Primero “oír”, después “amarrar” el río Moquegua

El Moquegua es un río típico de montaña, a veces más torrente que río, más manojo de acequias, más río de piedras que de aguas, que de vez en cuando despierta y recupera sus viejas orillas invadidas por los afanes del hombre.

POR: JONÁS FIGUEROA SALAS (ARQUITECTO URBANISTA)    

El poeta Walt Whitman afirma que el río Mississippi diluye el continente americano y lo traslada al Golfo de México. Los ríos de la vertiente del Pacífico, en su lento y a veces violento caudal, también realizan una tarea telúrica similar, trasladando materiales pétreos desde la cordillera al mar, tal como lo han hecho por miles de años y lo seguirán haciendo, aunque el hombre ponga trabas y barreras en su eterno discurrir.

Estos ríos andinos se caracterizan por un régimen altamente dependiente de las precipitaciones sólidas y liquidas que se producen en las partes altas de la sierra; son ríos planos de cauces poco profundos, lo cual promueve con facilidad desbordes y avenidas durante las crecidas del caudal. Estas alteraciones que experimenta el caudal muchas veces nos llevan a ocupar con obra pública y actividades productivas sus orillas y márgenes, que a la larga como tantas veces lo hemos ya experimentado, se ven sobrepasadas y destruidas por aluviones o huaycos.

El Moquegua es un río típico de montaña, a veces más torrente que río, más manojo de acequias, más río de piedras que de aguas, que de vez en cuando despierta y recupera sus viejas orillas invadidas por los afanes del hombre. Es un río frontera, un borde casi ciego, que no ha sido considerado en los documentos de planificación como una pieza singular del paisaje urbano y que es necesario corregir con el fin de transformarlo mediante obras de canalización, tajamares y pretiles en una “acequia sacra”, “un río tutelar” por donde ingresaron los pobladores ancestrales que reconocieron las virtudes del lugar; pieza paisajística característica de la ciudad oasis, diversa a otras ciudades similares que no han sabido incorporar los cursos fluviales en su planta urbana, a modo de parques, alamedas o corredores biológicos, por ejemplo.

Una rápida revisión de los estragos causados en el último aluvión del río Moquegua, nos sugiere “oír el río”, oír cuando trae piedras y también registrar sus comportamientos históricos y sus memorias. Por ejemplo, registrar el sentido diagonal que sigue el cauce crecido cuyo empuje a modo de ariete destruye las orillas, el papel de los árboles en la retención de las riberas, la destrucción de los enrocados y canalizaciones vacías de espigones construidas por los empecinamientos del hombre.

Estas y otras son cuestiones fundamentales a tener en cuenta en futuras actuaciones de las riberas y márgenes fluviales, llevándonos a proponer la operación de “amarrar el rio” mediante la arborización amplia y masiva de las riberas a modo de franja de protección,  espacio paisajístico, eje estructurante y estratégico que sustente las reformas urbanas que es necesario desarrollar para situar la capital regional en el siglo XXI a través de un esquema director, pudiendo construir pasarelas peatonales que nos permitan traspasar el curso fluvial como una cotidianidad de la otra orilla y mejorar las prestaciones de los puentes existentes, considerando la lengua agrícola como una zona productiva integrada con la ciudad de Moquegua.

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