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20 septiembre, 2024 10:37 am

Ojos bien abiertos

Es momento de invertir en el talento local, de profesionalizar el sector y de integrar diversas expresiones artísticas para crear un cine que aporte culturalmente a nuestra sociedad.

POR: GUSTAVO PINO ESPINOZA     

La pandemia a causa del COVID-19 dejó una huella lacerante en diversos aspectos de nuestra vida, pero también generó oportunidades inesperadas. Entre los aspectos positivos de este período, destacó el renovado interés en la producción audiovisual, tanto en el cine documental como en el de ficción, especialmente en la macrorregión sur. Sin embargo, este renacimiento se enfrentó a una problemática importante: la falta de profesionalización en el sector.

En regiones como Moquegua, la mayoría de los productos audiovisuales son de carácter publicitario —subcategoría de la producción audiovisual de ficción— con pocas excepciones en el ámbito documental y de ficción. Aun así, son esfuerzos valiosos que merecen reconocimiento. Por otro lado, ciudades como Arequipa y Puno destacaron en la producción de cortometrajes y largometrajes que no deben ser subestimados, aunque comparadas con las grandes producciones, estas iniciativas pueden parecer modestas.

Por otro lado, el cine ha sido, desde sus inicios, una forma poderosa de comunicación y expresión cultural. Las primeras obras cinematográficas, aunque técnicamente simples, tenían una capacidad única para capturar la atención del público y transmitir emociones. Louis Le Prince, con “La escena del jardín de Roundhay” (1888), realizó uno de los primeros cortometrajes de la historia, aunque su contribución fue poco reconocida en comparación con otros pioneros. Por su parte, los hermanos Lumière, con películas como “Llegada del tren a la estación” (1895), no solo documentaron la vida cotidiana, sino que también sentaron las bases para el cine documental. George Méliès, con “Viaje a la luna” (1902), no solo fue considerado uno de los padres del cine de ficción, sino que también introdujo técnicas innovadoras como la escenografía artificial y los efectos especiales.

Entonces, la pandemia obligó a buscar nuevas formas de entretenimiento y, en muchos casos, redescubrimos el cine. Las plataformas de streaming vieron un aumento significativo en su número de suscriptores, y muchas personas aprovecharon el tiempo en casa para explorar películas y documentales.

En la macrorregión sur, este resurgimiento del cine fue particularmente notable. A pesar de las limitaciones y la falta de recursos, surgieron iniciativas y proyectos que demostraron un fuerte compromiso con la producción audiovisual. Sin embargo, estos esfuerzos a menudo se vieron obstaculizados por la falta de profesionalización y apoyo financiero.

Arequipa, Cusco y Puno, por otro lado, tomaron la delantera en la producción de cortometrajes y largometrajes. Estas ciudades demostraron que era posible crear obras cinematográficas de calidad, incluso con recursos limitados. Sin embargo, para que estas iniciativas pudieran competir a nivel nacional e internacional, fue crucial que se invirtiera en la profesionalización del sector. Esto incluía no solo la formación técnica y académica de los cineastas, sino también el desarrollo de infraestructura y la provisión de recursos adecuados.

La literatura, la fotografía, la dirección de arte y la banda sonora son elementos esenciales que se integran para enriquecer las producciones cinematográficas. La literatura, en particular, puede jugar un papel fundamental en la preproducción cinematográfica. Alimentar las premisas y narrativas con obras literarias de calidad da lugar a guiones más profundos y complejos. De igual manera, la fotografía y la dirección de arte crean mundos visuales que atrapan al espectador, mientras que una banda sonora cuidadosamente seleccionada eleva la experiencia cinematográfica a otro nivel.

El reto que se tiene es fomentar una mayor colaboración entre las diferentes disciplinas artísticas para crear un cine que no solo entretenga, sino que también enriquezca culturalmente a nuestra sociedad. Esto implica apoyar a los cineastas locales y proporcionarles las herramientas y el conocimiento necesarios para desarrollar su potencial.

La creación de escuelas profesionales en ciencias de la comunicación o comunicación audiovisual o escuelas de cine independientes pueden jugar un papel crucial en este proceso, ofreciendo programas de formación especializados y oportunidades de colaboración con profesionales de la industria. Es momento de invertir en el talento local, de profesionalizar el sector y de integrar diversas expresiones artísticas para crear un cine que aporte culturalmente a nuestra sociedad.

Análisis & Opinión