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Muerto el perro, ¿se acaba la rabia?

La aparición de esta organización criminal y de otras variantes menos violentistas es la consecuencia de un “estado de cosas”, en un tiempo determinado de nuestra historia como nación.

POR: ABOG. FREDDY GUTIÉRREZ TORRES   

El significado de este refrán: “Si cesa la causa, termina con ella sus efectos. Se aplica a un enemigo que ya no puede hacer daño por estar muerto o, en sentido general, a cualquier persona que está causando perjuicio”, así lo dice el Instituto Cervantes. Abimael Guzmán Reinoso (conocido como “camarada Gonzalo”) ha muerto. Alegría de muchos y congoja de otros.

Pero más allá de esa alegría y de esa congoja para tantos y tontos, hay que reflexionar sobre el cierre de esta etapa en nuestra patria. Efectivamente, nos guste o no, la muerte del líder de Sendero Luminoso cierra una etapa de nuestra historia. ¡Una etapa de muerte!

Y si aplicamos el refrán citado, significa que ¿con la muerte de Abimael se acaba la violencia? No. Con la muerte del líder de la feroz organización, no se acaba la violencia en Perú.

La razón es sencilla:  Esta organización criminal que apareció “oficialmente” el 18 de mayo de 1980, se fue formando mucho antes, en los años 70.  Y decidió tomar como estrategia central de su actuar ideológico y político, la lucha armada. Y, dentro de esta, su variante terrorista. El terror como estrategia.

Pero, al final de cuentas, la aparición de esta organización criminal y de otras variantes menos violentistas es la consecuencia de un “estado de cosas”, en un tiempo determinado de nuestra historia como nación.

Y, desgraciadamente, este “estado de cosas” que dio origen, que fue la causa de la aparición del Sendero Luminoso de Abimael y de otras variantes políticas menos violentas (“más democráticas”) no ha desaparecido. No ha acabado. Este “estado de cosas” ha variado, pero no sustancialmente. Este “estado de cosas” ha variado desde los años 70, pero no lo suficiente como para no ser la causa de la aparición de otras variantes, quizá no terroristas, pero violentas, al fin y al cabo. Variantes quizá no asesinas de personas, pero sí asesinas del patrimonio público y privado y de la esperanza de ser un país próspero. Muerto el perro se acabó la rabia ¿? Bueno fuera. Pero la excepción hace a la regla. Y, en este caso, tenemos la excepción. La muerte de Abimael, no significará la muerte de la rabia.

Y nos referimos a la rabia que causa la injusticia económica, social y política. ¿Cómo no va ser causa de la rabia de millones de peruanos desplazados en la salud, que han visto morir a sus seres queridos por falta de oxígeno y de medicinas, con un sistema de salud “descuajeringado”?

¿Cómo no va ser causa de la rabia de millones de peruanos, pequeños y adolescentes, que no tienen una educación propia del siglo XXI, en infraestructura y en contenidos?

Pero, a la vez, un Estado que carece de autoridad para implantar condiciones para la inversión pública y privada que generen miles de puestos de trabajo que tanta falta hacen, sobre todo en estos tiempos de pandemia.

¿Cómo no va ser causa de rabia tener un Estado que no tiene capacidad y autoridad para derrotar no sólo el terrorismo sino también la corrupción de toda laya? La corrupción de derecha y también la de izquierda. La de arriba y también la de abajo.

Un Estado que no es capaz de dejar su centralismo absurdo, de descentralizarse, modernizándose, para no seguir incubando corrupción y desajustes y carencias en el empleo, en la promoción de la empresa cualquiera sea su tamaño, para evitar que la gente siga migrando a la “gran capital” abandonando su terruño y generando pobreza. Mientras este “estado de cosas” siga sucediendo, dudo que “con la muerte del perro se acabe la rabia”.

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