Por: Jonás Figueroa Salas (Arquitecto Urbanista)
El futuro es imperfecto, impreciso, impredecible, imprevisible, incalculable e incierto. También, el futuro es impostergable e inaplazable cuando hay voluntad política para la consecución de una andadura razonable hacia objetivos claramente formulados. A raíz de ello, necesitamos instrumentos que reduzcan las incertidumbres.
La ciudad es un conjunto de intereses contrapuestos, en permanente pugna y competencias dispersas, unos intereses tratan de imponerse sobre otros transformándola en un objeto de deseos desmedidos, donde muchos organismos meten las manos y más de alguno equivoca el sentido y el volumen de sus atribuciones.
La urbanística es la técnica que formula la medida cuantitativa y cualitativa de la producción del suelo urbano, según sus potencialidades y capacidades transformadoras, poniéndolas al servicio de las oportunidades sociales, productivas, sanitarias, culturales, educativas, climáticas, etc.
Más allá de estas consideraciones, la urbanística tiene el imperativo moral de mejorar la calidad de vida y el logro de la felicidad de los ciudadanos mediante la introducción de belleza y mejoras de sus ámbitos vitales, respondiendo a las demandas de infraestructuras y equipamientos, sin dejar de promover la diversidad social, la renovación urbana y el patrimonio construido. Para ello, es necesario renovar los instrumentos de ordenamiento urbanístico, poniéndolos al servicio de la ciudad y la sociedad y no al revés como en la actualidad.
El esquema director es un instrumento previo de planificación que determina los contenidos doctrinales y conceptuales del plan normativo, traza el esqueleto esencial de una ciudad, formula operaciones de ordenamiento entre lo estructurante y lo estratégico, entre lo utilitario, lo morfológico y los valores singulares del territorio. Todo ello, como materiales de una imagen objetivo final que se alcanza mediante un proceso prospectivo de escenarios.
La planificación urbanística tradicional de naturaleza normativa, carece de contenidos que enriquezcan y cualifiquen los resultados finales, tales como la doctrina y la filosofía de un plan o proyecto, concordante con las expectativas de la ciudadanía, con la identidad y el destino de la ciudad mediante un diseño urbano, apropiado y resolutivo con los problemas y necesidades, amén de los reglamentos de gestión, programación y disciplina urbanística. Ello permitiría identificar los elementos estructurantes (tales como hospitales, universidades y zonas comerciales v.g.) que gravitan sobre el entorno y definen los equilibrios de las cargas del territorio urbano. Cualquier carga que exceda las capacidades de acogida de un polígono, precariza barrios y sectores urbanos.
Las operaciones estructurantes son mecanismos de integración y relación de las diversas fuerzas que convergen en un espacio concreto. Las operaciones estratégicas contenidas en un esquema director (tales como espacio público, plazas y áreas verdes…) son factores funcionales y poseen otras prestaciones eventuales (p.e. un parque fluvial como zona inundable). Los elementos estratégicos son mecanismos cualitativos que ejecutan las operaciones de gran escala a nivel de barrios.
La importancia de un esquema director es la definición informada y consensuada de los elementos esenciales de la ciudad y un marco referencial para que las “baldosas respondan al mosaico”.
A las amenazas ambientales de vieja data, hoy se unen amenazas climáticas y sanitarias, que la ciudad debe considerarlas como retos de transformación. El año 2050, Moquegua es una ciudad radiante con un desarrollo integrado, equilibrado, acorde y apropiado con sus limitaciones y potencialidades, respondiendo a su identidad de oasis urbano inserto en una región árida, con una propia arquitectura y un propio urbanismo.