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No olvidar, la lección permanente

Las generaciones recientes, pareciera no estar motivadas en los que fue este periodo de violencia, y algunos sectores más maduros lo retoman con cierto oportunismo político.

POR: VICENTE ANTONIO ZEBALLOS SALINAS   

“Desde las primeras horas del domingo 3 de abril de 1983, aproximadamente sesenta miembros del Partido Comunista del Perú- Sendero Luminoso, armados con hachas, machetes, cuchillos y armas de fuego, iniciaron un ataque a lo largo de un trayecto que comprendió las zonas de Yanaccollpa, Ataccara, Llacchua, Muylacruz, culminando en el pueblo de Lucanamarca, todas ellas pertenecientes al distrito de Santiago de Lucanamarca, provincia de Huancasancos, Ayacucho. Como consecuencia de la demencial incursión senderista, sesenta y nueve campesinos fueron brutalmente asesinados”, parágrafo recogido del informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, que nos permite enfocar el cruento y sanguinario actuar de las huestes del abominable Abimael Guzmán.

Años atrás, leí de Lurgio Gavilán su publicación “Memorias de un soldado desconocido”, quién con objetividad y prudencia histórica nos comparte su evolución-vivencias de niño-soldado en las filas de sendero luminoso, recuperado por nuestro Ejército pasa a niño-soldado de sus formaciones, luego se convierte en fraile franciscano y hoy doctor en antropología social; también iniciales interrogantes, nada distantes de proponerse hoy “¿A quién podría interesarle mi historia de vida?, ¿para qué el Perú sienta el dolor humano?, ¿para qué la historia no se repita?, ¿para qué serviría?”

Terrorismo, palabra que entraña violencia, agresividad, miedos, recuerdos dolorosos, zozobra, fue una expresión muy recurrente en esta última campaña electoral especialmente para descalificar al contrincante. El traslado a otro penal de Vladimiro Montesinos, generó reparos respecto a qué el fondo de la medida era librar de su aislamiento a los sentenciados por terrorismo que se encuentran cumpliendo condenada en la Base Naval del Callao, y el reciente fallecimiento del líder de la agrupación terrorista, ha motivado elevadas voces exigiendo se muestren evidencias claras de dicho suceso, cuál se estuviera ocultando otra verdad; no pasando por alto, serias denuncias sobre importantes cargos de Gobierno que se encontrarían gravemente comprometidos con acciones de esa índole. Y es que, aún la violencia terrorista, sigue generando desencuentros, cual, si no hubiéramos aprendido la lección de sus graves consecuencias en vidas humanas, desplazamientos, destrucción de infraestructura, pérdidas económicas y el debilitamiento de nuestra incipiente institucionalidad.

Las generaciones recientes, pareciera no estar motivadas en los que fue este periodo de violencia, y algunos sectores más maduros lo retoman con cierto oportunismo político. No es un tema distante y ajeno, tocó el nervio de nuestra sociedad, reclamándonos involucramiento, posición, firmeza. Ya lo anota en su Informe Final la CVR “la tragedia, no fue sentida ni asumida como propia por el resto del país”. Tenemos que evitar como política de estado, como actitud ciudadana, la pasividad del olvido para no asumir nuestra responsabilidad, desde una realidad que compromete a todos en la expectativa de un mejor futuro como sociedad y Estado.

Debemos educar y sensibilizar a nuestros niños y jóvenes en una cultura de paz, de respeto, de tolerancia, de diálogo y particularmente de compromiso democrático. Recordar para vivir, para construir, para reconciliarnos, para reparar nuestro pasado y no renunciar a nuestras aspiraciones legítimas que como país nos merecemos. Recordar para no olvidar a las víctimas de esta absurda violencia. Aún hay familias que están a la espera del hijo desaparecido, aún hay restos pendiente de identificación, aún hay reparación del Estado que ordeno la justicia que deben cumplirse, aún nos hace falta honrar a aquellas víctimas inocentes, anónimas, que nuestra indolencia no advierte. Debemos empezar por educar con nuestra verdad histórica, para que nunca más esa irracional, ciega violencia salpique nuestras vidas.

Y aún con falencias, desde nuestro sistema democrático, apegados a los principios de justicia y con sus instrumentos institucionales propios, se capturó, enjuició, sancionó y encarceló a los responsables; es decir, nuestra democracia no apeló a manifiestas contravenciones legales, ni afectaciones a los procesos regulares para aplicar la ley penal, fueron los naturales escudos democráticas que defendieron nuestro estado de Derecho. En esa misma perspectiva, nos corresponde deslindar con contundencia de los remanentes violentistas, hoy la tarea está en el espacio político e ideológico; que, desde el Estado, institucionalmente, y desde la sociedad tengamos la capacidad de aunar esfuerzos, generar acuerdos, encontrar voluntades políticas, para excluir radicalmente cualquier rezago de terrorismo, nunca más.

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