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Moquegua: todos te saludamos

POR: EDWIN ADRIAZOLA FLORES   

He estado varias veces en Moquegua. Yo diría que desde mi nacimiento he recorrido sus calles angostas y he gozado de su clima. He recibido siempre demostraciones de afecto entre los amigos que frecuentaba desde mis años de niñez y he aprendido en sus delicados guargüeros, en su delicioso penco, en sus piscos y en sus fiestas que Moquegua es una tierra singular.

No sé si porque está adornada todavía, pese al terrible terremoto, con los atributos de la ciudad colonial o porque, aunque haya pasado el tiempo, Moquegua aún mantiene ese espíritu bucólico, sencillo que se niega a abandonar. Quizá sea la vocación de amistad que siempre ofrece a quienes la visitan.

Nadie queda indiferente cada vez que visita Moquegua y observa su plaza en la que su pileta destaca ocupando un lugar especial o recorre sus céntricas calles casi ahorcadas por antiguas casonas que nos van contando en sus piedras de calicanto, en sus mojinetes y en sus zaguanes la sencillez de su gente y la felicidad con la que los moqueguanos hablan de sus tradiciones y su historia.

Tres veces benemérita y muy noble ciudad son algunos de los títulos con los que se le conocen y que habla muy bien de su comprobado compromiso a favor de la Patria puesta de manifiesto en innumerables veces en que los hijos moqueguanos dejaron en claro que el respeto por la ley y el amor por el suelo a veces deben escribirse con sangre o con una cuota de sacrificio.

Así ocurrió en Torata y en Los Ángeles, en el Alto de la Villa y en Chen Chen, en San Antonio y en cuanta oportunidad tuvo el moqueguano de demostrar que está hecho de un corazón grande e indomable pero que puede ser también capaz de cantarle a la vida, al amor y a la esperanza.

Eso dicen las letras de Amparo Baluarte transformadas en música o los párrafos escritos por Mercedes Cabello que fue en su época un grito predecesor de la mujer peruana que buscaba un espacio en el difícil mundo dominado por los hombres. Esperanzas y fe es lo que se lee en cada párrafo de los Siete Ensayos de Mariátegui. Amor y cariño es lo que aprendemos cada vez que repasamos los Retazos de Luis Kuon Cabello.

No hay nada en Moquegua que no cautive nuestro espíritu y nos haga sentir parte de un pueblo noble y trabajador al que la historia aún no ha recompensado adecuadamente pero que la naturaleza se ha encargado de resarcir grandemente por tal olvido. Un clima maravilloso con sol todo el año, una tierra fértil en la que la uva y la palta se convierten en inmejorables muestras de las bondades de su suelo, un río que, aunque pequeño, produce un valle fértil en deliciosas frutas. No por gusto se le llama la Perla de los Andes.

Pero es su gente lo que hace valiosa a Moquegua. Pocos lugares hay con gente tan acogedora, tan atenta al visitante, tan querendona de su tierra y de sus tradiciones. Y que por eso ha demostrado en diversas oportunidades que Moquegua es una tierra que merece respeto, como cuando aquella dama moqueguana le dijo al invasor chileno ansioso de cobrar el cupo “Parece que no hubiera sido parido por mujer alguna.”

No dudo que fue por esto que Santa Fortunata decidió quedarse aquí, encantada de esta gente acogedora y desde siempre le brindo su protección cada vez que se recurría a ella en busca de alivio. Búsquese a las más ancianas, a los caballeros más canosos y nos contarán que Fortunata demostró en varias oportunidades su aprecio por esta gente en acciones milagrosas, en apariciones providenciales, incluso en momentos tan difíciles como en motines y revueltas, a favor de los moqueguanos.

Mucho se puede escribir sobre Moquegua, pero nada de ello será en su contra, pues quién lo haga seguramente no ha logrado interpretar su filosofía ni ha leído el mensaje de sus balcones ni de sus mojinetes. Más aun, quizá no ha sabido descifrar aquel mensaje de su emblemático Cerro Baúl: que el futuro de Moquegua está signado por la riqueza de sus entrañas y el trabajo e inteligencia de su gente. No hay lo uno sin lo otro.

Feliz día Moquegua.

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