POR: RODRIGO LLOSA SANZ
El puerto bravo no se debería avergonzar de orígenes humildes, celebra un supuesto inicio en 1871 con el ferrocarril cuando el siglo anterior estaba poblado y organizado. Escudriñar el pasado, moler para revisar a fondo, es ADN sureño.
Busco documentos remotos mejianos junto a los de su capital, pues ambos fueron una misma zona: Chule. Le tengo cariño especial a Mollendo, desciendo de la casa Lomellini que es parte de su historia.
El libro ‘Un capricho llamado Mollendo’ argumenta desde el título que su elección como puerto y terminal ferroviario fue casual, pero la idea de Mollendo como desembarcadero no es propia del proyecto ferrocarrilero. José Joaquín de Larriva, profesor influyente en la Universidad San Marcos, enseñaba en la cátedra de geografía alrededor de 1831 que Arequipa tenía tres puertos: Quilca, Islay y ‘Moyendo’. El último quedó en desuso como lo escribió el capitán inglés Robert Fitzroy en 1835, sin indicar lo que en este artículo importa: ¿mantuvo población?
En cuanto puerto, en todos los siglos ha sido difícil ubicar uno bueno para Arequipa por lo accidentado del litoral, las bravezas, corrientes, arenamientos, torrenteras y, como si fuera poco, pestes, terremotos y erupción.
El Mollendo virreinal se asoma en escrituras de siglo antes del mapa de 1787 que lo inscribe, realizado por el gobernador de Arequipa Álvarez y Ximenez, intendente que departió el límite de las lomas de Catarindo en 1794 entre las familias Quirós y Barriga. De estos documentos se infiere el alcalde de Mollendo entonces: Felipe Alatrista y Maldonado. El lío entre las familias en mención se remonta a 1739 y continuó en 1821 en que firmó ‘Mariano Ribera’ alcalde de aquel Mollendo poco documentado y hasta ahora desconocido por ser anterior al ferrocarril que lo cambió todo.
Para recrear en la imaginación el pueblito del alcalde Ribera sirven las publicaciones de marinos extranjeros que aparecieron alrededor de la Independencia. Lugar irrelevante solo para una errada interpretación histórica, pues los puertos virreinales del Perú solían ser poblaciones simples, pequeñas, pero no carentes de conexión estratégica. Salvo excepciones, empiezan a tener trazados urbanos más sofisticados recién con la República.
La cabeza de la Academia Real de Náutica, Andrés Baleato, mostró Mollendo y Mejía en un mapa de 1819. Tres años luego, el capitán escocés Basil Hall estuvo una semana en Mollendo con su tripulación; la describió como medio ciento de chozas de estera con un alcalde de apariencia corriente, seis soldados y cien habitantes amables con mujeres de hermosos ojos negros y «tez cobriza brillante de aspecto muy peruano».
Cuando se oficializa el vecino puerto de Islay en 1827, gran parte de esa población mollendina se mudó. Sus nietos retornarían tras el proyecto del ferrocarril de 1871, pero con una identidad distinta contagiada por la progresista y novedosa maquinaria a vapor. Mollendo prometía ser una prominente ciudad portuaria y no defraudó.
Propio del entusiasmo que emerge con la fuerza de un tren es olvidar o deslindarse del pasado. Sin embargo, ya en etapa de evaluarlo, no deberíamos olvidar a los señores Alatrista y Ribera que junto a otros fueron formando -cómo no- la tenacidad mollendina. Una continua ocupación local, aunque por ratos tenue, puede que tenga menos relevancia que el respeto por el origen.
Continuará…