso político que se presenta con las mayorías parlamentarias opositoras que surgen a consecuencia de este intervalo de tiempos electorales. Es en la primera vuelta donde ya queda constituido el parlamento, y en nuestro pasado reciente, se instaló una bancada mayoritaria de oposición escasamente constructiva En 1990, Cambio 90 de 180 Diputados tenía 32, y de 60 Senadores tenía 14; en el 2016, de 130 Congresistas, PPK tuvo 18.
La Comisión de Alto Nivel para la Reforma Política, en su oportunidad propuso que conjuntamente con la segunda vuelta electoral se debería llevar a cabo la elección de congresistas, después de la primera elección presidencial, para “dar una mayor legitimidad al gobierno, la simultaneidad de las elecciones presidenciales y congresales en una primera vuelta genera el denominado “voto ciego”, porque los ciudadanos no conocen quién ganó el gobierno. Además, se corre el riesgo de un Parlamento fragmentado y débil”. Cuánta razón y justificación tuvo esa opinión especializada.
Ir a una segunda vuelta electoral, es nuestro destino irrenunciable, el candidato presidencial elegido, no tendrá la misma votación, ésta se triplicará y le dará mayor legitimidad, con el soporte ciudadano de la nueva votación. Oportunidad también para impulsar, gestionar, liderar los consensos necesarios para la gobernabilidad del país, significa hacer “política”, articular con las demás agrupaciones políticas, unificar agendas y programas políticos, sin incurrir en burdas polarizaciones y sin renunciar a la esencia de sus propuestas, generar coaliciones o gobernanzas de ancha base, que no debe sorprendernos, sin distorsionar la democracia en componendas o repartijas. Del problema una gran oportunidad, que debe tener impacto en el propio nuevo congreso, al instituir las necesarias alianzas que fortalezcan nuestra democracia, impulsen la gobernabilidad e institucionalidad de nuestro país. Es el mejor compromiso democrático con nuestro Bicentenario.