POR: GUSTAVO VALCÁRCEL SALAS
El país estaba sumergido en el desgobierno luego de la muerte de Gamarra en su desventurada invasión a Bolivia en noviembre de 1841. En la oración fúnebre que Bartolomé Herrera pronuncia, se preguntaba, “¿Por qué vive el Perú en la anarquía y no en el progreso? ¿Por qué este país tan digno de ser dichoso se debate en la desgracia?”
Los jefes militares que tenían a su cargo una división, se consideraban con derecho a ejercer la presidencia. Nieto los contenía, se convirtió en el más firme baluarte de la defensa del poder legítimo.
En esa lucha, vence el 17 de octubre de 1842 en Agua Santa, cerca de Ica. Logra la restitución de Vidal como presidente legítimo, quien le otorga la dignidad de mariscal.
Estábamos lejos de alcanzar la estabilidad institucional. La carencia de objetivos nacionales claros no era una de las preocupaciones de nuestros gobernantes. La paz interna fue efímera.
Vivanco se rebela en enero de 1843 y exige a todas las autoridades un juramento de obediencia: “Reconozco la autoridad que ejerce el Supremo Director y juro a Dios y ofrezco a la patria obedecer y cumplir sus decretos, órdenes y disposiciones”.
El mariscal Nieto rechaza el deshonroso juramento, y es seguido por el general Ramón Castilla, el general Manuel de Mendiburu, entre otros.
Vivanco al tomar conocimiento de que Nieto y Castilla se habían unido en Tacna, envía a Juan Francisco Balta tras ellos. El 29 de agosto es derrotado en Pachía. Luego de esta victoria se establece la Junta de Gobierno Provisorio de los Departamentos Libres, el mariscal Nieto es designado presidente. Él expresa que ocuparía este puesto solo hasta que se restablezca el gobierno legítimo, y que luego pondría el cargo a disposición del Congreso. Era el Quijote de la Ley.
Nieto y Castilla, enterados que un nuevo ejército al mando del general la Guarda se desplazaba hacia Moquegua, viajan a esta ciudad.
Nieto, con su conocida capacidad de organizar, había formado un ejército de 1400 hombres, 300 eran soldados y el resto cívicos de Moquegua y Tacna. Entre ellos se presentaron como voluntarios alumnos del Colegio Nacional de La Libertad, formaban la “Columna de Sagrados”.
2800 soldados vivanquistas ingresan por Tumilaca. A la altura de Yunguyo son contenidos durante 28 días. Deciden ir por detrás del cerro Chenchén, el 28 llegan a la pampa de San Antonio.
En un decidido y vigoroso ataque, Nieto destroza al batallón enemigo, toma la artillería y más de dos mil prisioneros. La victoria fue total, el mérito es mayor si consideramos que el ejército liderado por el mariscal Nieto, que tenía como eficiente colaborador al general Castilla, estaba formado básicamente por chacareros, artesanos, estudiantes… No era un ejército de línea el que triunfa sobre el dictatorial, que lo doblaba en número; los prisioneros eran más numerosos que sus custodios.
En ella los moqueguanos y tacneños dieron una lección de civismo al país derrotando a las fuerzas dictatoriales. Fue el paso más importante para el restablecimiento de la democracia.
Montenegro dice que “En este día 28 de octubre fue la guerra grande en la pampa de San Antonio, márgenes de esta ciudad de Moquegua, hacia el occidente entre el general Guarda del general Vivanco y los generales Nieto y Castilla; ganaron éstos y perdió aquél con mil y más muertos, él y todo su ejército prisionero. Dios nos ampare, lo anoto para que conste”.
Exageración entendible por haberlo escrito instantes después de la victoria de su amigo Nieto y contagiado por la euforia generalizada del pueblo.
El ejemplo de la limpia trayectoria de Domingo Nieto, debe perpetuarse erigiéndole la esperada estatua ecuestre en este lugar. Sería el más significativo y permanente homenaje que le estaría ofreciendo su pueblo.