POR: ABOG. JESÚS MACEDO GONZALES
Hace algunas semanas llegaron noticias de que muchos bosques se estaban quemando en Amazonas, Puno, Lambayeque y Cuzco, y que 32 incendios todavía seguían activos. Además, este fenómeno era exacerbado por la sequía. ¿Esta situación cómo nos afecta? ¿Podemos hacer algo? En primer lugar, con incendios forestales o sin ellos, la tierra ya tiene un problema: está contaminada. O, como dicen los científicos, producto del calentamiento global, estamos asfixiados, no solo por los incendios forestales, sino también porque el hueco de la capa de ozono es grande e ingresan los rayos de sol, ocasionando además cáncer de piel. Esto se debe al exagerado uso de combustibles y productos no reciclados que utilizamos, lo cual aumenta la temperatura del planeta.
Por eso, no nos extrañe que haga calor cuando debería hacer frío, que haga frío cuando debería hacer calor, o que llueva donde no debería llover. El planeta está desequilibrado e infectado, y esos son los síntomas de las enfermedades ambientales que sufrimos. Pero no es solo el problema de la tierra; es un problema del lugar donde vivimos, que afecta nuestra salud y nos condena a morir lentamente o a vivir menos. Por lo tanto, necesitamos descontaminarlo, y hay varias formas de hacerlo.
La primera forma de descontaminar el ambiente es usar productos biodegradables. Esto implica leer la etiqueta del producto envasado en plástico que compramos y revisar si se degrada fácilmente o es reutilizable. El plástico demora años en degradarse y, muchas veces, aparece en la comida de los peces que mueren contaminados en el mar. Esto significa tener la paciencia para leer las etiquetas de los productos que adquirimos y empezar a usar bolsas de tela para llevar nuestros productos, evitando así el uso de bolsas plásticas.
Una segunda tarea es practicar lo que mi abuelita me enseñó: considerar a los arbolitos como parte de nuestros hogares. Desde que nací, había dos arbolitos pequeños fuera de mi casa. Ella nos ordenaba que, cada fin de semana, debíamos barrer la calle y regar los arbolitos. Cuando asfaltaron por primera vez la avenida de mi barrio, mi abuelita reclamó para que dejaran los huecos para los arbolitos, y hasta ahora mi madre mantiene el arbolito fuera de la casa.
El problema es que la mayoría de las personas ya no se interesan por cuidar el arbolito que está afuera de su casa o, lo que es peor, ni siquiera tienen un arbolito, ni menos el huequito que reclamaba mi abuelita para él. Por lo tanto, debería existir una ley que ordene que, por cada ser humano, se plante de manera obligatoria un arbolito.
Los árboles absorben el anhídrido carbónico y lo convierten en oxígeno; son los pulmones de la ciudad y del planeta. Son anfitriones de diversos animales en el mundo, o al menos en la ciudad, de los pajaritos. Los árboles son íconos culturales, ya que simbolizan aspiraciones humanas, continuidad entre las generaciones y un enlace entre la tierra y el cielo. En muchas tradiciones, se cree que albergan los espíritus y las almas de los antepasados, y mucha gente planta árboles para marcar nacimientos y muertes.
Lo malo es que muchos ingenieros tienen una limitación profesional, porque asumen que el área verde es pasto sintético, o que el arbolito es un macetero de plástico y creen que es solo un adorno, o lo que es peor, eliminan el árbol porque estorba su diseño de construcción, y menos piensan en plantar alguno. Por lo tanto, así como decimos «adopta una mascota», deberíamos empezar a promover una campaña: «adoptemos un arbolito», porque cada arbolito plantado contribuye a descontaminar el planeta Tierra y a alargar nuestra posibilidad de vida.