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27 diciembre, 2024 1:20 am

Qué la bamos a hhazer

Recuerdo haber sido el único que advertí, cuando cayó el señor Castillo (otra farsa de dictador), la peligrosidad de apelar a los soldados para ordenar el país ante el movimiento social. Pero se hizo lo contrario. Y el coste humano fue enorme.

Por: Eiffel Ramírez Avilés   

Con este verso de un poema del Trilce de César Vallejo –así, con sus grandísimos y a propósitos errores ortográficos–, deseo recapitular las reflexiones que he tenido durante el año y que este medio me ha permitido transmitir algunas de ellas a mis lectores.

Puedo empezar por la esfera internacional y que trata de los judíos. Siempre he pensado que la humanidad entera le debe unas disculpas públicas al pueblo judío, por la persecución y masacre histórica que ha padecido por más de un milenio. Pero jamás imaginé que dicho pueblo, representado hoy en el Estado de Israel, haya cometido lo mismo que alguna vez los nazis cometieron. No en el mismo nivel, ciertamente. Pero los muertos son los muertos, en donde también hay miles de niños, y por eso los judíos merecen toda la crítica pública posible, así como los alemanes (todos, como sociedad) la recibieron luego de perder la Segunda Guerra.

Sin embargo, si otro pueblo merece también, en cierta medida, un reproche, es el pueblo ruso. Pueblo encantado por los tiranos, desde los zares hasta el actual Vladimir Putin, y que ha permitido hace un par de años iniciar a este último una flagrante guerra de anexión. La escalada avanza, en desmedro de la paz internacional. Ojalá que Putin cayera, pero Rusia parece destinada a sembrar más de lo mismo.

Tiranos no faltan en el mundo y los he llamado, en su momento, Calibanes. Pero hay una tirana que es atípica. La nuestra. Es una dictadora sin poder. O, mejor dicho, tiene el poder, en tanto se lo entrega a quien le facilite mantenerse en él. Muchos tiranos tienen inteligencia y brillo, pero ella no. Muchos autoritarios se imponen por su voluntad y empeño, pero ella juega a la arrogancia más tonta y al miedo más rastrero. Nuestra presidenta es una farsa de tirano. Y si nadie la quiere, ¿por qué sigue en Palacio?, ¿cómo es el negocio? Más que esto, fue el asesinato de decenas de peruanos lo que la mantiene en el cargo.

Pienso que nuestra mandataria sigue siendo la enemiga pública número uno del país. Porque simboliza la prolongación de la muerte en los Andes. El terror rojo se había casi terminado con la caída de Sendero Luminoso, pero ella lo reinstaló con otra bandera, la bandera más cruel de nuestra historia: la de los militares. Recuerdo haber sido el único que advertí, cuando cayó el señor Castillo (otra farsa de dictador), la peligrosidad de apelar a los soldados para ordenar el país ante el movimiento social. Pero se hizo lo contrario. Y el coste humano fue enorme.

Matar a civiles desarmados habla mucho de nuestros militares, pero nuestros políticos son los rapaces. Acuden a todo lugar adonde haya ganancia o prebenda. Y el mejor amigo de un político es un abogado. Mejor dicho: la salvación de un político es un abogado. En un texto que también publiqué por aquí, critiqué duramente el oficio de la abogacía. Quizá la única forma de librarnos de los abogados es respetando la palabra dada.

Nuestros tiranos, militares, políticos, abogados (y agregue cualquier otro oficio que ha ido distorsionándose en nuestra historia reciente) no son más que una lista triste. A más de mediocre, pues no tienen nada que decirnos, ya que, por principio, la fechoría es muda. Entonces alguien dirá: ¿qué le vamos a hacer? Yo respondería que mucho. Primero empecemos por derruir esta pregunta, como lo hizo Vallejo en son de burla al llamarla “qué la bamos a hhazer”. Luego, debemos entender que el destino de nuestra patria no puede ser trazado por aquellos citados. Es un porvenir que podemos cambiar a voluntad. A voluntad nuestra.

Análisis & Opinión