POR: JONÁS FIGUEROA SALAS (ARQUITECTO URBANISTA)
La resolución de los problemas que surgen por el propio crecimiento físico y el necesario desarrollo cualitativo de una ciudad, constituyen o debiesen constituir oportunidades y campos de dedicación primordial de los gobiernos municipales. En el plano más doctrinal, la presencia de una estructura gubernamental elegida de modo y forma democrática permite poner en práctica las condiciones básicas de una calidad de vida moralmente aceptable y deseable. No hay otra justificación que respalde la presencia de los gobiernos locales, si no es para gobernar soluciones.
Buena parte de los problemas urbanos y territoriales que se mantienen pendientes en una ciudad, se derivan del desconocimiento, de la falta de ideas y proyectos, de diseños y obras para encauzar su resolución. Cuando los estilos de gobierno tienden a reducir a términos ideológicos y partidistas su actuación pública, descuidan la ejecución de soluciones reales y concretas que se expresen en obras, considerando, por ejemplo, el espacio público como mediador entre los múltiples intereses colectivos.
El filósofo francés Voltaire (F.M. Arouet 1694 – 1778), señala que la vida es como un jardín expuesto a las inclemencias del tiempo meteorológico. Ello no quita que debamos asumir la experiencia vital en plenitud. Tal como los jardines, las ciudades están permanentemente expuestas a los peligros derivados de los fenómenos naturales y donde los problemas urbanos se nos presentan como una oportunidad estratégica para formular con calidad y belleza, con acierto y equilibrio, con diseño y planificación, operaciones que modelen, por ejemplo, la inserción de las quebradas y sus aguas eventuales en la ciudad, como lo propone la Alameda Inundable de Zaparo. Por lo general, la actuación pública se queda detenida en estudios y delimitaciones, pocas veces avanzan hacia las necesarias obras para resolver y mitigar los riesgos aparejados por ocupaciones impropias de zonas vulnerables.
En la resolución descuidada de los problemas urbanos y territoriales aflora el uso exagerado y excesivo del asfalto y del hormigón, desconociendo que estamos reduciendo la capacidad del suelo y del espacio público para infiltrar aguas lluvias, por ejemplo, alterando los equilibrios que han tardado millones de años en madurar. Necesitamos proteger y conservar la presencia de la naturaleza en la ciudad y reparar y restaurar la diversidad ambiental, poniéndola al servicio del conocimiento de nuestros escolares, del estudio y la investigación universitaria, de la recreación y el solaz, del deporte y la contemplación. Hoy debemos volver la mirada a la región, recuperando lo que nos es propio como paisaje: la sierra, las quebradas, los oasis, los ríos, los torrentes, las playas, el borde marítimo, la pampa, etc. Las sociedades que son capaces de entender y valorar su paisaje, son las que permanecen y desarrollan.
También es menester hacer un llamado a la empresa privada para que aporte calidad en sus actuaciones y a cambio de sus altos beneficios obtenidos en la producción de materias primas, done belleza en el espacio público y los equipamientos, tal como los benefactores norteamericanos han donado miles de millones de dólares para hacer de la ciudad de Nueva York la capital del mundo. La Región de Moquegua bien se lo merece.