POR: MAURICIO AGUIRRE CORVALÁN
El domingo por la noche, preguntado sobre la necesidad de un cambio de la actual constitución, el presidente Francisco Sagasti respondió “no tenemos legitimidad ni tiempo para hacerlo”, y agregó “no tenemos el mandato, en este gobierno de transición, de emergencia, para iniciar un proceso de cambio constitucional”. Dejaba así trazada la cancha respecto de un tema que muchos congresistas han impulsado en los últimos meses, y que las organizaciones políticas de izquierda buscan se convierta en un eje central de la campaña electoral que se nos viene.
Los principales argumentos a favor de una nueva constitución, de acuerdo a sus impulsores, giran alrededor de la necesidad de establecer un nuevo pacto social para permitir caminar hacia un país más justo, más igualitario y más solidario. De acuerdo con Verónika Mendoza, candidata presidencial por Juntos por el Perú, “necesitamos una nueva constitución que reivindique el poder del pueblo soberano por encima del poder del dinero, que ponga la vida por delante del lucro”.
La frase suena bien, es empática y hasta provoca salir a la calle para quemar la Constitución de 1993 en las plazas públicas. Pero las frases bonitas muchas veces colisionan bruscamente con la realidad, y en el Perú, eso no es la excepción.
Es cierto que la constitución es la ley de leyes, como dicen los jurisconsultos, bajo cuyo paraguas se ordenan y adecúan todas las demás normas que permitirán que una sociedad funcione y tenga las herramientas para brindar un estado de bienestar a todos sus ciudadanos.
Pero finalmente, como cualquier otra norma, la constitución es un acuerdo de buenas intenciones y nada más que eso. Buenas intenciones que necesitan de actores que sean capaces de plasmarlas en hechos concretos en favor del bien común, es decir, de todas las personas.
La pregunta, entonces, se cae de madura. ¿Puede una nueva constitución cambiar la realidad?, o ¿Necesitamos una nueva constitución para ser un mejor país? Creer que las normas por sí mismas nos garantizan cambiar las cosas es un error. Históricamente, está demostrado que es al revés. Es la realidad la que impone el cambio de las normas.
Entonces, que necesitamos primero. Está claro que la prioridad es cambiar nuestra realidad, y cambiar esa realidad significa primordialmente cambiar a las personas. El Perú tiene a todos sus últimos presidentes procesados por corrupción, a la mitad de su Congreso en la mira de la fiscalía, y a una larga fila de funcionarios públicos enjuiciados por mal uso de los recursos públicos. Eso, sin contar los miles de burócratas sentados en un escritorio sólo esperando fin de mes para pasar por caja.
¿La actual constitución ata de manos a nuestros gobernantes y no les permite construir un país más igualitario, inclusivo y justo? Los impulsores de una nueva carta magna aseguran que estamos a merced de las angurrias del gran capital, y que las reglas de juego actuales sólo sirven para generar riqueza para unos pocos en desmedro de las grandes mayorías pobres y olvidadas.
El Perú es un país con el 80 por ciento de su economía informal, con una corrupción endémica, con una educación pública muy mala, con un sistema de salud precario, con poblaciones originarias totalmente desatendidas, con una recaudación fiscal para llorar que sólo sabe apretar cada vez más a la clase media formal, con una delincuencia creciente que es incapaz de controlar, con cifras de desempleo que asustan, con monopolios de grandes grupos económicos, y con muchos otros problemas que enumerar nos llevaría a una lista interminable. En suma, nuestro Perú es un país de carencias, y muchas.
¿Nos garantiza una nueva constitución superar estas carencias?, no. ¿Nos garantiza la actual constitución superar estas carencias?, tampoco.
No convirtamos a la constitución en la solución a todos nuestros males. No pongamos a la gente en medio de lo que en realidad es una batalla ideológica que no nos va a llevar a ningún lado, y donde la carta magna es más un trofeo que una solución.
Quiero mi constitución, dicen muchos. Nosotros sólo queremos un mejor país.