POR: KAREN RODRÍGUEZ CARPIO
El 11 de marzo de 2020, el presidente de la República, Martín Vizcarra Cornejo, decretó el estado de emergencia sanitaria por la COVID-19 al ser catalogada como una pandemia mundial. Solo días antes, mujeres de todo el país participaban en un congreso nacional en la capital de la República por el “Día de la Mujer Periodista”, organizado por la Asociación Nacional de Periodistas (ANP), del cual también formé parte.
Mi periplo por Lima incluyó un recorrido nocturno al cementerio Presbítero Maestro, ubicado en Barrios Altos. Fue una novedad para una provinciana como yo, quien tomó conocimiento del singular paseo a través de una publicidad que llegó por correo electrónico. Una impresionante ruta histórica que me permitió conocer las tumbas de ex autoridades políticas, héroes nacionales, el pabellón de los no nacidos, el pabellón de los suicidas, entre otros. El ambiente fue animado por la oscuridad de la noche y un elenco de actores que aparecían cuando menos lo esperabas, ellos disfrazados de Drácula y ellas con vestidos largos y labios rojo carmesí.
Ya en los últimos días del evento gremial, las radios capitalinas comentaban sobre el primer caso de COVID-19 registrado en China. Si fue cálculo o coincidencia, no lo sé, pero logramos regresar a nuestras regiones a tiempo e iniciar un encierro en familia por el resto del 2020.
Moquegua fue un caso particular: entre julio y septiembre superamos los 600 casos de muertes por este virus desconocido. Los reportes de la Gerencia Regional de Salud (Geresa) se realizaban diariamente al inicio. Si en la última semana de julio se informaba de 100 fallecidos, al 1 de agosto las personas muertas por infección de coronavirus se duplicaron en un 100 %. Con ese panorama nada alentador, los reportes oficiales de la Geresa dejaron de emitirse a diario y las cifras empezaron a dividirse entre fallecidos por COVID-19 y sospechosos. Con estas “nuevas categorías”, las autoridades intentaron amenguar la alerta y la psicosis en la población moqueguana.
Sin embargo, las voces de protesta se dejaron escuchar: se exigía una planta de oxígeno para abastecer a los hospitales y centros de salud de balones de este valioso gas, que en cantidades reguladas permitía que el paciente afectado por el temible virus superara la crisis y tuviera una segunda oportunidad para contarla. No hubo eco en las autoridades; fue el párroco de la Iglesia Católica quien, con un poco de empatía, organizó una colecta para reunir recursos económicos y comprar balones de oxígeno. Entre octubre y noviembre, aparentemente, retornábamos a una normalidad, aunque aún sometidos a un estado de emergencia implantado desde el gobierno central.
En enero de 2021 se confirmó la segunda ola. Sin planta de oxígeno y sin acceso a las vacunas, era previsible un aumento en las muertes en la región Moquegua. En el núcleo familiar, tomábamos las medidas de seguridad sanitaria necesarias, vigiladas por mi madre, quien ejerce su labor como personal asistencial en un centro de salud.
Mi abuela de 90 años era visitada por sus hijos, quienes improvisaban la calle como la sala de la casa. A través de las emisoras se informaba que los pacientes infectados abarrotaban los hospitales y centros de salud en busca de oxígeno. Uno de ellos fue mi tío Ronald, deportista y formador de muchos atletas moqueguanos. Siempre fuerte, intentaba superar la enfermedad en su casa. Tras medir sus niveles de oxígeno en la sangre con un oxímetro, fue advertido de que debía recibir oxígeno medicinal para evitar una baja saturación. Se hizo todo lo posible, accediendo a una cama UCI en lista de espera. Esperábamos que la persona que ocupaba la UCI se recuperara o falleciera, pues así de frías personas nos volvía esta pandemia en la lucha por vivir. Era muy tarde; el 70 % de sus pulmones estaban comprometidos.
El 10 de julio de 2021, su corazón dejó de latir, causando tristeza en muchos jóvenes que valoraban en él su valentía y lucha por formar buenas personas y deportistas de nivel. Faltaba poco para que llegaran las vacunas y él no fuera parte de esa estadística de muertes que dejaron a muchas familias incompletas. No alcanzó.
La misa de honras y el 1 de noviembre, Día de Todos los Santos en nuestro calendario peruano, son motivo para recordar a nuestros muertos, quienes partieron a causa de infectarse con el temible coronavirus y la insuficiente respuesta del sistema de salud pública. Ellos siguen vivos en nuestros corazones, con la esperanza de que desde la administración pública se gestionen mejoras en los estándares de salud, tanto en la atención al paciente como en infraestructura y equipamiento de calidad.