POR: GUSTAVO VALCÁRCEL SALAS
Bien dijo González Prada “épocas hay en que todo un pueblo se personifica en solo individuo”. En efecto, en los primeros años de la república Moquegua era Domingo Nieto.
Él nos representó en la guerra por la independencia. Estuvo presente en las dos campañas a puertos Intermedios, luchó en las batallas de Torata y Moquegua. Se batió en las decisivas victorias de Junín y Ayacucho, donde fue edecán de José de la Mar quien llegó a elogiarlo en su parte de guerra por el comportamiento que tuvo en la batalla. Peleó en el conflicto contra la Gran Colombia, donde lució su lanza en épico combate contra Camacaro.
Consolidadas nuestras fronteras, fue el más firme defensor de la ley y de la Constitución. Llegó a enfrentarse en esos años de nuestra iniciación republicana, contra todo aquel que se atreviera a desconocer al gobierno legítimo.
En aquellos primeros años de país libre y soberano, aún no hallábamos el rumbo y cada general se creía con derecho a dirigir los destinos del país. Motivo por el que los golpes de Estado se sucedían uno tras de otro. En cada caso, era Domingo Nieto quien salía a enfrentarse en defensa del gobernante legítimo. En un momento, cuando se perdía el rumbo y reinaba el caos y la desorientación, dijo “todo con el pueblo y para el pueblo”. En cada ocasión, con el apoyo fiel e indeclinable de su pueblo, de sus paisanos, los moqueguanos.
Ese apego a defender la constitución, de no plegarse a los golpistas, esa interminable lucha con rasgos quiméricos, le valió el apodo de Quijote de la Ley.
La vinculación entre Nieto y su pueblo, Moquegua, siempre fue estrecha; siempre estuvo marcado por un cariño recíproco; siempre fue así, hasta el final. Su última batalla fue el 28 de octubre de 1843, en las cálidas pampas de San Antonio, al costado de la ciudad. El entonces mariscal de Agua Santa condujo a la victoria. Necesidades de campaña lo llevaron al Cusco. Víctima de una antigua dolencia allí falleció el 17 de febrero de 1844. La tarea iniciada por el mariscal Domingo Nieto fue completada triunfalmente por el general Ramón Castilla.

HOMENAJE A SU MEMORIA
En la proclama que desde su lecho de muerte Nieto dirigió a sus paisanos, les dice “en vida fui guardián de ese suelo en que recibí el ser y vi la luz primera”, y como “un testimonio más de mi filial respeto quiero que mis cenizas reposen allí mismo donde la Providencia me concedió debelar a los enemigos de las libertades patrias…”. En su testamento precisa su deseo de ser sepultado “en el punto de Sancara llamado Alto de Yunguyo, dando el frente hacia los puntos que tanto acechó Guarda, por el espacio de veintiocho días con su ejército, para humillar a Moquegua”.
Su albacea Manuel de Mendiburu puso a consideración de sus paisanos si era mejor llevarlo al cementerio general, pues Sancara era muy lejos e inaccesible. Luego de una serie de peripecias fue sepultado en el cementerio nuevo, al frente del hoy cementerio Águeda Vizcarra.
En el lugar escogido por Nieto no hay nada que lo recuerde. Tampoco se le ha erigido la reclamada estatua ecuestre en la plaza de San Antonio, tal como se estipula en el Acuerdo de Concejo N.° 19-2013 de la Municipalidad Provincial, donde, entre otros puntos, manda se haga una estatua ecuestre “cuyo diseño debe hacerse a través de un concurso a nivel nacional en la plaza de San Antonio”.
También se estipula denominar Malecón Mariscal Domingo Nieto al malecón ribereño.
Doce años después de publicado este Acuerdo, no se ha colocado el nombre oficial al malecón, como corresponde. Ello lleva a que buena parte de ciudadanos lo siga conociendo como malecón ribereño.
Esto ha motivado a que integrantes de la Asociación de Exalumnos del Colegio Simón Bolívar, motivados por un genuino moqueguanismo aprendido en sus hogares, reforzado en las aulas del colegio bolivariano donde estudiaron, por propia iniciativa, coloquen el nombre correcto, el que corresponde a esta arteria, una de las más amplias y bellas de la ciudad. Entendemos que durante estos doce años las múltiples ocupaciones de nuestras autoridades no les permita cumplir con la tarea que les corresponde; o tal vez no tengan los asesores que los orienten. No interesa cuál sea el motivo. Pero a nosotros no nos anima otro afán que el de rendir nuestro homenaje a quien consideramos el moqueguano más insigne de la república, cuya vida fue un ejemplo de civismo y honradez, modelo de conducta digno de ser imitado en una época tan necesaria de modelos de civismo y honradez como fue la vida de Domingo Nieto, guía para los jóvenes de hoy.
La estatua ecuestre y el malecón Mariscal Domingo Nieto debe ser el lugar donde hagamos la romería cívica, donde se aprenda el respeto a la Ley y a la Constitución, como la mejor vía para lograr el desarrollo del país, tal como lo enseñó Nieto a lo largo de su vida.


